domingo, 30 de mayo de 2010

Crece el déficit fiscal y sólo puede cubrirse con maquillaje. Por Ismael Bermúdez

(Publicado en iEco - Domingo 30/05/2010)
Las cuentas públicas están cada vez más "en rojo": sin el maquillaje de los ingresos extraordinarios del Banco Central y de los intereses del Fondo de la ANSeS, en los primeros 4 meses de 2010 y después del pago de los intereses, el sector público acumula un déficit financiero de $ 6.232 millones, cinco veces superior al de igual período del año pasado.
Incluso incorporando los fondos del BCRA, de la ANSeS y un saldo remanente de los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI, el "rojo" del primer cuatrimestre ronda los $ 2.100 millones, un 175% superior al de igual periodo de 2009. En realidad, el déficit financiero propio del Tesoro entre enero y abril sumó $ 5.230 millones, pero se redujo a $ 2.100 millones por el superávit de las cuentas de la Seguridad Social.

Con todo, estos números no son definitivos porque habría que sumar los gastos que se están cubriendo con bonos, como las cancelaciones de juicios, los intereses del período que se capitalizan y el ajuste del CER, lo que agranda el agujero fiscal y la deuda pública.
Como señala, con precisión y experiencia técnica, Alcides Saldivia, ex subdirector de la Oficina Nacional de Presupuesto del Ministerio de Economía de la Nación, "dado que el nivel de endeudamiento es actualmente el concepto más relevante de la situación fiscal del Estado, hay que analizar en qué medida los indicadores Resultado Primario y Resultado Financiero reflejan el endeudamiento en que incurre el sector público. El Resultado Financiero deja fuera de su cálculo la IFN -- Inversión Financiera Neta (queda "debajo de la línea"), ítem de gran envergadura y el Resultado Primario está todavía más alejado porque, además de la IFN, deja afuera los intereses de la deuda. En síntesis, el déficit fiscal tal como se lo mide actualmente (Resultado Financiero) es una mala aproximación a la medición del endeudamiento en que incurre el gobierno, y el Resultado Primario lo es más aún". Saldivia concluye: "Por eso es necesario pasar a otro indicador presupuestario de déficit fiscal, que sea más atinente a la variación de la deuda pública y ese indicador es el Endeudamiento Neto, que sigue creciendo muy por encima del déficit financiero".
No obstante, y con esas limitaciones, según Nadin Argañaraz, titular del Instituto Argentina de Análisis Fiscal (IARAF), "en abril el gasto creció algo menos pero sigue orillando en el primer cuatrimestre un crecimiento interanual del 32%. También en abril hubo un descenso de las transferencias a las provincias atribuible a que el fuerte incremento del Fondo Sojero posibilitó un menor envío de las otras transferencias a las provincias".
Argañaraz agrega que "si se proyectaran las cifras de los primeros 4 meses a todo el año, el resultado fiscal neto de recursos extraordinarios, incluyendo el pago de intereses, treparía a $ 50.605 millones. Y aunque el Gobierno podría recibir en todo el año unos 24.000 millones por las utilidades contables del BCRA y $ 8.000 millones por los intereses del Fondo de Garantía de la ANSeS, quedaría un `rojo' de $ 18.605 millones".
Sumas en el aire Los $ 24.000 millones del BCRA que Hacienda toma como ingresos corrientes corresponden a la revalorización contable de los activos y títulos públicos por el aumento nominal del dólar y de los bonos que hubo en 2009. Son utilidades devengadas, pero no realizadas, que pueden variar en más o en menos según la evolución de esas variables. Al contabilizarlas como ingresos corrientes, el Tesoro maquilla sus números y, al distribuirlas, el BCRA "monetiza" gran parte del déficit público, con su impacto inflacionario. Esas transferencias aumentaron año tras año, pero el resultado fiscal siguió para abajo.
Con las transferencias de la ANSeS se desvaloriza el Fondo de Garantía del sistema porque se utilizan intereses que deberían capitalizar dicho Fondo y se destinan al pago de nuevas prestaciones que, en parte, absorben planes sociales que antes estaban a cargo del Tesoro. Así, el Fisco se alivia a costa del sistema previsional.
El año pasado, con ingresos extraordinarios del BCRA, la ANSeS y los Derechos Especiales de Giro (DEG) del FMI por un total $ 25.000 millones, el déficit sumó $ 7.138 millones.
Economía & Regiones (E&R) proyecta un déficit financiero en 2010 de casi $ 18.000 millones, contando los $ 32.000 millones del BCRA y la ANSeS y "teniendo en cuenta que supone que no hay aumentos en la asignación por hijo" pues de disponerse un aumento, el déficit sería superior.
Por su parte, NSH-Macroeconómica afirma que aun cuando la recaudación tributaria se recuperará fuertemente en 2010 con la mejora del nivel de actividad, la cosecha récord y la suba de precios, el resultado primario igual se deteriorará porque el gasto primario subirá por encima de los ingresos.
Este aumento del déficit fiscal se da porque, aunque hubo una mejora por el lado de los ingresos --la recaudación tributaria creció en estos 4 meses a un ritmo del 25% por la mayor actividad y la inflación--, el gasto también es sostenido y subió a más del 30%. Y en mayo el gasto habría pegado otro salto porque el Gobierno modificó la distribución del presupuesto con un aumento neto de $ 1.250 millones en los gastos corrientes y de capital de la Administración Nacional en su conjunto.
No obstante, el Informe del Banco Ciudad rescata que en abril hubo una moderación en el ritmo de aumento del gasto público, convirtiéndose así en "el primer mes desde 2008 en el que el gasto crece a una tasa inferior a la de los ingresos, sin incluir entre estos últimos recursos provenientes del giro de utilidades del BCRA o del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS) de la ANSES (tal como sí sucedió en el primer trimestre)". Pero, a renglón seguido, destaca que "la desaceleración del gasto primario respondió, entre otros factores, a los menores gastos de capital", en tanto "las transferencias al sector privado (básicamente subsidios) crecieron a un ritmo elevado (49%), a lo que se sumaron remuneraciones (34%), y prestaciones de la seguridad social (28%)". Por eso, si se confirman las proyecciones mencionadas para 2010, el déficit del sector público nacional se incrementaría en forma nominal más del 50%, ya que pasaría de $ 32.000 millones en 2009 a $ 50.000 millones en 2010. En términos del PBI, se pasaría de un déficit del 2,4% del PBI en 2009 al 3,2% del PBI en 2010. Y si se suma el desequilibrio de las provincias ­ otros $ 15.000 millones­, el déficit consolidado Nación/Provincias superaría los 4 puntos del PBI. Según la consultora Abeceb, "en vistas a las elecciones de 2011, se buscará sostener el mayor crecimiento del gasto posible, tanto como medida de impulso hacia la demanda como de estrategia de tejido político con los gobernadores". De todas maneras, advierte "que se debilita uno de los `fundamentals’ del modelo porque sin los fondos extras del BCRA y de la ANSeS, también hay déficit fiscal primario, antes del pago de los intereses". Todos estos números se proyectan cuando el Tesoro fue aprovechando la mejora "inflacionaria" de sus ingresos, mantuvo sin cambios el mínimo no imponible y los sueldos públicos y las jubilaciones y otras prestaciones sociales están retrasadas y semicongeladas. Ahora, el inminente ajuste del mínimo no imponible tendrá efectos retroactivos a enero ­abarca todo el ejercicio fiscal 2010­ y las presiones de ajustes en sueldos y jubilaciones son cada vez más intensas.
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"La austeridad lleva al desastre". Reportaje a Joseph Stiglitz

(Publicado en iEco - Domingo 30/05/2010)
- Usted dijo hace poco que el euro no tenía futuro sin una gran reforma. ¿A qué se refiere? -­ Europa va en una mala dirección. Al adoptar la moneda única, los países renunciaron a dos instrumentos de política económica: el tipo de cambio y la tasa de interés. Entonces, había que encontrar otra cosa que les permitiera adaptarse a la coyuntura si hacía falta. Pero Bruselas no ha ido muy lejos en materia de regulación de los mercados, los ha considerado omnipotentes; y no ha previsto nada en ese sentido. Y hoy quiere un plan de austeridad. Si sigue así, va al desastre. Sabemos, desde la Gran Depresión de los años 30, que no es eso lo que hay que hacer


- ­ ¿Qué debería hacer Europa? ­- Hay varias posibilidades. Por ejemplo, podría crear un fondo de solidaridad para la estabilidad, así como creó un fondo para los nuevos ingresantes. Ese fondo, que se alimentaría en tiempos económicos más clementes, permitiría ayudar a los países en problemas cuando los problemas surgen. Europa necesita solidaridad, empatía. No una austeridad que va a hacer estallar el desempleo y traer depresión. En los Estados Unidos, cuando un estado está en dificultades, todos los otros se sienten implicados. Estamos todos en el mismo barco. Es la falta de solidaridad, especialmente, lo que amenaza el proyecto europeo. - ­ ¿Una especie de federalismo?- ­ Sí. De cohesión. El problema es que los países miembros de la Unión Europea no tienen todos las mismas creencias en materia de teoría económica. Nicolás Sarkozy tuvo razón al presionar sobre (la canciller alemana) Angela Merkel para obligarla a poner dinero para Grecia. En Alemania son muchos los que se remiten totalmente a los mercados. En su lógica, los países que andan mal son responsables y se las tienen que arreglar. - ­ ¿Y no es así? ­- No. El déficit estructural griego es inferior al 4%. Por cierto, el gobierno anterior, ayudado por Goldman Sachs, tiene su parte de responsabilidad. Pero es ante todo la crisis mundial la que ha provocado esta situación. En cuanto a España, antes de la crisis era excedentaria y no se la puede acusar de falta de disciplina. Seguro que España hubiera debido ser más prudente e impedir la formación de la burbuja inmobiliaria. Pero, de alguna manera, es el euro el que la ha permitdo, al procurarle tasas de interés más bajas que aquellas a las que Madrid habría accedido de no haber sido por la moneda única. Hoy, esos países sólo saldrán si la crisis europea se revierte. Y para eso hace falta sostener la economía con inversiones, y no frenarla con planes de ajuste. - ­ ¿La baja del euro sería entonces algo bueno? ­- Es lo mejor que le ha podido pasar a Europa. Es Francia, y más todavía Alemania, la que aprovechará más. Pero Grecia y España, dado que el turismo es una fuente importante de ingresos, serán igualmente beneficiarias. - ­Angela Merkel, sin embargo, dice que la solidaridad puede ser importante. Sin ella, no habría habido reunificación de Alemania. - ­ Sí. Pero, justamente, a Alemania le hicieron falta más de diez años para absorber la reunificación. Y en cierta forma, pienso que los alemanes del oeste estiman que ya han pagado un precio alto por la solidaridad europea. - ­ ¿Usted piensa que la viabilidad del euro está amenazada? ­- Yo espero que no. Es muy posible evitar que la moneda única perezca. Pero si se sigue así, no hay que dar por descartado nada. Aun cuando yo piense que el escenario más probable es el default. El desempleo de los jóvenes en Grecia se acerca al 30%. En España, supera el 44%. Imagínese la magnitud de los problemas si sube al 50% ó 60%. Hay un momento en el que en Atenas, Madrid o Lisboa se planteará seriamente la cuestión de saber si hay interés en seguir el plan que el Fondo Monetario le ha impuesto a Bruselas. Y si no hay interés de volver a ser los dueños de la propia política monetaria. Acuérdese de lo que sucedió en la Argentina. El peso estaba atado al dólar por un tipo de cambio fijo. Se pensaba que Buenos Aires no iba a romper la convertibilidad, que el costo sería demasiado. Los argentinos lo hicieron: devaluaron; como se preveía, fue un caos. Pero, al final de cuentas, fue más provechoso. Desde hace seis años, la Argentina crece a un ritmo del 8,5% por año. Y hoy son muchos los que piensan que tenía razón.
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lunes, 24 de mayo de 2010

Los malos consejos de Cristina a Europa. Por Domingo Cavallo


Cristina Kirchner ha aprovechado su viaje a España como Presidente pro-tempore de UNASUR para sugerir a los países de la Unión Europea que han acumulado fuertes endeudamientos, que no lleven a cabo ajustes fiscales y tomen el ejemplo de la Argentina post-convertibilidad para reconquistar el crecimiento económico. Es, en general, lo que trasuntan las declaraciones públicas de los economistas y dirigentes políticos que en 2002 apoyaron el abandono del régimen de convertibilidad.
¡Pobre Europa si Grecia, España y Portugal siguieran este consejo! Por supuesto, no lo harán. En Europa, como en casi todo el resto del Mundo, quienes conocen la historia de Argentina en el último cuarto de siglo, saben que nuestro país salió del infierno hiperinflacionario, se modernizó y se integró al Mundo durante los años de la convertibilidad y, desde 2002 en adelante, volvió a introducir la inflación como problema crónico, se ha estado descapitalizando y está cada vez más auto-aislada del mundo, tanto en materia económica como política.


El crecimiento económico que se dio en Argentina desde 2003 en adelante, fue, como en casi todo el mundo emergente, fruto de la fuerte expansión de China y del alto precio que alcanzaron y están manteniendo las mercancías agropecuarias y mineras. Pero la inflación, la ausencia de crédito público, la escasa inversión, el autoritarismo político y la corrupción son manifestaciones claras del retroceso económico y político que ha experimentado Argentina desde que abandonó el régimen monetario que le había devuelto la estabilidad y la había insertado en el Mundo.
El proceso de integración Europea y, en particular, su sistema monetario que comenzó con bandas de flotación estrechas alrededor de paridades fijas entre las economías europeas (la denominada serpiente europea) y concluyó en la creación, primero del EMU y finalmente del EURO, permitió un proceso de convergencia de los países menos desarrollados hacia el nivel de vida de Alemania que no se observó en ninguna otra región del mundo. No solo consiguieron baja inflación sino un ritmo apreciable de crecimiento y, sobre todo, una reducción significativa de la dispersión en la calidad de la infraestructura, los niveles de productividad y el nivel de vida de sus pueblos.
Como ocurrió en casi todos los países y regiones del mundo durante los últimos siglos, el progreso no fue libre de errores, excesos, sobresaltos y crisis. Pero sería necio argumentar que por evitar la crisis que hoy están sufriendo Grecia, España y Portugal, estas naciones deberían haberse abstenido de entrar en el EURO. Y más necio aún argumentar que hoy deberían abandonar el EURO para evitar tener que incurrir en los costos del ajuste fiscal que han anunciado sus autoridades y que constituyen la condición para el apoyo financiero que han prometido la Unión Europea y el FMI.
Argumentar que abandonando el EURO Grecia, España y Portugal podrían evitar el ajuste fiscal es una burda mentira. Si esas tres naciones convirtieran todos sus contratos designados en EUROS a sus viejas monedas nacionales, para poder dejar que las mismas se devalúen frente al EURO y de esa forma reconstruyan inmediatamente la competitividad de sus economías, les pasaría lo mismo que aconteció en Argentina en el año 2002, cuando el gobierno dispuso la pesificación de todos los depósitos en dólares y generó una devaluación extrema de la moneda nacional.
La consecuencia fue un ajuste fiscal draconiano, que provocó la reducción del orden del 30 % de todos los salarios reales y de las jubilaciones y que llevó el gasto público social, como porcentaje del ingreso nacional, a los niveles reales más bajos de la historia. En el primer semestre de 2002 se acentuó el proceso recesivo y la inflación superó el 40 % anual. La economía quedó completamente desorganizada y aislada financieramente del Mundo.
En materia económica y política el aislamiento no fue total, pero Argentina perdió relevancia frente a sus socios comerciales y políticos y prácticamente desapareció del mapa de la inversión directa de las empresas que tienen estrategias globales. Lo mismo le pasaría a cualquier país europeo que saliera del EURO en los próximos meses como Argentina salió de la convertibilidad en 2002.
Hay sí, tres lecciones de Argentina del período 1999-2001 que Grecia, España y Portugal tienen que tener muy en cuenta:
Cuanto más temprano y rápido hagan los ajustes fiscales necesarios para disminuir el déficit fiscal, tanto mejor. Argentina se demoró mucho en hacerlo. La recesión por excesivo endeudamiento y sobrevaluación de la moneda a la que estábamos atados (el Dólar) comenzó en el segundo semestre de 1998 y se acentuó desde la devaluación del Real en febrero de 1999. Sin embargo, durante todo el año 1999 el Gobierno Nacional y la mayor parte de los gobiernos provinciales continuaron expandiendo su gasto y endeudándose con el sistema bancario argentino a corto plazo y a tasas flotantes de interés. Desde el año 2000 comenzó el ajuste fiscal nacional, pero hasta bien entrado el año 2001 ese ajuste no fue acompañado por las provincias, que siguieron endeudándose y emitiendo cuasi-monedas. Recién en el segundo semestre de 2001 las provincias se vieron obligadas a reducir sus gastos, pero sus respectivos gobiernos, en particular el de la Provincia de Buenos Aires, en lugar de hacerlo en forma explícita y dentro del sistema institucional, prefirieron adherir a la idea del abandono de la convertibilidad y la licuación de sus deudas por devaluación e inflación.
El ajuste fiscal debe incluir una reforma tributaria que reduzca a un mínimo los impuestos al trabajo. De esta forma se reduce el costo laboral en la economía formal sin que medie una devaluación de la moneda. Argentina intentó utilizar este mecanismo, pero demasiado tarde y en forma muy parcial. A partir de abril de 2001 se pusieron en marcha los planes de competitividad sectoriales, que permitieron que los impuestos al trabajo se tomaran como pago a cuenta del Impuesto al Valor Agregado, pero por tardío y limitado el esquema no llegó a producir una recuperación significativa de la competitividad externa de la economía.
El apoyo externo debe ser utilizado no para permitirle a los acreedores cobrar sus acreencias y retirarse de los países con problemas, sino para garantizar que los países cumplirán con sus obligaciones, pero en plazos más largos y pagando tasas de interés cercanas a las que paga Alemania. En Argentina utilizamos el apoyo del FMI, cuando lo conseguimos, para tratar de seguir atendiendo normalmente los servicios de la deuda, a pesar de que los mercados nos exigían tasas de interés muy elevadas. Y, cuando nos convencimos que era imprescindible reestructurar toda la deuda pública, canjeando los bonos y acreencias demasiado cortas y onerosas por deuda a más largo plazo y menores tasas de interés, el FMI nos retiró el apoyo y nos empujó al default desordenado de fines de diciembre de 2001. Sería terrible para Grecia, para España y para Portugal, que la Unión Europea y el FMI asumieran la actitud que asumió el FMI en noviembre de 2001 respecto de la Argentina. Los países europeos que hoy enfrentan una crisis de sus deudas, para evitar que les ocurra lo que aconteció en Argentina, deben aprovechar el apoyo externo para alargar los plazos y bajar la tasa de interés de toda la deuda que vence en el período en el que estarán llevando a cabo el ajuste fiscal. De esta forma evitarán que un repentino retiro de ese apoyo pueda poner a alguna de esas economías en la situación en la que se encontró Argentina en noviembre y diciembre de 2001.
Es muy probable que tanto los Gobiernos de la Unión Europea como el propio FMI tengan hoy en claro que provocar en Grecia, en España o en Portugal, una situación como la que vivió Argentina a fines del 2001, tendría consecuencias nefastas no sólo para esos países sino para toda Europa y, muy probablemente, para la economía global.
Pero vale la pena hacer la advertencia, porque no sólo en nuestro país se escuchan voces como las de Cristina Kirchner, que recomiendan como solución la salida de los países del EURO, sino que hay una corriente de opinión política y profesional en los EEUU, que hace la misma sugerencia. Se trata de los mismos economistas y políticos que piensan que la solución de la crisis norteamericana pasa por una fuerte depreciación del Dólar, inducida por una política monetaria muy laxa en ese país, mientras sigue expandiendo su gasto público y su endeudamiento.
A diferencia de la posición de Cristina, que es puramente ideológica y persigue seguir engañando a la opinión pública argentina, la posición de estos políticos y economistas norteamericanos responde a la pretensión de evitar que la moneda europea pueda llegar a jugar un papel equivalente al que ha venido jugando el Dólar en el Mundo. Sólo así se entiende que a la depreciación del EURO desde los niveles exorbitantes a los que lo había llevado la política monetaria norteamericana, mientras los Europeos seguían enfatizando la ortodoxia anti-inflacionaria alemana, se la presente como la “destrucción” del EURO.
Destruir al EURO sería precisamente forzar su reemplazo por las viejas monedas nacionales en los países que hoy enfrentan problemas. Que el EURO vuelva al valor que tuvo en su comienzo (1,17 dólares) o incluso el valor mínimo que alcanzó en 2001 (0,82 dólares) no significa que esa moneda se esté destruyendo, sino simplemente, que Europa está aplicando la misma metodología que utilizó EEUU para sacar a su economía de la crisis de las hipotecas.
A nadie le deberían caber dudas que un EURO más depreciado será el principio de la solución para Grecia, para España y para Portugal, tal como la depreciación del Dólar a partir de mediados del 2002 hubiera aportado buena parte de la solución a la crisis argentina, sin necesidad de que Argentina abandonara el régimen monetario que tantos beneficios le había aportado durante la década del 90.
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La crisis de la UE deriva de su envejecimiento. Por Ricardo Arriazu


