domingo, 4 de octubre de 2009

Argentina en el G-20. Por Diego Guelar

La crisis de 2008 llevó a las naciones más desarrolladas a decidir ampliar consenso sobre las medidas a adoptar y que el G-7 deje su lugar al G-20, que integra Argentina. ¿Por qué?
Porque en 1999 era el país más creíble y estable de América latina en lo político y económico, cuando Lula era percibido más como una amenaza que como el dirigente extraordinario que hoy es, y porque México recién en el año 2000 comenzaría su democracia plena después de 70 años del PRI en el Poder. Porque participó en 23 misiones de paz de la ONU y fuimos el único país de la región que envió un contingente a la guerra por la liberación de Kuwait bajo mandato de la ONU.
Es decir, fue por el prestigio ganado durante los 80 y 90 que formamos parte del grupo de los 20.
Pese al default de 2001 y el comportamiento internacional adoptado por la administración del matrimonio Kirchner, Argentina no fue retirada o suspendida del grupo por su rol histórico y la expectativa que lo retome en plenitud en el futuro. Ese es nuestro gran desafío. El G-20 se constituirá en el foro más importante respecto de las decisiones macroeconómicas que gobernarán el mundo en las próximas décadas. Ahí se perfilarán las grandes líneas que guiarán al sistema político, financiero y comercial global. Sus iniciativas se materializarán en el FMI, la ONU y la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Los otros dos países de la región que lo integran –México y Brasil– alcanzaron un nivel de desarrollo y credibilidad muy alto y, si no reaccionamos a tiempo, Chile, Colombia o Perú nos reemplazarán en el corto plazo. Ya hay voces que reclaman ese cambio. Es imperioso que entendamos e interpretemos nuestra historia como un proceso único e indivisible. Y esto debe incluir tanto nuestro pasado inmediato como la transición ordenada hacia una nueva administración en 2011.
El resultado de nuestra historia bicentenaria es que hemos alcanzado un grado de consideración universal muy notable. No la pongamos en riesgo ni profundicemos nuestro retroceso. El destino de las generaciones futuras está en juego.
*Secretario de Relaciones Internacionales de PRO.
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¿Un dólar casi fijo? Por Eduardo Curia

Al presentar el proyecto de presupuesto para 2010, el ministro de Economía aludió a la cuestión cambiaria. Señaló al respecto valores referenciales: un dólar de $ 3,95 para 2010 y otro de $ 4,15 para 2011. No es del todo clara la significación que poseen las remisiones numéricas del presupuesto a diversas variables de orden macroeconómico como, por ejemplo, la de inflación, la cambiaria y la del propio PBI. ¿Son estimaciones, compromisos, orientaciones de política o guías para los operadores?

El estatus luce más evidente respecto de los gastos presupuestados: serían autorizaciones a gastar que –se presume– serán ejercidas por el Estado (por supuesto, también hay un cálculo de recursos). Asumiendo las referencias cambiarias, se advierte que con relación al valor actual del dólar, de algo más de $ 3,80, tendríamos –claro que se habla de promedios– una actualización del 2% de cara a 2010, más una proporción algo mayor para 2011 (sobre el nivel anterior). Traducción: atisba con el dólar un régimen cambiario reptante, inherente a un cuasi peg –o sea, un cambio casi fijo–, que recuerda al aplicado por Redrado tiempo atrás, por un lapso extendido. El tema lanza severas implicancias en diversos frentes, comenzando por la perspectiva competitiva. Esto repercute en materia de actividad, de empleo y de desempeño fiscal. Si atendemos a la serie del llamado tipo de cambio real multilateral –TCRM–, que cultiva el Banco Central, y partiéramos de fines de 2001 hasta hoy, estaríamos en el pico de competitividad. Una plétora competitiva. Por nuestro lado, consideramos poco representativo al TCRM. Bajo la excusa que refleja una canasta de monedas, pese a la gran densidad contractual en dólares de nuestro comercio exterior, el dólar sólo detenta una escuálida ponderación en esa canasta del 12%. El real brasileño, a su vez, la triplica, aun cuando con Brasil existen vinculaciones que acotan la gravitación del tipo de cambio. Asimismo, como señala Frenkel, la medición del Banco Central emplea como deflactor interno el índice de precios minoristas del INDEC. Algo poco recomendable, dado el déficit de credibilidad de ese índice. Sería preferible, por ejemplo, el uso de los salarios, que traducen mejor la inflación efectiva. Por ende, nos parece que esa plétora competitiva es, en gran parte, un espejismo. Con el ajuste del dólar que terminó imponiéndose a finales de 2008 y a inicios de este año, la pérdida de paridad competitiva respecto del nivel propicio al crecimiento sustentable se redujo del 40% –mediados de 2008– al 25%. Por todo esto, en el tema cambiario, la señal presupuestaria luce controversial y dará que hablar. Máxime, cuando el notable éxito de la estrategia de 2003-2007 tuvo como eje el cambio competitivo. Desde ya, también pesará en el asunto el registro –efectivo y creíble– de la inflación de 2010. Supongamos que se cumple sin suspicacias la referencia del 6/8 por ciento. Como la alusión a los $ 3,95 por dólar es un promedio, esto podría suponer un valor tal de la divisa a fines de 2010 que implicara, para ese momento, un ajuste “punta a punta” de alrededor del 7%. ¡Sería como un crawl cambiario! Y no se perdería más competitividad (habría que ver qué pasa con los salarios). Con una inflación concreta superior, se acentuaría el retraso cambiario. No se nos escapa que enfrentamos un sinfín de divagues. Este artículo no es ajeno a ello. Ocurre que con relación a los guarismos de variables claves como el tipo de cambio y la inflación, no sabemos bien si se trata de estimaciones, hipótesis u objetivos de política. Y si es esto último, cómo se los consigue en realidad. Pero sí cabe afirmar que cuanto más se apoye el núcleo estratégico en la opción del apalancamiento financiero externo, tanto mayor será en lo inmediato –por lógica– la tentación de contar con un dólar fijo o algo similar. Lo que daría respuesta en algunos frentes, pero dejaría serios cabos sueltos en otros. Por todo lo que implica, esta disyuntiva promete ser el “tema de los temas”.
*Economista.
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Misión no cumplida. Por Paul Krugman


