martes, 30 de junio de 2009

La experiencia brasileña (Reportaje a titular de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo, Paulo Skaf)


Brasil no sólo logró mantener su unidad territorial heredada de la colonia, expandiéndose incluso más allá de sus fronteras originales, sino que logró superar las causas estructurales internas ligadas a la continuidad de un país dependiente, monoproductor y económicamente atrasado. Con la revolución de 1930, la oligarquía vinculada a la explotación y exportación de café fue vencida por un frente de clases y sectores progresistas. Aunque tallado por las particularidades de un país periférico, con altibajos y no sin dificultades, Brasil comenzó a partir de entonces su propio desarrollo industrial. Hoy figura entre las primeras potencias económicas del mundo, y en plena crisis internacional su prosperidad socioeconómica es importante para la profundización del modelo productivista en la Argentina. Relevante a su vez para el crecimiento de un Mercosur funcional al desarrollo equilibrado de todos sus integrantes e igualmente vital para la consolidación de Unasur como bloque de poder regional. En este sentido, y con la finalidad de enriquecer el debate ante la toma de posición de un sector de la industria local (UIA) y cámaras agropecuarias que buscan la regresión a modelos que frenaron el desarrollo nacional, Cash entrevistó a Paulo Skaf, presidente de la Federación de Industrias del Estado de San Pablo (Fiesp), para conocer la experiencia brasileña.
¿Cómo hizo Brasil para consolidar un modelo de desarrollo industrial? ¿Tuvo que ver en este proceso la transferencia de renta desde el sector agrario al industrial a partir de 1930?
–La industrialización brasileña solamente fue posible gracias a la acumulación de divisas provenientes del campo. Las primeras industrias que se desarrollaron estaban vinculadas a las actividades agrícolas. Sin embargo, no creo en la separación entre agricultura e industria. En la disyuntiva entre un modelo agrario-exportador o uno exportador de manufacturas. Los Estados Unidos son un ejemplo, ya que la fuerza de su economía está en la industria como en el campo, siendo el mayor productor mundial de soja y etanol. En Brasil, desde el momento a partir del cual gracias al café se transfirió la renta a las ciudades e industrias, la agricultura desapareció como eslabón aislado de la economía, cediendo espacio a la cadena del agronegocio. La agricultura brasileña contribuye con más del 40 por ciento de las exportaciones y su cadena productiva genera cerca del 30 por ciento de los empleos en el país, siendo un complemento para el crecimiento de la industria y de fundamental importancia para Brasil.
Las crisis internacionales han repercutido favorablemente en el surgimiento de condiciones para la industrialización de los países latinoamericanos. ¿Cómo se puede aprovechar la actual para la industrialización del Mercosur?
–La fuerte crisis internacional de los años ‘30 ofreció a Brasil mejores condiciones para producir internamente manufacturas que antes se importaban. Eso fue posible gracias a la acumulación de recursos de las exportaciones de café, que permitió financiar la creación de nuestras primeras fábricas. El momento actual guarda algunas semejanzas con la década del ‘30. La grave crisis en el centro del sistema financiero de las economías más desarrolladas y la acumulación de reservas por parte de las economías latinoamericanas se repiten. No obstante, el modelo de sustitución de importaciones, con base en el proteccionismo comercial, no tiene más sentido. En la actualidad, Brasil y los países vecinos están más unidos y la desaceleración de la economía mundial impactará en la región. Por eso, es necesario evitar la ola proteccionista y garantizar la demanda interna con inversión pública. Sólo así será posible mantener los intercambios comerciales de manera equitativa, reavivando el motor de la economía.
¿Sin el desarrollo de las fuerzas productivas de los países de la región rezagados a nivel industrial cree que se puede alcanzar un Mercosur exitoso?
–Para que el proceso de integración se lleve a cabo con éxito es necesario que haya confianza entre los socios, además de mantener acciones coordinadas. Poniendo eso en práctica –lo que muchas veces resulta complicado–, el regionalismo puede despegar. Sin dudas, el Mercosur y Latinoamérica deben buscar una proximidad económica mayor, con ampliación y cualificación de los intercambios comerciales, y elevar el flujo de inversión, sin exclusión de ningún país. También es inaceptable que se verifiquen imposiciones unilaterales de barreras o el desvío comercial con terceros países. En este punto, los bloques regionales se deben perfeccionar. Sólo así, los países pueden sacar mejores y más provechos de la cooperación.
