miércoles, 18 de enero de 2012

"Keynes tenía razón sobre los ajustes". Por Paul Krugman

(Publicado en IEco de Clarín, 8/1/2012)
El boom, no la recesión, es el momento indicado para la austeridad fiscal”. Esto decía John Maynard Keynes en 1937, en momentos en que Franklin Delano Roosevelt estaba por darle la razón al intentar equilibrar el presupuesto demasiado pronto, hundiendo a la economía estadounidense –que se venía recuperando en forma sostenida– en una grave recesión. Recortar el gasto público en una economía deprimida deprime aún más la economía; la austeridad debería esperar hasta que una reactivación firme esté en marcha.

Lamentablemente, a fines de 2010 y comienzos de 2011, los políticos y legisladores en buena parte de Occidente creyeron que sabían más, que debíamos concentrarnos en el déficit y no en el empleo, pese a que las economías apenas habían empezado a recuperarse de la recesión que siguió a la crisis financiera. Al actuar según esa creencia antikeynesiana, terminaron dándole la razón a Keynes una vez más.
Obviamente, al reivindicar la economía keynesiana, voy en contra del saber convencional. Particularmente en Washington, el hecho de que el paquete de estímulo de Barack Obama no haya reactivado el empleo es visto por la mayoría como una evidencia de que el gasto fiscal no puede crear empleo. Pero quienes hicimos los cálculos, ya desde un principio, nos dimos cuenta de que la Ley de Recuperación y Reinversión de 2009 (más de un tercio de la cual, por cierto, tomó la forma relativamente ineficiente de rebajas de impuestos) se quedaba demasiado corta dada la profundidad de la recesión. Y también pronosticamos la reacción en contra que luego vendría.
Así, el verdadero test para la economía keynesiana no vino de los esfuerzos tibios del gobierno federal de EE.UU. de reactivar la economía, que fueron en gran medida neutralizados por recortes de gastos en los estados y municipios. Provino de naciones europeas como Grecia e Irlanda, que tuvieron que imponer una austeridad fiscal salvaje como condición para recibir préstamos de emergencia, y sufrieronrecesiones económicas semejantes a las de la Depresión , con caídas del PBI real en ambos países de más de dos dígitos.
Esto supuestamente no iba a suceder, según la ideología que domina buena parte de nuestra retórica política. En marzo de 2011, el equipo republicano del Comité Económico Conjunto del Congreso difundió un informe titulado “Gaste menos, deba menos, haga crecer la economía”. Se burlaba de la preocupación de que recortar el gasto durante una recesión empeoraría esa recesión, argumentando que los recortes del gasto aumentarían la confianza de los consumidores y las empresas, y que esto aceleraría, no debilitaría, el crecimiento.
Deberían haber sido más sabios: los supuestos ejemplos históricos de “austeridad expansionista” que utilizaron como justificación ya habían sido rigurosamente desacreditados.
Y también estaba el hecho embarazoso de que, a mediados de 2010, mucha gente de la derecha había declarado prematuramente que Irlanda era un caso exitoso que demostraba las virtudes de las reducciones del gasto, sólo para ver cómo se agravaba la recesión irlandesa y cómo se evaporaba toda confianza de los inversores.
Por cierto, aunque parezca mentira, todo esto volvió a ocurrir este año . