domingo, 9 de mayo de 2010

Grecia: sólo la punta de un iceberg. Por Nouriel Roubini


Muchas veces en la historia hubo crisis financieras. Son provocadas por burbujas insostenibles que estallan y por una toma de riesgo y apalancamiento de deuda excesivos del sector privado mientras dura la burbuja. Luego, como consecuencia del colapso económico y como parte de la respuesta a ese colapso, las deudas y déficits de los gobiernos crecen hasta llegar a niveles insostenibles que pueden llevar al default o a la alta inflación si no se los corrige.


La crisis que estamos viviendo sigue este patrón. Hoy se habla mucho de “desapalancamiento”, pero los datos indican que el desapalancamiento prácticamente no empezó. Los índices de endeudamiento de empresas y hogares estadounidenses se estabilizaron, en términos generales, en niveles altos. Al mismo tiempo, estamos ante un “reapalancamiento” generalizado del sector público, con déficits fiscales del orden del 10% del PBI.
El FMI y la OCDE proyectan que el stock de deuda pública en las economías avanzadas va a duplicarse y rondar el nivel del 100% del PBI en los próximos años.
En rigor, todo esto es lo que suele ocurrir en una crisis financiera. ¿Qué es lo que explica este reapalancamiento? Primero, los “estabilizadores automáticos” (como el pago por desempleo) entraron a jugar durante la recesión. Segundo, las políticas fiscales contracíclicas (como bajas de impuestos y subas del gasto) que adoptaron los gobiernos para evitar la depresión porque la demanda privada colapsa. Tercero, decidimos socializar parte de las pérdidas privadas de los sectores financiero, empresario e inmobiliario y ponerlas en el balance del gobierno.
Así, se produce una acumulación impresionante de deuda pública. Y la lección de la historia es que a menos que esta masa de deuda soberana sea encarada finalmente con subas de impuestos y control del gasto, existen sólo dos desenlaces posibles: default o inflación.
Históricamente, hemos visto una serie de defaults y crisis de deuda soberana tanto en economías avanzadas como en emergentes. Si uno es de un país como EE.UU., el Reino Unido o Japón, que pueden monetizar sus déficits fiscales, no tendrá un problema con la deuda soberana sino una inflación que erosione el valor de la deuda pública. Por eso, la inflación es básicamente una transferencia de capital de acreedores ahorrativos a deudores no ahorrativos, sobre todo del sector privado al público.
Grecia sólo es la punta del iceberg de un abanico de crisis fiscales. Mañana le tocará a España, Portugal, Irlanda, Islandia. Tarde o temprano, Japón y EE.UU. estarán en el ojo del problema, lo que hará temblar a la economía mundial.
Debemos reconocer que nos encontramos en la siguiente etapa de la crisis financiera. Lo que sigue serán no las obligaciones del sector privado, sino las obligaciones del sector público.
La reactivación del crecimiento económico, por sí sola, no va a generar suficientes ingresos fiscales para mitigar esta crisis de deuda soberana. Los déficits fiscales son enormes y estructurales. No se deben solamente a una caída cíclica del crecimiento sino a compromisos de largo plazo, como jubilaciones, seguridad social y salud.
Para evitar el default o la inflación, las economías avanzadas necesitarán alguna forma de subir los ingresos a través de gravámenes y recorte del gasto público. En Europa, donde los impuestos ya son bastante altos, el ajuste correcto es reducir el gasto y no subir más los impuestos. En EE.UU., la carga tributaria promedio como parte del PBI es mucho más baja. El ajuste correcto sería elevar los ingresos en forma gradual para no destruir la recuperación mientras se controla el crecimiento del gasto público. Lo que más me inquieta es la indefinición política de Washington. Aunque todos coinciden en que los déficits de US$ 10 billones (según cálculos del gobierno) para la próxima década no son sostenibles, no hay voluntad política de actuar.
Si los republicanos toman el control de la Cámara de Representantes en la próxima elección y rechazan cualquier aumento de ingresos y, a su vez, los demócratas vetan recortes de gastos, el camino más fácil serán los déficits fiscales galopantes que entonces serán monetizados por la Reserva, ya embarcada en este camino. Sólo el año pasado, la Fed compró US$ 1,8 billones de valores del Tesoro y deuda de organismos, un curso que, de no modificarse, inevitablemente desembocará en una inflación elevada. Es lo que popularmente se conoce como imprimir dinero.


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