La reindustrialización de la Argentina como la industrialización equilibrada del Mercosur, ¿no contradice la normal expansión de la burguesía industrial brasileña (paulista y no paulista) fronteras afuera?
–La gran contradicción sería, en verdad, el debilitamiento de la industria de esos países. La expansión de la industria brasileña no tiene como antecedente la ausencia de competidores en Uruguay, Argentina, Colombia o Venezuela, sino la complementación entre las industrias de cada una de estas naciones. Tomemos como ejemplo al sector automotor, sector en el que Brasil posee acuerdos de complementación económica con Argentina, Uruguay y México. Los automóviles están entre los primeros productos de la lista tanto en las compras como en las ventas brasileñas con estos países. La cadena de comercio –sumando los automóviles y autopiezas– alcanzó en 2008 los 31.400 millones de dólares. En el caso específico de Argentina, Brasil exporta e importa automóviles de pequeño porte, no obstante lo cual nuestra flota exportadora necesita de componentes del mercado argentino. Esta interdependencia entre las industrias de automóviles de ambos países implica que la parte brasileña dependa del crecimiento de sus homólogas argentina, uruguaya o mexicana. Asimismo, también debemos contemplar las enormes inversiones que Brasil hizo en los países de la región, contribuyendo a la integración y expansión de las cadenas productivas de este rubro industrial.
¿Qué rol podría jugar la industria brasileña en el proceso de desarrollo industrial de la región?
–Para Brasil es fundamental el desarrollo de sus vecinos en la región. Los industriales brasileños apoyamos e incentivamos el desarrollo industrial de todos los países latinoamericanos, pues sólo así lograremos el crecimiento del mercado exportador y mejores condiciones de compra de insumos. A modo de ejemplo, cerca del 10 por ciento de las exportaciones y el 11 por ciento de las importaciones brasileñas se realizan con países del Mercosur. Y cada uno tiene condiciones de encontrar su propio nicho en ese mercado competitivo. Sin embargo, sabemos que el desarrollo industrial de un país no es un proceso repentino, sino continuo.
¿Cómo está afectando la crisis internacional a la industria brasileña?
–El sector industrial está sintiendo fuertemente los impactos de la crisis financiera. Para que se tenga una idea, Brasil tuvo una caída del 3,6 por ciento en el PIB en el último trimestre de 2008. Pero el de la industria en particular registró una mayor: 7,4 por ciento. El impacto en el empleo fue inmediato. El Registro General de Empleados y Desempleados muestra que entre octubre de 2008 y marzo de 2009 se perdieron 692.000 empleos formales en Brasil, de los cuales 276.000 ocurrieron en San Pablo. Hubo cierta recuperación de la producción industrial al inicio de este año, principalmente con los incentivos dados al sector automotor. Pero eso no significa que la crisis haya terminado. Si comparamos la producción de autos acumulada entre enero y abril de 2009 con el mismo período de 2008, veremos que la producción nacional de vehículos cayó un 16,4 por ciento.
¿Se están tomando las medidas necesarias para enfrentar la crisis?
–Desde el comienzo de la crisis, las acciones gubernamentales fueron varias. Ya hubo reducción de 3,5 puntos porcentuales de la tasa Selic. Pero estas medidas adoptadas por el Banco Central fueron destinadas a beneficiar al sector financiero y no al productivo. También se implementaron diversos sistemas de garantía al crédito destinado al sector productivo. Por otro lado, el ciclo de caída gradual de la tasa básica de interés de la economía ayuda, pero deberá bajarse aún más, a niveles del 7 por ciento. En suma, las medidas tomadas fueron de diversa índole, trayendo algún aliento para el sector productivo, aunque siguen siendo insuficientes. A pesar de la ayuda gubernamental, las proyecciones para la industria nacional calculan una caída de alrededor del 5 por ciento en 2009.
¿Qué pasará este año?
–De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, la perspectiva del PIB brasileño para 2009 es de un retroceso de 1,3 por ciento, caída que deja a Brasil en una situación relativamente buena en relación con las principales economías del mundo. Sin embargo, tenemos plena conciencia de que la crisis ha llegado y no podemos ignorarla. Pero también somos conscientes de que el país tiene condiciones de salir fortalecido de esta situación y que la industria tiene un rol fundamental en este aspecto. Tenemos un mercado interno que necesita ser atendido y un parque industrial con plenas condiciones para enfrentar la demanda.
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jueves, 11 de junio de 2009