El término euroesclerosis fue muy utilizado a principios de la década de 1980 para describir la decadencia relativa de Europa en relación a los EE.UU., Japón y los tigres asiáticos, originada en una falta de innovación económica y en una estructura económica muy rígida. Nunca imaginaron los difusores de este concepto que el mismo serviría tres décadas más tarde para describir los efectos económicos del gradual envejecimiento de la población europea, que explican en gran medida su actual crisis económica.


Todo sistema de seguridad social está basado en el apoyo de los que trabajan a los que no pueden hacerlo, ya sea por su edad, por enfermedad o incapacidad, o por que no consiguen un trabajo. La aparición de una "generación egoísta", que priorizó su gozo individual, que prefirió no tener hijos y que creyó estar protegiendo su futuro en base a "supuestos" ahorros, no sólo debilitó instituciones básicas como la familia sino que ignoró el principio básico de este mecanismo de transferencia de poder de compra.¿Quién va a financiar mis gastos futuros si no existen trabajadores que puedan hacerlo? ¿A quién le prestaron sus ahorros? ¿A gobiernos que se los gastaron y no tienen capacidad para poner más impuestos? ¿A otras personas, también ancianas, que no tendrán ingresos para devolverlos? ¿A otros países, con poblaciones más jóvenes, pero que los utilizaron irresponsablemente? ¿Por qué los gobiernos no se dieron cuenta de esta tendencia? Porque estaban demasiados ocupados gastando los recursos que recibían de los contribuyentes. ¿Y los políticos? Porque su visión tiende a concentrarse en el corto plazo. ¿Hubo voces de advertencia? Muchas, pero fueron ignoradas calificándolas de alarmistas. Las serias deficiencias de la contabilidad pública también contribuyeron a ocultar esta dinámica. Cuando realizamos nuestro aporte a un sistema de seguridad social lo hacemos confiados en que, en el futuro, recibiremos como contrapartida un flujo de ingresos (una jubilación). De hecho estamos comprando un "bono", pero los registros públicos contabilizan estas contribuciones como "ingresos corrientes" e ignoran totalmente la "deuda" que se genera como contrapartida. Cuando la población es joven, los aportes superan ampliamente a los pagos de jubilaciones, los gobiernos anuncian contentos que tienen un "superávit" fiscal y hacen planes para gastarlos, mientras que las "deudas no registradas" son siempre ignoradas. Cuando la población envejece los ingresos se estancan o caen, los pagos de jubilaciones crecen, las cuentas públicas de desbalancean y el gobierno debe recurrir al endeudamiento "registrado" para cumplir con sus promesas. En realidad, lo que está pasando es que la "deuda no registrada" se está transformando gradualmente en registrada. A modo de ejemplo basta mencionar que en el caso particular de Grecia las transferencias sociales (en su mayoría, pagos de jubilaciones) se incrementaron en forma sostenida durante los últimos años y en la actualidad exceden el 20% del PIB (lo que representa el 50% de los gastos fiscales primarios de ese país), mientras que los aportes al sistema permanecen estancados y sólo representan el 13,6% del PIB. La deuda registrada se elevó al 130% del PIB y la deuda "no registrada" al 450%. Esta situación se agravará sensiblemente en Grecia en el futuro puesto que la población en edad de trabajar comenzará a disminuir este año, y la población total lo haría en el año 2017. Diversas estimaciones muestran que, de no reformarse el sistema, el desequilibrio en el sistema de seguridad social se incrementaría en casi 17% del PIB en las próximas décadas, no contando este país con los recursos económicos para financiar estos desequilibrios.A pesar de esta evidencia, Grecia se negó sistemáticamente a reconocer los efectos económicos negativos del envejecimiento. Hasta hace poco existían 133 cajas de jubilaciones y la edad jubilatoria promedio era de sólo 57 años. La reciente propuesta de elevar la edad de retiro (solución inevitable y aprobada por el Parlamente) generó airadas protestas de la población. Esta situación es común a todos los países europeos, pero pocos tomaron medidas para atenuar sus efectos (Noruega, Dinamarca, Alemania). La población en Europa (incluyendo Europa del Este y Rusia) en 1950 era de 547 millones de personas, con una edad promedio de 29,7 años y una expectativa de vida de 65 años. De ese total 292 millones estaban en edad de trabajar y superaban en 4,4 veces a los mayores de 60 años (66 millones).La situación en 2010 es totalmente distinta. La población se incrementó a 738 millones (una tasa de crecimiento de sólo 0,5% por año), con un incremento de la edad media a 40,2 años y en la expectativa de vida 76,1 años. La cantidad de personas en edad de trabajar se incrementó a 422 millones (45%), pero la de personas en edad de retiro se incrementó a 161 millones (143%), por lo que la relación entre ambos grupos se redujo a casi la mitad (2,61 veces). Las proyecciones para las próximas décadas muestran la gravedad de la situación. Se estima que para el 2050 la población total europea se reducirá a 691 millones de personas, que la cantidad de personas entre 20 y 69 años se reducirá a 317 millones (una caída del 25%) y que la cantidad de personas mayores de 60 años se elevará a 236 millones (una suba del 47%), por lo que la relación entre estos dos últimos grupos se reducirá a sólo 1,34. Los efectos económicos, financieros y fiscales de estas tendencias son dramáticos y ya se hicieron explícitos en el caso griego. Europa (y otros países) deben entender los graves efectos económicos del envejecimiento y tomar medidas oportunas para atenuarlos. Ya han perdido mucho tiempo, pero todavía pueden evitar los efectos más graves. La actual crisis es bienvenida si es que los hace recapacitar.

