jueves, 11 de junio de 2009

El regreso al FMI: ¿destino o elección? Por Aldo Ferrer


(Nota publicada en Infobae - Jueves 11 de junio de 2009)

En los últimos tiempos se escucha con frecuencia el pronóstico de que la Argentina volverá a recurrir a la asistencia del FMI por dos motivos principales:
Por una parte, porque la economía se encamina inevitablemente a un nuevo déficit en sus pagos internacionales y, por lo tanto, a la imposibilidad de cumplimiento de los vencimientos de su deuda externa. Aunque el riesgo no sería inminente sí es acuciante el deterioro de las expectativas y, consecuentemente, la amenaza de una mayor fuga de capitales y pérdida de reservas del Banco Central.
El respaldo del FMI sería así urgente e indispensable para confirmar que el país cumplirá sus compromisos, lo cual mejoraría la confianza de los mercados sobre el futuro de la economía argentina y permitiría el acceso al crédito internacional.
Por la otra, porque la actual crisis financiera internacional provoca un cambio en los criterios operativos del FMI y, actualmente, podría contarse con su asistencia sin las rigurosas condicionalidades del pasado.
En resumen, necesidades imperiosas y un FMI benevolente, conducirían a que el país vuelva a ser deudor del Fondo. Ésta es una cuestión mucho más importante que el empleo de un instrumento disponible para resolver un problema de financiamiento externo. Atendiendo al desempeño, real y simbólico, que el FMI tuvo, desde el golpe de Estado de 1976 hasta la crisis terminal del 2001/2002, se trata de un tema estratégico del desarrollo del país. El Fondo estuvo, en efecto, asociado a la implantación del paradigma neoliberal, es decir, la ideología del mundo del dinero, en ese prolongado período de veinticinco años, el peor en la historia de la economía argentina.
En ese trasfondo histórico, la cancelación de la deuda con el FMI tuvo el enorme valor simbólico de un cambio trascendente. Nada menos que la recuperación del ejercicio de la soberanía en el despliegue de la política económica. Esto fue posible porque el país resolvió la crisis del 2001y principios del 2002 con recursos propios, sin pedirle nada a nadie y asumiendo el comando soberano de los instrumentos fundamentales de su política económica: la moneda, las finanzas públicas y los pagos internacionales. Sobre estas bases, sin el apoyo del FMI, sino, más bien, con su perspectiva crítica frente a la heterodoxia argentina, fue posible el exitoso canje de deuda del 2005 y la notable recuperación de la economía hasta fines del año pasado.
Volver al FMI es así una cuestión de una extraordinaria significación real y simbólica. Por lo tanto, es indispensable analizar los fundamentos del pronóstico comentado para saber si tal regreso es la consecuencia inevitable de un destino manifiesto de ser deudor del FMI o, en cambio, el resultado de reincidir en la elección, por nuestro propio país, de malas políticas. Empecemos por explorar el argumento de que el FMI ha cambiado y ahora prestaría su apoyo sobre criterios distintos de los del pasado. Es previsible que la crisis financiera global introducirá nuevas normas regulatorias en el mundo del dinero y el comportamiento de las agencias financieras internacionales, es decir, el FMI y el Banco Mundial. Pero la crisis no ha transformado la distribución del poder en el sistema mundial ni los intereses fundamentales de las economías hegemónicas actuales y emergentes. No es así imaginable que las reglas de la globalización y el comportamiento del FMI cambien tanto como para subordinar los intereses de las mayores potencias al bienestar general ni para impulsar, en las economías periféricas, toda la heterodoxia y la densidad nacional necesarias para el desarrollo. Porque éste fue y es, siempre y en todos los casos, un proceso de construcción dentro de cada país, vinculado al mundo y afirmado, en primer lugar, en el despliegue soberano de los recursos propios y del diseño de la estrategia de acumulación y transformación. Como enseñó Prebisch, los requisitos del desarrollo de los países de la periferia son incompatibles con el pensamiento hegemónico de los países centrales que fue y, presumiblemente, seguirá siendo, a pesar de la actual crisis del mundo del dinero, predominante en los criterios del FMI.
En resumen, en el futuro puede haber un FMI light, pero no un Fondo desarrollista y promotor de la construcción nacional de las economías periféricas. Una de las condicionalidades previsibles de un eventual préstamo contingente del FMI a la Argentina sería, sin duda, la aplicación de un tipo de cambio de equilibrio de mercado (TCEM), el cual demolería la competitividad de toda la actividad productora de bienes transables distintos de los fundados en los recursos naturales. La recuperación de la economía argentina en los últimos años se explica, precisamente, por haber aplicado un tipo de cambio de equilibrio desarrollista (TCED) no un TCEM. Puede verse a este respecto mi nota del 14 de agosto último, en este mismo espacio. Volver al FMI sería así repetir los fracasos del pasado y abandonar un proyecto viable de industrialización, gestión del conocimiento y desarrollo nacional.
El segundo fundamento del pronóstico del próximo pedido de ayuda de la Argentina al FMI es el inexorable desequilibrio en los pagos internacionales del país, resultante de la crisis mundial. Esto puede o no suceder, pero no es una consecuencia inevitable de los acontecimientos externos sino, en todo caso, de nuestras propias respuestas frente a la crisis. Algunos de los pronosticadores del pedido de ayuda de la Argentina al FMI, señalan, justificadamente, que una de las causas del progresivo deterioro en los pagos internacionales radica en la apreciación del peso. Sin embargo, en vez de recomendar resolver el problema, toman la apreciación cambiaria como un dato.
Hasta ahora, la evidencia es concluyente. La Argentina está resistiendo bien el tsunami financiero internacional e, incluso, soportó una importante fuga de capitales, sin descalabrar su sistema financiero, sus finanzas públicas ni pagos internacionales. El Gobierno está en el comando de los principales instrumentos de la política económica, lo cual le permitiría fortalecer la competitividad de la producción nacional, consolidar el balance comercial y la cuenta corriente del balance de pagos, aumentar las reservas del Banco Central y transmitir señales contundentes de que el país puede seguir financiándose con recursos propios. Es sobre estas bases, no volviendo a pedir ayuda al FMI, sobre las cuales, más temprano que tarde, volverá el crédito internacional, pero no ya sustituyendo al ahorro interno ni imponiendo los criterios de la política económica argentina. Esas mismas bases son esenciales para el éxito de las diversas medidas en marcha destinadas a sostener la demanda efectiva, la producción y el empleo. Estamos, en efecto, viviendo con lo nuestro que es, por otra parte, en situaciones externas críticas como la actual y en cualquier caso, la única forma de crecer y elevar la calidad de vida. Es decir, abiertos al mundo en el comando de nuestro propio destino. Vale la pena recordar que esto es lo que han hecho siempre, antes y ahora, los países exitosos. En resumen: volver al FMI no es un destino inevitable, pero es una elección posible.