El regreso al FMI: ¿destino o elección? Por Aldo Ferrer


(Nota publicada en Infobae - Jueves 11 de junio de 2009)

En los últimos tiempos se escucha con frecuencia el pronóstico de que la Argentina volverá a recurrir a la asistencia del FMI por dos motivos principales:
Por una parte, porque la economía se encamina inevitablemente a un nuevo déficit en sus pagos internacionales y, por lo tanto, a la imposibilidad de cumplimiento de los vencimientos de su deuda externa. Aunque el riesgo no sería inminente sí es acuciante el deterioro de las expectativas y, consecuentemente, la amenaza de una mayor fuga de capitales y pérdida de reservas del Banco Central.
El respaldo del FMI sería así urgente e indispensable para confirmar que el país cumplirá sus compromisos, lo cual mejoraría la confianza de los mercados sobre el futuro de la economía argentina y permitiría el acceso al crédito internacional.
Por la otra, porque la actual crisis financiera internacional provoca un cambio en los criterios operativos del FMI y, actualmente, podría contarse con su asistencia sin las rigurosas condicionalidades del pasado.
En resumen, necesidades imperiosas y un FMI benevolente, conducirían a que el país vuelva a ser deudor del Fondo. Ésta es una cuestión mucho más importante que el empleo de un instrumento disponible para resolver un problema de financiamiento externo. Atendiendo al desempeño, real y simbólico, que el FMI tuvo, desde el golpe de Estado de 1976 hasta la crisis terminal del 2001/2002, se trata de un tema estratégico del desarrollo del país. El Fondo estuvo, en efecto, asociado a la implantación del paradigma neoliberal, es decir, la ideología del mundo del dinero, en ese prolongado período de veinticinco años, el peor en la historia de la economía argentina.
En ese trasfondo histórico, la cancelación de la deuda con el FMI tuvo el enorme valor simbólico de un cambio trascendente. Nada menos que la recuperación del ejercicio de la soberanía en el despliegue de la política económica. Esto fue posible porque el país resolvió la crisis del 2001y principios del 2002 con recursos propios, sin pedirle nada a nadie y asumiendo el comando soberano de los instrumentos fundamentales de su política económica: la moneda, las finanzas públicas y los pagos internacionales. Sobre estas bases, sin el apoyo del FMI, sino, más bien, con su perspectiva crítica frente a la heterodoxia argentina, fue posible el exitoso canje de deuda del 2005 y la notable recuperación de la economía hasta fines del año pasado.
Volver al FMI es así una cuestión de una extraordinaria significación real y simbólica. Por lo tanto, es indispensable analizar los fundamentos del pronóstico comentado para saber si tal regreso es la consecuencia inevitable de un destino manifiesto de ser deudor del FMI o, en cambio, el resultado de reincidir en la elección, por nuestro propio país, de malas políticas. Empecemos por explorar el argumento de que el FMI ha cambiado y ahora prestaría su apoyo sobre criterios distintos de los del pasado. Es previsible que la crisis financiera global introducirá nuevas normas regulatorias en el mundo del dinero y el comportamiento de las agencias financieras internacionales, es decir, el FMI y el Banco Mundial. Pero la crisis no ha transformado la distribución del poder en el sistema mundial ni los intereses fundamentales de las economías hegemónicas actuales y emergentes. No es así imaginable que las reglas de la globalización y el comportamiento del FMI cambien tanto como para subordinar los intereses de las mayores potencias al bienestar general ni para impulsar, en las economías periféricas, toda la heterodoxia y la densidad nacional necesarias para el desarrollo. Porque éste fue y es, siempre y en todos los casos, un proceso de construcción dentro de cada país, vinculado al mundo y afirmado, en primer lugar, en el despliegue soberano de los recursos propios y del diseño de la estrategia de acumulación y transformación. Como enseñó Prebisch, los requisitos del desarrollo de los países de la periferia son incompatibles con el pensamiento hegemónico de los países centrales que fue y, presumiblemente, seguirá siendo, a pesar de la actual crisis del mundo del dinero, predominante en los criterios del FMI.
En resumen, en el futuro puede haber un FMI light, pero no un Fondo desarrollista y promotor de la construcción nacional de las economías periféricas. Una de las condicionalidades previsibles de un eventual préstamo contingente del FMI a la Argentina sería, sin duda, la aplicación de un tipo de cambio de equilibrio de mercado (TCEM), el cual demolería la competitividad de toda la actividad productora de bienes transables distintos de los fundados en los recursos naturales. La recuperación de la economía argentina en los últimos años se explica, precisamente, por haber aplicado un tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED) no un TCEM. Puede verse a este respecto mi nota del 14 de agosto último, en este mismo espacio. Volver al FMI sería así repetir los fracasos del pasado y abandonar un proyecto viable de industrialización, gestión del conocimiento y desarrollo nacional.
El segundo fundamento del pronóstico del próximo pedido de ayuda de la Argentina al FMI es el inexorable desequilibrio en los pagos internacionales del país, resultante de la crisis mundial. Esto puede o no suceder, pero no es una consecuencia inevitable de los acontecimientos externos sino, en todo caso, de nuestras propias respuestas frente a la crisis. Algunos de los pronosticadores del pedido de ayuda de la Argentina al FMI, señalan, justificadamente, que una de las causas del progresivo deterioro en los pagos internacionales radica en la apreciación del peso. Sin embargo, en vez de recomendar resolver el problema, toman la apreciación cambiaria como un dato.
Hasta ahora, la evidencia es concluyente. La Argentina está resistiendo bien el tsunami financiero internacional e, incluso, soportó una importante fuga de capitales, sin descalabrar su sistema financiero, sus finanzas públicas ni pagos internacionales. El Gobierno está en el comando de los principales instrumentos de la política económica, lo cual le permitiría fortalecer la competitividad de la producción nacional, consolidar el balance comercial y la cuenta corriente del balance de pagos, aumentar las reservas del Banco Central y transmitir señales contundentes de que el país puede seguir financiándose con recursos propios. Es sobre estas bases, no volviendo a pedir ayuda al FMI, sobre las cuales, más temprano que tarde, volverá el crédito internacional, pero no ya sustituyendo al ahorro interno ni imponiendo los criterios de la política económica argentina. Esas mismas bases son esenciales para el éxito de las diversas medidas en marcha destinadas a sostener la demanda efectiva, la producción y el empleo. Estamos, en efecto, viviendo con lo nuestro que es, por otra parte, en situaciones externas críticas como la actual y en cualquier caso, la única forma de crecer y elevar la calidad de vida. Es decir, abiertos al mundo en el comando de nuestro propio destino. Vale la pena recordar que esto es lo que han hecho siempre, antes y ahora, los países exitosos. En resumen: volver al FMI no es un destino inevitable, pero es una elección posible.

La forma más efectiva de lograrlo es perder el control de las variables macroeconómicas y deteriorar la competitividad de la producción nacional. El consecuente déficit de la cuenta corriente del balance de pagos y la fuga de capitales provocarían un escenario negativo en el cual el FMI aparecería, otra vez, como la tabla de salvación.
Más allá de la actual coyuntura, el pronóstico sobre el retorno al FMI enmascara dilemas actuales y conflictos históricos no resueltos. Detrás del mismo está la expectativa ortodoxa de que la única forma de disciplinar la heterodoxia de este país, ahora díscolo, es subordinarlo, otra vez, a la racionalidad del mundo del dinero. Ni aun el derrumbe de ese mundo en el orden global desanima a sus epígonos criollos.
Es entonces indispensable volver a recordar que el ahorro argentino alcanza actualmente a cerca del 30% del PBI, equivalentes a más de u$s100.000 millones anuales. Esta es la fuente fundamental de la acumulación, de la viabilidad financiera y del ejercicio de la soberanía. Lo fundamental es, entonces, consolidar el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro argentino es nuestro propio país. Si se logra, se abrirá el acceso al crédito internacional pero, entonces, conviene insistir, como complemento y no sustituto del ahorro interno.

