Existe algo llamado "enfermedad holandesa" y no se refiere a haber perdido las tres finales disputadas en el Mundial de Fútbol. Ese es un síndrome que increíblemente aún no ha recibido denominación. La expresión, surgida en el campo de la Economía, alude a un fenómeno observado en los Países Bajos durante la década de los 60, luego del descubrimiento de importantes yacimientos de gas natural. El análisis sistematizado de este fenómeno lo brindaron los economistas Corden y Neary en 1982 y su lógica es bien sencilla. La mayor abundancia de un recurso que se exporta genera un ingreso de divisas (dólares, diríamos en la Argentina) al país. Eso hace que la moneda doméstica se aprecie (o que el dólar valga cada vez menos en pesos según nuestra lógica más habitual). Así, mientras el sector en cuestión (gasífero en el caso original) vive su boom, la competitividad de las manufacturas se hace cuesta arriba: cada vez resulta más difícil exportarlas o sostener su producción local frente a las importaciones.
Esto que podría parecer una mera curiosidad intelectual está actualmente teniendo lugar en varios países de América latina, debido a que el precio de nuestras exportaciones primarias se ha incrementado significativamente en los años recientes. Detrás de ello se encuentra el fenomenal crecimiento chino de las últimas décadas, que transformó a esa economía en la segunda mayor del planeta y una gran aspiradora de materias primas. En el caso de nuestro país, el impacto se verifica en el precio internacional de nuestros principales cultivos (soja, maíz, trigo y girasol) que es hoy 2,3 veces mayor al de diez años atrás. Naturalmente, también se produjeron significativas mejoras tecnológicas en el sector agrícola (siembra directa, semillas genéticamente modificadas, tercerización y optimización de servicios que aprovechan las economías de escala, etc) lo que a su vez permitió un importante incremento en su producción. La combinación de ambos efectos explica el salto en el valor exportado de esos cultivos y sus derivados observada entre 2005 y 2010: pasó de 12.000 a 24.000 millones de dólares anuales, con la suba de precios aportando dos terceras partes del aumento y las mayores cantidades el tercio restante. Este escenario constituye una excelente noticia: el mayor poder de compra de nuestras exportaciones incrementa el ingreso de divisas a la economía, da margen para importar los insumos necesarios para nuestro aparato productivo y posibilita la acumulación de reservas en el BCRA. De hecho, de la bonanza se beneficiaron tanto el sector público (a través del cobro de retenciones) como los productores agropecuarios y sectores vinculados (expresado en la mayor actividad en muchas ciudades del interior, el precio de la tierra, la venta de departamentos, la demanda de vehículos, la modernización de la maquinaria, etc.). Pero la combinación de mayores precios y mayores cantidades de exportación también produce condiciones asimilables a la "enfermedad holandesa", generando una pérdida de competitividad para la industria. Y ello constituye un desafío al que se le debe prestar la debida atención. Dos son las maneras de contrarrestar los efectos perniciosos de esta situación: moderar la apreciación cambiaria y/o actuar activamente para incrementar la productividad de las manufacturas. Para hacer lo primero se pueden combinar distintas herramientas pero es fundamental ser riguroso en lo que hace a la política fiscal, administrando con inteligencia los ingresos fiscales extraordinarios. En 2007 Bachelet decidió volcar recursos excepcionales provenientes del cobre en un Fondo de Estabilización Económica y Social, que arrancó con un capital de 6000 millones de dólares. En meses el mismo llegó a acumular 20.000 millones y en el camino el ministro de Hacienda, Andrés Velasco, tuvo que soportar muchas presiones para no utilizarlos (es decir que no aceptó seguir calentando la economía cuando no se lo necesitaba). Gracias a ello, cuando los efectos de la crisis internacional llegaron a Chile, había recursos de sobra para aplicar exitosas políticas anticíclicas. Y hoy el fondo cuenta ya con 13.000 millones de dólares. En el caso de nuestro país, los mayores precios y alícuotas de retenciones le brindaron al Estado el equivalente 24.000 millones de dólares inesperados en el transcurso de los últimos cinco años. Esos fondos se podrían haber utilizado para intervenir en el mercado de divisas, moderando los efectos del superávit comercial y contribuyendo a mantener competitivo el tipo de cambio (en lugar de utilizar la emisión de pesos). O para ayudar a sectores industriales a dar un salto cuali y cuantitativo. O a los fines de tener una mejor infraestructura productiva. En lugar de ello se gastaron con escaso criterio estratégico. Y para seguir financiando el continuo aumento del gasto se apela ahora a políticas que generan más inflación. Producto de este desatino que no se quiso corregir a tiempo tenemos hoy aumentos de precios galopantes que, entre muchos otros efectos, le hacen perder competitividad a nuestros sectores productivos (el año pasado nuestra moneda se apreció nada menos que 15% en términos reales contra el dólar). Parece que, además de una "enfermedad holandesa" mal tratada, también padecemos otra condición, mucho más argentina: no aprender del pasado ni de la historia, ya sea propia o ajena.
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