La forma más efectiva de lograrlo es perder el control de las variables macroeconómicas y deteriorar la competitividad de la producción nacional. El consecuente déficit de la cuenta corriente del balance de pagos y la fuga de capitales provocarían un escenario negativo en el cual el FMI aparecería, otra vez, como la tabla de salvación.
Más allá de la actual coyuntura, el pronóstico sobre el retorno al FMI enmascara dilemas actuales y conflictos históricos no resueltos. Detrás del mismo está la expectativa ortodoxa de que la única forma de disciplinar la heterodoxia de este país, ahora díscolo, es subordinarlo, otra vez, a la racionalidad del mundo del dinero. Ni aun el derrumbe de ese mundo en el orden global desanima a sus epígonos criollos.
Es entonces indispensable volver a recordar que el ahorro argentino alcanza actualmente a cerca del 30% del PBI, equivalentes a más de u$s100.000 millones anuales. Esta es la fuente fundamental de la acumulación, de la viabilidad financiera y del ejercicio de la soberanía. Lo fundamental es, entonces, consolidar el convencimiento de que el lugar más rentable y seguro para invertir el ahorro argentino es nuestro propio país. Si se logra, se abrirá el acceso al crédito internacional pero, entonces, conviene insistir, como complemento y no sustituto del ahorro interno.

Desde la perspectiva argentina resulta así indispensable seguir manteniendo una relación normal con el FMI, que es aquella que mantienen los países que no le deben nada.


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