Desde la perspectiva argentina resulta así indispensable seguir manteniendo una relación normal con el FMI, que es aquella que mantienen los países que no le deben nada.


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domingo, 7 de junio de 2009

Política fiscal en América latina. Por Nadín Argañaraz

(Nota publicada en La Nación - Domingo 7/06/2009)
En estas líneas se presenta un análisis comparativo simple de los principales lineamientos de política fiscal que están llevando adelante la Argentina, Chile, Brasil y Estados Unidos en estos momentos, poniendo énfasis en la evolución que están teniendo los ingresos fiscales.
La política anticíclica frente a la crisis.
Las autoridades económicas de un país tienen la posibilidad de contribuir al aumento de la demanda de bienes y servicios de una economía por dos vías. Por un lado, reducir la presión tributaria legal y aumentar el ingreso disponible de los agentes económicos. Por otro, aumentar el gasto público, que acrecienta la absorción interna, por ejemplo a través de más dinero en manos de los empleados públicos y jubilados y/o más inversiones públicas.
El caso chileno. A principios de 2009 el Senado de Chile aprobó un paquete de medidas por más de US$ 4000 millones, que representaba el 2,8% del PBI. El plan incluye rebajas tributarias transitorias y otros estímulos a la inversión. La financiación de estas políticas anticíclicas está en gran parte contemplada y asegurada por la regla fiscal instaurada en 2001, por medio de la cual en los recientes años de boom económico y de precios de las commodities , el país fijó un superávit estructural del 1% del PBI (posteriormente rebajada), y con los excedentes conformó el Fondo de Estabilización Económica y Social, que acumuló US$ 20.210 millones a diciembre de 2008.
La realidad de los ingresos fiscales del gobierno chileno en el primer trimestre de 2009 fue que bajaron un 28,8% en moneda real, con fuertes caídas en los rubros relacionados a la minería (-83,7%). La caída en términos de PBI se tiene que se aproximó a 2,4 puntos porcentuales.
Teniendo en cuenta la reducción de ingresos junto con la expansión de los gastos, Chile revertiría el superávit fiscal de 2008 (5,7% del PBI), proyectándose un déficit de 2,9% de su PBI para el corriente año.
El caso brasileño.
Brasil anunció rebajas tributarias para aumentar el consumo, como los cambios a las tablas del impuesto a la renta beneficiando a la clase media. También la reducción a la mitad del impuesto a ciertas operaciones de crédito y el diferimiento de impuestos federales y estaduales.
Se puso en marcha un Programa de Aceleración del Crecimiento a través de líneas de crédito e inversión pública, que se financia con el Fondo Soberano de Brasil, una especie de fondo anticíclico creado en diciembre de 2008 por US$ 6720 millones, equivalente al 0,5% de su PBI.
En el primer cuatrimestre del 2009 el gobierno registró una caída interanual del 1,7% en sus ingresos. En términos de PBI, la reducción fue del orden de 1,5 puntos porcentuales.
A lo largo del año es factible que el gobierno vea reducido el superávit primario anual en alrededor de un punto porcentual de su PBI.
El caso estadounidense.
Estados Unidos lanzó un paquete de medidas que implicaría que su ratio déficit fiscal/PBI más que se duplicaría este año, y llegaría al 13,6%, según el último World Economic Outlook de la OCDE. El plan de estímulo y rescate financiero de la administración Obama incluye recortes de impuestos y gastos directos cuyo costo fiscal puede significar cinco puntos porcentuales del PBI. La caída de los ingresos fiscales del primer trimestre de 2009 en relación con los primeros tres meses de 2008 fue del 8,2%. En relación con el PBI, la reducción se aproximaría a los 2,3 puntos porcentuales.
El caso argentino.
El caso argentino se inscribe en líneas generales dentro de la situación de freno en la actividad económica real que vive el resto de países. Pero los ingresos fiscales, si bien muestran una fuerte desaceleración respecto del año anterior, aún crecen en términos nominales (12,3% en el primer cuatrimestre). Si la comparación se hace con el PBI, se observa que crecieron casi marginalmente, cerca del 0,1% del PBI.
Como el lector seguramente se lo estará preguntando, sin la consideración de los aportes personales de las ex AFJP y de los reembolsos de IVA demorados, los ingresos fiscales del gobierno hubieran crecido solamente 3%, lo que en términos de PBI implicaría una caída del orden de 1,5 puntos porcentuales.
Analizando la evolución de los últimos cuatro años, que en gran parte coincidieron con un fuerte período de expansión de la actividad y términos del intercambio favorables, se puede afirmar que el gasto público prácticamente siempre creció por encima de las variaciones de los recursos fiscales. El superávit primario se mantuvo, dado que la serie nace con un nivel de ingresos superior al de los gastos. Sin embargo, la brecha se fue cerrando, y en marzo y abril de este año ya se verificaron las primeras tasas negativas, es decir, reducciones del propio valor absoluto del superávit. En el primer cuatrimestre se tuvo un superávit primario del 1,5% del PBI, cuando en igual período de 2008 había sido del 3,5%. Por la combinación de ingresos y gastos, se puede afirmar que la caída en el superávit se explica básicamente por un crecimiento del gasto público mayor al del PBI nominal y obviamente al de los ingresos fiscales (alrededor del doble).
En la Argentina no hubo una reducción de la presión fiscal, incluso se podría decir que la alícuota del impuesto a las ganancias (35%) es una de las más altas en América latina, yendo en contraposición con la tendencia mundial hacia su disminución.
Una visión comparada. Como puede apreciarse, de estos cuatro países la Argentina es el único que no tuvo un descenso de sus ingresos fiscales. Mientras sus ingresos en términos de PBI prácticamente no variaron respecto de 2008, en los otros tres países se redujeron en promedio en 2 puntos porcentuales.
Como se lo describió anteriormente, sin los ingresos fiscales extras, la caída en nuestro país hubiera sido del orden de 1,5 puntos porcentuales, con escasa diferenciación del resto.
El rol de la inflación. Más allá de las diferentes estructuras tributarias que tienen los países y sin el objeto de ponderar la importancia relativa de los factores típicos que inciden en la recaudación de ingresos, resulta simple evaluar los comportamientos relativos de la inflación para los primeros meses del año. Se aprecia que la Argentina tuvo una inflación anual del orden del 16,2%, Chile una del 5,6%, Brasil una del 6,1% y Estados Unidos una negativa del 0,04 por ciento.
Una reflexión final. Por lo descripto anteriormente, no resulta correcto adjudicar a un diferente comportamiento de la actividad económica real las diferencias de recaudación entre países. Además de los nuevos ingresos de las ex AFJP, la inflación relativa de la Argentina algún efecto tiene en la performance de la recaudación nominal, lo cual no debería tomarse como un hecho positivo.
El autor es presidente del Instituto Argentino de Análisis Fiscal (Iaraf)