Las acciones suben. Ben Bernanke dice que la recesión ha terminado. Y percibo una disposición cada vez mayor entre los mandamases a declarar la "misión cumplida" en cuanto a la lucha contra la crisis. No paro de oír que es hora de dejar de centrarnos en el estímulo económico para ocuparnos del déficit presupuestario.
Pues no, no es así. Y la complacencia que ahora se está adueñando de la visión de la situación de la economía es tan absurda como peligrosa.

Sí, la Reserva Federal y la Administración de Obama nos han "apartado del borde del precipicio" (el título de un nuevo informe de Christina Romer, que dirige el Consejo de Asesores Económicos). Sostiene de forma convincente que la política expansionista nos ha salvado de una posible repetición de la Gran Depresión.
Pero, aunque no tener otra depresión es bueno, todo indica que, a menos que el Gobierno haga mucho más de lo que actualmente está previsto para ayudar a la economía a recuperarse, el mercado laboral (un mercado en el que actualmente hay seis veces más personas buscando trabajo que puestos vacantes) seguirá en una situación terrible durante años.
De hecho, la previsión económica de la propia Administración (una previsión que tiene en cuenta los puestos de trabajo adicionales que el Gobierno dice que se crearán gracias a sus políticas) es que la tasa de paro, que estaba por debajo del 5% hace tan sólo dos años, será de media del 9,8% en 2010, del 8,6% en 2011 y del 7,7% en 2012.
Esto no debería considerarse una perspectiva aceptable. Por un lado, implica una enorme cantidad de sufrimiento durante los próximos años. Además, un paro que siga tan alto durante tanto tiempo hará que el futuro de Estados Unidos sea muy sombrío.
Cualquiera que piense que estamos haciendo lo suficiente para crear empleo debería leer un nuevo informe de John Irons, del Instituto de Política Económica, que describe la "cicatriz" que es probable que deje un paro alto y prolongado. Entre otras cosas, Irons señala que una prolongada tasa de paro de la magnitud que ahora se prevé conduciría a un enorme aumento de la pobreza infantil; y que hay pruebas innegables de que los niños que crecen en la pobreza tienen una probabilidad preocupante de arruinar su vida.
Este coste humano debería ser nuestra principal preocupación, pero las consecuencias en dólares y céntimos también son funestas. Las previsiones de la Oficina Presupuestaria del Congreso, por ejemplo, indican que durante el periodo de 2010 a 2013 (es decir, sin contar las pérdidas que ya hemos sufrido), la "brecha de producción", la diferencia entre lo que la economía podría haber producido y lo que realmente produce, será de más de dos billones de dólares. Eso son billones de dólares de potencial productivo tirados por la borda.
Pero esperen. La cosa se pone peor. Un nuevo informe del Fondo Monetario Internacional muestra que la clase de recesión que hemos tenido, una recesión causada por una crisis financiera, suele producir daños a largo plazo en las perspectivas de crecimiento de un país. "La trayectoria de la producción tiende a caer sustancial y persistentemente después de las crisis bancarias".
Sin embargo, el mismo informe indica que no se trata de algo inevitable: "Encontramos que una respuesta de política fiscal a corto plazo más enérgica" -y con esto se refieren a un aumento temporal del gasto público- "se asocia de forma significativa a unas pérdidas de producción menores a medio plazo".
Así que deberíamos estar haciendo mucho más de lo que hacemos para impulsar la recuperación económica, no sólo porque así se reduciría nuestro sufrimiento actual, sino también porque mejorarían nuestras perspectivas a largo plazo.
¿Pero podemos permitirnos hacer más: ofrecer más ayuda a los parados y los gobiernos estatales que se ven acorralados, gastar más en infraestructuras, ofrecer créditos fiscales a los empresarios que creen empleo? Sí, podemos.
Es una creencia generalizada que tratar de ayudar a la economía ahora genera beneficios a corto plazo a costa de pérdidas a largo plazo. Pero, como acabo de señalar, desde el punto de vista del país en su conjunto, las cosas no funcionan así en absoluto. La crisis está causando daños a largo plazo en nuestra economía y sociedad, y mitigar esa crisis nos conducirá a un futuro mejor.
Lo que es verdad es que gastar más en la recuperación y en reconstrucción empeoraría la situación fiscal del Gobierno. Pero, incluso en eso, la creencia generalizada exagera muchísimo las cosas. Los verdaderos costes fiscales de apoyar la economía son sorprendentemente pequeños.
Ya ven, gastar dinero ahora equivale a una economía más fuerte, tanto a corto como a largo plazo. Y una economía más fuerte equivale a más ingresos, lo que compensa una gran parte del coste inicial. Los cálculos, grosso modo, indican que la compensación no llega al 100%, de modo que el estímulo fiscal no sale del todo gratis. Pero cuesta mucho menos de lo que uno pensaría tras escuchar lo que se supone que es una discusión informada.
Miren, yo sé que más estímulo es una política difícil de vender. Pero es urgentemente necesario. La pregunta no debería ser si podemos permitirnos hacer más para impulsar la recuperación. Debería ser si podemos permitirnos no hacerlo. Y la respuesta es no.
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © 2009 New York Times Service. Traducción de News Clips.

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