La célebre frase del general Perón referida a la escalada precios-salarios, que los sindicalistas desempolvan en cada negociación paritaria, comenzó a ser adaptada por varios dirigentes empresarios con relación al tipo de cambio. La polémica fue alimentada luego por la extrema sensibilidad que existe sobre el tema en la Argentina, donde el aumento de un centavo en la cotización del dólar suele aparecer en la tapa de los diarios y hace perder la perspectiva.
Cuando Eduardo Buzzi, titular de Federación Agraria, dijo que el dólar debía costar 4 pesos se ganó un titular periodístico, pero pocos repararon en que ese nivel significaría un alza de apenas 2,5% con respecto al cierre del viernes. Cuando Cristiano Rattazzi, presidente de Fiat, advirtió que la industria está perdiendo competitividad, abrió preventivamente otro paraguas. Como él, muchos empresarios exportadores temen que la mayor inflación y los aumentos salariales superiores al 25% que trae aparejada provoquen una suba de costos en dólares difícil de contrarrestar. Rattazzi sostiene que un ajuste de esa magnitud equipararía los salarios en dólares de la industria automotriz local con los de Brasil, y que, por la diferencia de tamaño de ambos mercados, será difícil atraer nuevos proyectos de inversión de este lado de la frontera.
Detrás de estas prevenciones hay una realidad. En los últimos siete meses, el tipo de cambio nominal sólo tuvo una suba de 1%: a mediados de septiembre de 2009 se ubicaba en 3,85 pesos por dólar y ahora, en abril de 2010, alcanza a 3,90. Ningún precio de la economía subió tan poco en ese período, con excepción de las congeladas y subsidiadas tarifas de servicios públicos y sólo para los usuarios de menores consumos.
De ahí a suponer que el Gobierno está utilizando al dólar "planchado" para evitar mayores presiones inflacionarias hay un solo paso. No por casualidad, en el Relevamiento de Expectativas de los Mercados (REM), que recoge semanalmente el Banco Central, las consultoras privadas prevén un tipo de cambio nominal de 4,16 pesos para diciembre de 2010. Este nivel representa una suba de 6,6% con respecto al actual y de 9,7% con relación a diciembre de 2009. O sea, menos de la mitad de la inflación minorista para este año, que la mayoría de los pronósticos privados sitúa en torno de 25%, una vez y media más que las inverosímiles estadísticas de inflación anual del Indec.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que si el Banco Central decidiera elevar el tipo de cambio nominal, deberá emitir más pesos para comprar parte del superávit comercial récord de este año. Y como también debe emitir cada vez más para financiar al Tesoro, esto lo obligaría a un fenomenal esfuerzo de esterilización para no aportar más combustible a la inflación.
Nadie lo va a admitir públicamente en un gobierno que decidió erradicar del diccionario la palabra "inflación" como único plan para combatirla. Pero más de un funcionario debe seguramente añorar las épocas kirchneristas en que un robusto superávit fiscal primario le permitía al Tesoro transferirle al BCRA los pesos con los cuales compraba dólares para atender sus obligaciones externas sin afectar el nivel inflacionario. Esto permitía mantener genuinamente un tipo de cambio real alto. Ahora ocurre a la inversa: con el vapuleado Fondo de Desendeudamiento (FoDe), el BCRA le transfiere dólares al Tesoro sin otra contrapartida que un pagaré a 10 años; y además emite pesos de sus ganancias contables de 2009 para financiar el desbordado aumento del gasto público. El único atenuante es que lo hace con cierto gradualismo para evitar una espiralización inflacionaria que, afortunadamente, descarta la mayoría de los economistas privados.
Otro fenómeno peculiar se verifica en el sistema financiero. En los últimos meses han crecido los depósitos a plazo fijo, cuya tasa de interés se ubica en torno de 9% anual. La explicación que aportan los banqueros es que los ahorristas no comparan la tasa con la inflación, sino con la evolución del dólar, lo cual hace que en cualquier momento puedan pasarse de moneda para realizar ganancias, aprovechando la ausencia de grandes fluctuaciones cambiarias. En sentido inverso, pero con el mismo propósito, operan quienes atesoraron dólares y hoy adelantan consumos (autos, televisores, electrodomésticos, refacciones de vivienda, etc.) para cubrirse de mayores subas de precios debido a las mayores expectativas inflacionarias. Esto torna más endeble para la última parte del año el fuerte repunte que registró la actividad económica en los últimos tres trimestres, cuando el PBI creció a una tasa anualizada del orden de 7 por ciento.