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El gran miedo a la inflación. Por Paul Krugman


De repente parece que todos hablan de la inflación. Opiniones muy severas advierten de que la hiperinflación está a la vuelta de la esquina. Y puede que los mercados se estén dejando llevar por esta alarma: los tipos de interés de los bonos del Estado a largo plazo están subiendo, y el temor a la futura inflación es una de las posibles razones de esa subida.
¿Pero tiene sentido este gran miedo a la inflación? Básicamente no, aunque con una advertencia a la que llegaré más tarde. Y sospecho que este miedo tiene que ver, al menos en parte, con la política, no con la economía.

Vayamos al grano. Es importante que nos demos cuenta de que no hay asomo de presiones inflacionarias en la economía ahora mismo. Los precios al consumo están más bajos que hace un año y las subidas salariales se han estancado debido al alto desempleo. El peligro claro y actual es la deflación, no la inflación.
Entonces, si los precios no suben, ¿a qué se debe esta preocupación por la inflación? Algunos afirman que la Reserva Federal está acuñando montones de dinero, lo cual tiene por fuerza que ser inflacionario, mientras que otros dicen que el déficit presupuestario acabará obligando al Gobierno estadounidense a reducir su deuda mediante la inflación.
Lo primero es sencillamente falso. Lo segundo podría ser correcto, pero no es así.
Sí es cierto que la Reserva Federal últimamente ha estado tomando medidas sin precedentes. Más concretamente, ha estado comprando muchísima deuda, tanto pública como del sector privado, y financiando estas compras atribuyendo a los bancos reservas adicionales. Y en tiempos normales, esto sería muy inflacionario: los bancos, nadando en reservas, aumentarían los préstamos, lo cual elevaría la demanda, lo que a su vez haría que subieran los precios.
Pero los tiempos que corren no son normales. Los bancos no están prestando sus reservas extra. No las están dando trámite y, de hecho, están devolviendo el dinero con rapidez a la Reserva Federal. De modo que, a fin de cuentas, la Reserva no está acuñando realmente dinero.
Aun así, ¿esas medidas no acabarán siendo inflacionarias, antes o después? No. El Banco de Japón, enfrentado a dificultades económicas no muy distintas de las que nosotros afrontamos hoy, compró deuda a grandísima escala entre 1997 y 2003. ¿Y qué pasó con los precios al consumo? Que bajaron.
En el fondo, buena parte del actual debate sobre la inflación nos recuerda lo ocurrido en los primeros años de la Gran Depresión, cuando muchos personajes influyentes prevenían sobre la inflación aunque los precios estuvieran cayendo. Como escribía el economista británico Ralph Hawtrey, "se manifestaban temores fantasiosos a la inflación. Era como gritar 'fuego' durante el diluvio universal". Y añadía: "Cuando la depresión y el desempleo amainan es cuando la inflación se vuelve peligrosa".
¿Corremos el riesgo de que suba la inflación cuando la economía se recupere? Eso afirman quienes contemplan proyecciones de que la deuda federal superará el cien por cien del PIB, y dicen que Estados Unidos tendrá finalmente que reducir su deuda recurriendo a la inflación: es decir, subir los precios para que se reduzca el valor real de la deuda.
Cosas así han ocurrido en el pasado. Por ejemplo, Francia redujo mediante la inflación buena parte de la deuda en la que había incurrido durante la I Guerra Mundial.
Pero faltan ejemplos más actuales. En las últimas dos décadas, Bélgica, Canadá y, por supuesto, Japón han experimentado episodios en los que la deuda superaba el cien por cien del PIB. Y Estados Unidos salió de la II Guerra Mundial con una deuda superior al 120% del PIB. En ninguno de estos casos recurrieron los Gobiernos a la inflación para resolver sus problemas.
Entonces, ¿hay razones para pensar que se acerca la inflación? Algunos economistas son partidarios de mantener una política deliberada de inflación moderada, como método para fomentar el préstamo y reducir la carga del endeudamiento privado. Yo estoy de acuerdo con estos argumentos, y expuse un razonamiento similar para Japón en la década de 1990. Pero la defensa de la inflación nunca prosperó entre los políticos japoneses de aquel entonces, y no hay señales de que esté arraigando entre los políticos estadounidenses de hoy.
Todo esto plantea la siguiente pregunta: si la inflación no es un riesgo real, ¿por qué todas esas afirmaciones de que sí lo es?
Bien, como ya se habrán dado cuenta, a veces los economistas disienten. Y las grandes disensiones son especialmente probables en tiempos extraños como éstos que corren, en los que muchas de las normas habituales ya no son válidas.
Pero es difícil que a uno no le dé la impresión de que el actual alarmismo respecto a la inflación es en parte político, y que procede en gran medida de economistas que no tenían problema con el déficit causado por las rebajas de impuestos, pero que de repente se convirtieron en cascarrabias fiscales cuando el Gobierno empezó a gastar dinero para sacar la economía a flote. Y su objetivo parece ser el de presionar al Gobierno de Obama para que abandone los planes de recuperación.
Huelga decir que el presidente no debería dejar que le intimiden. La economía sigue teniendo grandes problemas y necesita una ayuda continua.
Sí, tenemos un problema presupuestario a largo plazo, y tenemos que empezar a sentar las bases de una solución a largo plazo. Pero en lo referente a la inflación, lo único que debemos temer es al propio miedo a la inflación. -
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008. © 2009 New York Times Service. Traducción de News Clips.
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lunes, 1 de junio de 2009