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domingo, 9 de mayo de 2010

Grecia: sólo la punta de un iceberg. Por Nouriel Roubini


Muchas veces en la historia hubo crisis financieras. Son provocadas por burbujas insostenibles que estallan y por una toma de riesgo y apalancamiento de deuda excesivos del sector privado mientras dura la burbuja. Luego, como consecuencia del colapso económico y como parte de la respuesta a ese colapso, las deudas y déficits de los gobiernos crecen hasta llegar a niveles insostenibles que pueden llevar al default o a la alta inflación si no se los corrige.


La crisis que estamos viviendo sigue este patrón. Hoy se habla mucho de “desapalancamiento”, pero los datos indican que el desapalancamiento prácticamente no empezó. Los índices de endeudamiento de empresas y hogares estadounidenses se estabilizaron, en términos generales, en niveles altos. Al mismo tiempo, estamos ante un “reapalancamiento” generalizado del sector público, con déficits fiscales del orden del 10% del PBI.
El FMI y la OCDE proyectan que el stock de deuda pública en las economías avanzadas va a duplicarse y rondar el nivel del 100% del PBI en los próximos años.
En rigor, todo esto es lo que suele ocurrir en una crisis financiera. ¿Qué es lo que explica este reapalancamiento? Primero, los “estabilizadores automáticos” (como el pago por desempleo) entraron a jugar durante la recesión. Segundo, las políticas fiscales contracíclicas (como bajas de impuestos y subas del gasto) que adoptaron los gobiernos para evitar la depresión porque la demanda privada colapsa. Tercero, decidimos socializar parte de las pérdidas privadas de los sectores financiero, empresario e inmobiliario y ponerlas en el balance del gobierno.
Así, se produce una acumulación impresionante de deuda pública. Y la lección de la historia es que a menos que esta masa de deuda soberana sea encarada finalmente con subas de impuestos y control del gasto, existen sólo dos desenlaces posibles: default o inflación.
Históricamente, hemos visto una serie de defaults y crisis de deuda soberana tanto en economías avanzadas como en emergentes. Si uno es de un país como EE.UU., el Reino Unido o Japón, que pueden monetizar sus déficits fiscales, no tendrá un problema con la deuda soberana sino una inflación que erosione el valor de la deuda pública. Por eso, la inflación es básicamente una transferencia de capital de acreedores ahorrativos a deudores no ahorrativos, sobre todo del sector privado al público.
Grecia sólo es la punta del iceberg de un abanico de crisis fiscales. Mañana le tocará a España, Portugal, Irlanda, Islandia. Tarde o temprano, Japón y EE.UU. estarán en el ojo del problema, lo que hará temblar a la economía mundial.
Debemos reconocer que nos encontramos en la siguiente etapa de la crisis financiera. Lo que sigue serán no las obligaciones del sector privado, sino las obligaciones del sector público.
La reactivación del crecimiento económico, por sí sola, no va a generar suficientes ingresos fiscales para mitigar esta crisis de deuda soberana. Los déficits fiscales son enormes y estructurales. No se deben solamente a una caída cíclica del crecimiento sino a compromisos de largo plazo, como jubilaciones, seguridad social y salud.
Para evitar el default o la inflación, las economías avanzadas necesitarán alguna forma de subir los ingresos a través de gravámenes y recorte del gasto público. En Europa, donde los impuestos ya son bastante altos, el ajuste correcto es reducir el gasto y no subir más los impuestos. En EE.UU., la carga tributaria promedio como parte del PBI es mucho más baja. El ajuste correcto sería elevar los ingresos en forma gradual para no destruir la recuperación mientras se controla el crecimiento del gasto público. Lo que más me inquieta es la indefinición política de Washington. Aunque todos coinciden en que los déficits de US$ 10 billones (según cálculos del gobierno) para la próxima década no son sostenibles, no hay voluntad política de actuar.
Si los republicanos toman el control de la Cámara de Representantes en la próxima elección y rechazan cualquier aumento de ingresos y, a su vez, los demócratas vetan recortes de gastos, el camino más fácil serán los déficits fiscales galopantes que entonces serán monetizados por la Reserva, ya embarcada en este camino. Sólo el año pasado, la Fed compró US$ 1,8 billones de valores del Tesoro y deuda de organismos, un curso que, de no modificarse, inevitablemente desembocará en una inflación elevada. Es lo que popularmente se conoce como imprimir dinero.