Pilares desequilibrados
El deterioro de las expectativas también tiene que ver con lo que ocurre con los tres pilares del "modelo" económico kirchnerista. El superávit fiscal desapareció con el imparable aumento del gasto público. El superávit comercial, en cambio, se fortalece con la cosecha récord de soja y la mayor demanda brasileña de productos industriales argentinos. El tipo de cambio real alto, a su vez, depende según se mire la foto o la película.
Las estadísticas del BCRA muestran que el tipo de cambio real multilateral (que relaciona el peso con una canasta de monedas) era en febrero 12,6% más alto que el de hace un año, pero 5,2% más bajo que en noviembre de 2009. La explicación es que hacia fin del año pasado se frenó en el mundo la depreciación del dólar frente a otras monedas y, en la Argentina, la sucesión de miniajustes del tipo de cambio nominal frente a una inflación más baja que la actual. Esta tendencia es corroborada por un cálculo del Estudio Broda, que registra entre marzo de 2010 y noviembre de 2009, caídas de 9,6% en el TCRM y de 7,3% del tipo de cambio real bilateral (peso/dólar). A valores reales de 2001 (previos a la convertibilidad), un dólar equivalía en marzo pasado a 1,30 pesos, frente a 1,41 en noviembre de 2009 y 1,55 en enero de 2008. Para fin de 2010, Broda prevé un deterioro de 14,3% en el TCRM con respecto a diciembre de 2009 y de 24,3% frente al promedio 2003/2006.
Para los exportadores, una mayor o menor rentabilidad depende del mercado o la moneda en que operan, así como del precio internacional y el volumen de lo que venden, pero una suba de costos en dólares los descoloca. El argumento del "lobby devaluacionista", como se lo califica en algunos despachos oficiales, apunta a subir el tipo de cambio nominal para licuarlos, pero eso tiene patas cortas si la mayor inflación resultante no permite mejorar o deteriora el tipo de cambio real.
El problema, entonces, es la inflación más que el dólar. Aunque en el mercado interno a muchos empresarios les convenga para hacer diferencias rápidas y a los dirigentes sindicales fortalecerse gestionando aumentos salariales impactantes, que no pueden obtener quienes no tienen la misma capacidad de presión, como la legión de jubilados, trabajadores en negro, cuentapropistas y desocupados. A más largo plazo, sin embargo, una alta inflación les complica la vida a todos. Incluso al propio Gobierno, que dice desconocerla y retuerce las estadísticas para ocultarla.
Cuando Eduardo Buzzi, titular de Federación Agraria, dijo que el dólar debía costar 4 pesos se ganó un titular periodístico, pero pocos repararon en que ese nivel significaría un alza de apenas 2,5% con respecto al cierre del viernes. Cuando Cristiano Rattazzi, presidente de Fiat, advirtió que la industria está perdiendo competitividad, abrió preventivamente otro paraguas. Como él, muchos empresarios exportadores temen que la mayor inflación y los aumentos salariales superiores al 25% que trae aparejada provoquen una suba de costos en dólares difícil de contrarrestar. Rattazzi sostiene que un ajuste de esa magnitud equipararía los salarios en dólares de la industria automotriz local con los de Brasil, y que, por la diferencia de tamaño de ambos mercados, será difícil atraer nuevos proyectos de inversión de este lado de la frontera.
Detrás de estas prevenciones hay una realidad. En los últimos siete meses, el tipo de cambio nominal sólo tuvo una suba de 1%: a mediados de septiembre de 2009 se ubicaba en 3,85 pesos por dólar y ahora, en abril de 2010, alcanza a 3,90. Ningún precio de la economía subió tan poco en ese período, con excepción de las congeladas y subsidiadas tarifas de servicios públicos y sólo para los usuarios de menores consumos.
De ahí a suponer que el Gobierno está utilizando al dólar "planchado" para evitar mayores presiones inflacionarias hay un solo paso. No por casualidad, en el Relevamiento de Expectativas de los Mercados (REM), que recoge semanalmente el Banco Central, las consultoras privadas prevén un tipo de cambio nominal de 4,16 pesos para diciembre de 2010. Este nivel representa una suba de 6,6% con respecto al actual y de 9,7% con relación a diciembre de 2009. O sea, menos de la mitad de la inflación minorista para este año, que la mayoría de los pronósticos privados sitúa en torno de 25%, una vez y media más que las inverosímiles estadísticas de inflación anual del Indec.