Un crédito para apostar a la inflación. Por Roberto Cachanovsky


Los famosos créditos para inquilinos que había anunciado Kirchner poco días antes de las elecciones del 2007 (si mal no recuerdo) quedaron en solamente eso. Un anuncio sin trascendencia. Habrá que ver si en esta oportunidad no queda todo en otro globo de ensayo de frente a las elecciones del 28 de junio o efectivamente se otorgan. Las dudas surgen porque el gobierno anunció un monto total de créditos disponibles por U$S 1.600 millones. Al tipo de cambio vigente son aproximadamente $ 6.000 millones. Considerando que el stock de créditos hipotecarios al 22 de mayo era de $ 18.000 millones, el gobierno estaría dispuesto a financiar créditos por el equivalente al 33% del stock de créditos actuales. Un porcentaje nada despreciable.
Pero dejando de lado las dudas sobre el efectivo cumplimiento del anuncio, han informado que miles de personas han formulado consultas al respecto. Claro, es que la ausencia de un mercado de capitales hace inviable el otorgamiento de este tipo de créditos y por eso la gente trata de agarrarse de la primera madera que puede en el medio del naufragio con la ilusión de salvarse. Por ejemplo, para que un banco privado pueda otorgar estos créditos, el fondeo no lo puede sostener con los depósitos que tiene. Es que más del 50% de los depósitos en el sistema financiero están a la vista (cuentas corrientes y cajas de ahorro) y el resto está en plazos fijos a plazos no mayores a los 60 días. Otorgar préstamos a 15 años de plazo contra pasivos que, potencialmente, vencen todos los días, es un poco loco. Los bancos podrían otorgar créditos a esos plazos si existiera un mercado de capitales (ahorro privado) dispuesto a comprar esos créditos para devolverles liquidez a las entidades financieras. Puesto en otras palabras, los bancos otorgarían esos créditos, luego los venderían y recuperarían liquidez para hacer frente a los pagos en ventanilla. Pero hoy eso no puede hacerse en Argentina, entre otras causas, porque el gobierno ha destruido el mercado de capitales y además no tenemos moneda. ¿Cómo es posible que ahora surjan estos créditos a esos plazos? Porque se utiliza, para financiar estos créditos, el dinero de los que aportamos al sistema previsional. Aquí caben dos posibilidades: a) que la ANSES esté financiando estos créditos con superávit entre lo que le ingresa por los impuestos al trabajo que cobra y lo que le paga a los jubilados o b) que los financie con parte de los fondos que nos confiscaron de las AFJP. Si es el primer caso, quiere decir que la ANSES está estafando a los actuales jubilados porque el sistema de reparto no es otra cosa que un sistema por el cual los que estamos en actividad pagamos impuestos para sostener a los jubilados. Si hay superávit quiere decir que nos cobran impuestos que no van a los jubilados. Si el financiamiento proviene de la utilización de los fondos que nos confiscaron, hay otro debate a considerar que es el costo de estos créditos anunciados. Veamos un ejemplo. Supongamos que un matrimonio joven quiere comprar un departamento de 2 ambientes. Si desea comprar algo potable y en una zona que no sea marginal, tiene que pensar en unos U$S 50.000, esto es $ 188.000. Las condiciones del crédito son que le prestan hasta el 70% del valor del inmueble, es decir, unos 132.000 pesos y tiene que tener ahorrado el resto. Para un plazo de 15 años, la tasa anual anunciada, para un departamento usado, fue del 15,20% fija. Pero lo relevante no es la tasa nominal anunciada, sino el costo financiero total (CFT), que incluye la tasa de interés que habrá que pagar, más los gastos de seguro, comisión por el otorgamiento del crédito, gastos de administración, impuestos, etc. En este caso la tasa trepa, entonces, a casi el 19%. Primera reflexión, el gobierno anunció, con bombos y platillos, un plan para beneficiar a la clase media. Al mismo tiempo el INDEC dice que la tasa de inflación es del 7% anual, por lo tanto, la tasa de interés real sería del 12% anual. Realmente, una flor de tasa y totalmente inconsistente con las declaraciones de Kirchner de días pasados en que le decía a los bancos que tenían que bajar la tasa de interés. Probablemente estas tasas sean menores a las que cobran los bancos (aunque no hay bancos privados que otorguen préstamos hipotecarios) pero en todo caso es como decirle a la gente que el gobierno es bueno porque los bancos los quieren matar con dos tumores malignos y él les ofrece matarlos solo con un tumor. Volviendo al ejemplo, si el matrimonio joven de clase media tomara este crédito por $ 132.000, pagaría una cuota mensual, a un plazo de 15 años, de $ 2.160. Esto significa que en 180 cuotas, bajo el sistema francés, terminaría pagando unos 388.000 pesos (peso más, peso menos). Si el valor total del departamento era de $ 188.000 (el equivalente a los actuales U$S 50.000) terminaría pagando dos veces el departamento y tres veces el monto del crédito solicitado. Un concepto un tanto curioso el de Cristina Fernández de Kirchner al anunciar estos créditos que supuestamente benefician a la clase media. Yo diría: ¡mejor no me ayuden! ¿Se justifica, entonces, tomar este crédito? Solo si el joven matrimonio considera que la economía vivirá otro de sus típicos saltos inflacionarios. O sea, el gobierno solo estaría otorgando créditos beneficiosos para la población si se dispara la inflación y los salarios se ajustan en un contexto de desmadre inflacionario que le permita licuar la deuda al tomador del crédito. Si el panorama que nos pinta el matrimonio presidencial es de un país con estabilidad en los precios, más que darle una mano a la gente, le estaría tirando un salvavidas de plomo. Si, por el contrario, el matrimonio que toma el crédito apuesta a una fenomenal licuación de su deuda gracias a un pronunciado proceso inflacionario, entonces los Kirchner no estarían otorgándole una ayuda a los tomadores de crédito, estaría estafando a los futuros jubilados que terminarían pagando el costo de la licuación dado que se están usando sus recursos para financiar estos créditos. Es decir, estarían estafando al mismo matrimonio que el día de mañana se jubilará y, por efecto de la inflación, recibirá migajas por su retiro. Le estarían vendiendo espejitos de colores. Hoy te doy un departamento y mañana te morís de hambre. Total, en ese momento, yo ya no voy a estar en el gobierno y podré acusar a los futuros gobernantes de lo mal que cobran los jubilados de ese momento.