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¿Podrá sobrevivir el euro tras esta crisis? Por Joseph Stiglitz


La crisis financiera griega puso en riesgo la supervivencia misma del euro. En el momento de su creación, a muchos los preocupaba la viabilidad de la moneda a largo plazo. Cuando todo salió bien, esas preocupaciones pasaron al olvido. Pero el interrogante sobre cómo se aplicarían los ajustes si parte de la eurozona resultara afectada por un fuerte shock adverso perduró. Corregir el tipo de cambio y delegar la política monetaria al Banco Central Europeo eliminó dos recursos primordiales a través de los cuales los gobiernos nacionales estimulan sus economías para evitar la recesión. ¿Qué podía reemplazarlos?


La eliminación de barreras legales para el movimiento de trabajadores creó un mercado laboral único, pero las diferencias lingüísticas y culturales hacen que la movilidad laboral al estilo norteamericano resulte inalcanzable. Es más, Europa no tiene manera de ayudar a aquellos países que enfrentan problemas serios. Para los países más pequeños de la UE, la lección es clara: si no reducen sus déficits presupuestarios, existe un riesgo elevado de un ataque especulativo, con pocas esperanzas de una ayuda adecuada por parte de sus vecinos, al menos no sin limitaciones presupuestarias procíclicas que resultarán dolorosas y contraproducentes. Puede resultar útil analizar los problemas del euro desde una perspectiva global. Estados Unidos se ha quejado de los superávits (comerciales) de cuenta corriente de China; pero, como porcentaje del PBI, el superávit de Alemania es aún mayor. Supongamos que el euro se creó para que el comercio en la eurozona en su totalidad fuera equilibrado. En ese caso, el superávit de Alemania implica que el resto de Europa está en déficit. Y el hecho de que estos países importen más de lo que exportan contribuye a sus economías débiles. EE.UU. se ha quejado históricamente de la negativa china de permitir que se aprecie su tipo de cambio en relación al dólar. Pero el sistema del euro implica que el tipo de cambio de Alemania no puede aumentar en relación a los otros miembros de la eurozona. Si el tipo de cambio aumentara, a Alemania le costaría más exportar, y su modelo económico, basado en exportaciones fuertes, enfrentaría un desafío. Al mismo tiempo el resto de Europa exportaría más, el PBI aumentaría y el desempleo se reduciría. Alemania (como China) ve sus ahorros elevados y sus proezas exportadoras como virtudes, no vicios. Pero Keynes decía que los superávits conducen a una débil demanda agregada global -los países que tienen superávits ejercen una "externalidad negativa" en sus socios comerciales. De hecho, Keynes creía que eran los países con superávits, mucho más que los países con déficits, los que planteaban una amenaza a la prosperidad global; incluso llegó a recomendar un impuesto a los países con superávits.No debería obligarse a los países cuyos déficits aumentaron como resultado de la recesión global a caer en una espiral mortal -como ocurrió con Argentina. Una solución que se propone es que esos países pergeñen el equivalente de una devaluación -una disminución uniforme de los salarios. En mi opinión, esto es inalcanzable, y sus consecuencias distributivas son inaceptables. Las tensiones sociales serían enormes. Es una fantasía.Existe una segunda solución: la salida de Alemania de la eurozona o la división de la eurozona en dos subregiones. El euro fue un experimento interesante, pero, como el casi olvidado mecanismo de tipo de cambio (MTC) que lo antecedió y se desintegró cuando los especuladores atacaron la libra británica en 1992, carece del respaldo institucional necesario para que funcione. Existe una tercera solución que es la más promisoria: implementar las reformas institucionales, incluyendo el marco fiscal necesario, que deberían haberse implementado cuando se creó el euro. No es demasiado tarde para que Europa implemente estas reformas y, así, estar a la altura de los ideales, basados en la solidaridad, que subyacen la creación del euro. Pero si Europa no puede hacerlo, entonces quizá sea mejor admitir el fracaso y pasar a otra cosa en lugar de pagar un precio elevado en materia de desempleo y sufrimiento humano en nombre de un modelo económico fallido.


* Stiglitz es Premio Nobel de Economía

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