Sin embargo, también hay que tener en cuenta que si el Banco Central decidiera elevar el tipo de cambio nominal, deberá emitir más pesos para comprar parte del superávit comercial récord de este año. Y como también debe emitir cada vez más para financiar al Tesoro, esto lo obligaría a un fenomenal esfuerzo de esterilización para no aportar más combustible a la inflación.
Nadie lo va a admitir públicamente en un gobierno que decidió erradicar del diccionario la palabra "inflación" como único plan para combatirla. Pero más de un funcionario debe seguramente añorar las épocas kirchneristas en que un robusto superávit fiscal primario le permitía al Tesoro transferirle al BCRA los pesos con los cuales compraba dólares para atender sus obligaciones externas sin afectar el nivel inflacionario. Esto permitía mantener genuinamente un tipo de cambio real alto. Ahora ocurre a la inversa: con el vapuleado Fondo de Desendeudamiento (FoDe), el BCRA le transfiere dólares al Tesoro sin otra contrapartida que un pagaré a 10 años; y además emite pesos de sus ganancias contables de 2009 para financiar el desbordado aumento del gasto público. El único atenuante es que lo hace con cierto gradualismo para evitar una espiralización inflacionaria que, afortunadamente, descarta la mayoría de los economistas privados.
Otro fenómeno peculiar se verifica en el sistema financiero. En los últimos meses han crecido los depósitos a plazo fijo, cuya tasa de interés se ubica en torno de 9% anual. La explicación que aportan los banqueros es que los ahorristas no comparan la tasa con la inflación, sino con la evolución del dólar, lo cual hace que en cualquier momento puedan pasarse de moneda para realizar ganancias, aprovechando la ausencia de grandes fluctuaciones cambiarias. En sentido inverso, pero con el mismo propósito, operan quienes atesoraron dólares y hoy adelantan consumos (autos, televisores, electrodomésticos, refacciones de vivienda, etc.) para cubrirse de mayores subas de precios debido a las mayores expectativas inflacionarias. Esto torna más endeble para la última parte del año el fuerte repunte que registró la actividad económica en los últimos tres trimestres, cuando el PBI creció a una tasa anualizada del orden de 7 por ciento.
Pilares desequilibrados
El deterioro de las expectativas también tiene que ver con lo que ocurre con los tres pilares del "modelo" económico kirchnerista. El superávit fiscal desapareció con el imparable aumento del gasto público. El superávit comercial, en cambio, se fortalece con la cosecha récord de soja y la mayor demanda brasileña de productos industriales argentinos. El tipo de cambio real alto, a su vez, depende según se mire la foto o la película.
Las estadísticas del BCRA muestran que el tipo de cambio real multilateral (que relaciona el peso con una canasta de monedas) era en febrero 12,6% más alto que el de hace un año, pero 5,2% más bajo que en noviembre de 2009. La explicación es que hacia fin del año pasado se frenó en el mundo la depreciación del dólar frente a otras monedas y, en la Argentina, la sucesión de miniajustes del tipo de cambio nominal frente a una inflación más baja que la actual. Esta tendencia es corroborada por un cálculo del Estudio Broda, que registra entre marzo de 2010 y noviembre de 2009, caídas de 9,6% en el TCRM y de 7,3% del tipo de cambio real bilateral (peso/dólar). A valores reales de 2001 (previos a la convertibilidad), un dólar equivalía en marzo pasado a 1,30 pesos, frente a 1,41 en noviembre de 2009 y 1,55 en enero de 2008. Para fin de 2010, Broda prevé un deterioro de 14,3% en el TCRM con respecto a diciembre de 2009 y de 24,3% frente al promedio 2003/2006.
Para los exportadores, una mayor o menor rentabilidad depende del mercado o la moneda en que operan, así como del precio internacional y el volumen de lo que venden, pero una suba de costos en dólares los descoloca. El argumento del "lobby devaluacionista", como se lo califica en algunos despachos oficiales, apunta a subir el tipo de cambio nominal para licuarlos, pero eso tiene patas cortas si la mayor inflación resultante no permite mejorar o deteriora el tipo de cambio real.
El problema, entonces, es la inflación más que el dólar. Aunque en el mercado interno a muchos empresarios les convenga para hacer diferencias rápidas y a los dirigentes sindicales fortalecerse gestionando aumentos salariales impactantes, que no pueden obtener quienes no tienen la misma capacidad de presión, como la legión de jubilados, trabajadores en negro, cuentapropistas y desocupados. A más largo plazo, sin embargo, una alta inflación les complica la vida a todos. Incluso al propio Gobierno, que dice desconocerla y retuerce las estadísticas para ocultarla.