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Asegurar la credibilidad de las estadísticas es un deber del Estado. Por PLAN FÉNIX

“No acepten lo habitual como natural, pues en tiempos de confusión generalizada, de arbitrariedad conciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar”

Bertold Brecht

Las sociedades modernas basan su capacidad de generación de riqueza y bienestar en el establecimiento de amplias redes sociales y productivas. A través de ellas, virtualmente todos los individuos se involucran en la producción de la vida material y cultural. Este conjunto de vinculaciones es de comprensión extremamente compleja; por ello, se requieren instancias de información colectiva, a través de las cuales los individuos acceden a un conocimiento que va más allá del originado en el limitado ámbito de su experiencia cotidiana.

Esta información reviste el carácter de bien público, por lo que su proveedor natural es el Estado. Por otro lado, entre los rasgos fundamentales de una sociedad democrática se destacan la credibilidad y la transparencia de las acciones de gobierno. Si hay algo que distingue a la democracia del autoritarismo es que, para gobernar, este último debe apelar a la coerción, mientras que, en democracia, la disponibilidad y libre flujo de la información es lo que permite conocer si los gobiernos responden adecuadamente a los compromisos asumidos frente a la ciudadanía y a los desafíos que les impone la gestión. Al mismo tiempo, la información sirve para alimentar el proceso decisorio y la implementación inteligente de las políticas públicas.

La información es el eslabón necesario entre el dato aislado -destello numérico o documental de la realidad- y el conocimiento. Para servir a este propósito, los datos deben ser intérpretes razonables de la realidad; de lo contrario, ni informan ni permiten conocer. Cuando esto falla, una adecuada interpretación de dicha realidad y, peor aún, la adopción de decisiones racionalmente elaboradas a partir de bases ciertas se ve imposibilitada. Una situación como la descripta afecta a los investigadores que emplean datos para generar conocimiento, a los propios gobernantes, que deben utilizarlos para fundamentar sus políticas, y al conjunto de los actores sociales.

Ya en oportunidades anteriores (ver “La medición de la pobreza y la necesaria autonomía del INDEC” - agosto 2004 y "El debate sobre la inflación: ¿Reducir o sostener el crecimiento?” - Mayo 2007), hemos señalado la necesidad de preservar la credibilidad de las estadísticas oficiales y las condiciones para ello.

Desde hace algún tiempo, la información elaborada por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) viene siendo criticada, en función de un cuestionamiento respecto de las fuentes y técnicas que utiliza para sus estadísticas y los estudios basados en ellas.

Esta situación le ha acarreado al INDEC un creciente descrédito y una pérdida de confianza en la calidad de su producción. Por otra parte, este escenario ha dado lugar a la proliferación y difusión de datos producidos por fuentes alternativas de discutible calidad. Estos datos, en condiciones normales, serían vistos como muy dudosos; pero, frente al descrédito mencionado, son objeto de consideración pública. Se trata de un escenario que perjudica a la propia conducción gubernamental, por la erosión de credibilidad; incluso, algunos indicadores positivos –como la reducción importante en los niveles de desempleo en estos últimos años– hoy son relativizados o puestos en duda por tales fuentes alternativas.

Desde el Plan Fénix, consideramos que es imperativo superar la actual situación, devolviendo confianza a la información producida por el INDEC. Para ello, creemos que debe avanzarse tan pronto como sea posible en un proceso de normalización, que apunte a asegurar la autonomía de su conducción y la calidad de sus productos.

El proceso de recuperación es perfectamente viable, demandando únicamente una firme decisión política de las autoridades nacionales. El conjunto de las universidades nacionales puede proporcionar un amplio sustento, eventualmente con el asesoramiento externo, que en el pasado ha brindado asistencia técnica en esta materia, como fue el caso de la CEPAL. Este proceso debería culminar con un nuevo andamiaje legal, que permita asegurar la permanencia en el tiempo de una operación normalizada del sistema estadístico.

Conviene enfatizar además que, en una época donde se impone la transparencia y el libre acceso a las bases informativas, es indispensable que los organismos involucrados en su producción también contribuyan a su comprensión –en tanto conocedores del origen y calidad de los datos –fundada en criterios técnicos sólidos. Esto permitirá brindar un ancla interpretativa que prevenga evaluaciones antojadizas, como los que abundan desde hace un tiempo.

La crisis económica mundial –a no dudarlo– hace y hará sentir sus efectos en nuestros países; para enfrentar esta circunstancia, requerimos contar con un Estado técnicamente sólido y una sociedad cohesionada en torno del objetivo de asegurar un desarrollo con equidad. Superar la actual situación del sistema estadístico argentino es un paso ineludible, a este efecto.

Desde el Plan Fénix, convocamos tanto al Gobierno como a todos los demás actores sociales involucrados a avanzar decididamente en esa dirección.


Plan Fénix
Buenos Aires, abril de 2009
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La próxima gran mentira. Por Domingo Cavallo


Nestor Kirchner ya lo decidió: quienes están por votar en contra de la gestión de Cristina Kirchner en la próxima elección cargarán con las culpas por todos los ajustes recesivos e inflacionarios que nos depara el futuro post-electoral.
El sabe que, independientemente del resultado electoral, es inevitable que el boleto de subte, de los viajes en tren y de los colectivos van a tener que duplicarse. Lo mismo va a ocurrir con el precio de la electricidad, el gas y el agua para todos aquellos hogares que aún no sufrieron fuertes aumentos. Los precios del pan, las pastas y los alimentos de orígen animal también van a aumentar porque escaceará el trigo y la reducción del stock ganadero hará sentir su efecto sobre el abastecimiento de leche y de carne. Todo esto ocurrirá porque el gobierno, cualquiera que sea el número de legisladores con los que cuente en el Congreso Nacional, ya no tendrá financiamiento para los multimillonarios subsidios con que ha venido compensando, parcialmente, la diferencia entre los costos de producción y los precios de todos estos bienes y servicios.

También sabe que mucha gente quedará desempleada, no sólo en el interior del país, donde ya se vive un clima de recesión mucho peor que el que se vivió entre 1999 y 2001, a pesar de que los precios internacionales están todavía a más del doble del nivel que tenían en los 90s, sino también en los grandes conglomerados urbanos, porque las pequeñas y medianas empresas, frente a las caídas de sus ventas, ya no podrán pagar los sueldos y salarios de sus trabajadores. La construcción también se está parando y generará mucha desocupación, porque ha caído la demanda de propiedades por parte de los inversores privados y las provincias y municipios no pueden mantener el ritmo de pagos a sus contratistas y proveedores.
Kirchner sabe que con estatizaciones “a la Aerolíneas Argentinas” o “a la Massuh” sólo puede asegurar la continuidad de algunas pocas grandes empresas, pero con un costo fiscal que agravará la situación de todo el resto de empresas que continúen en manos privadas, por lo que se trata no de una solución, sino de un verdadero veneno de efecto retardado para la sistema productivo.
No puede desconocer que la emisión descontrolada de dinero a que se verá obligado el Banco Central cuando se agoten los pocos saldos bancarios que aún tienen organismos como la ANSESS y la AFIP para hacer frente a los déficits del Estado Nacional, las provincias y los municipios, va a repercutir sobre el precio del dólar en el mercado paralelo, aún cuando intenten controlarlo en el mercado oficial acentuando las restricciones para la compra de divisas por parte de la gente. Y es sabido que en épocas de alta inflación, los precios de muchos bienes y servicios siguen más al dólar paralelo que al dólar oficial. Las mentiras del INDEC serán cada vez más evidentes y la gente sentirá el encarecimiento del costo de la vida con más nitidez aún de lo que lo ha venido observando hasta ahora.
Porque sabe todo ésto y porque además advierte que el Kirchnerismo quedará en minoría en ambas cámaras, Nestor Kirchner ha decidido lanzarse en una carrera desesperada por convencer a la gente de que la culpa de todo lo que está por acontecer será de quienes voten a alguna fuerza política no alineada con el gobierno de su esposa. Esta es la próxima gran mentira. Una que dejará a las mentiras del INDEC como olvidables pecados veniales…
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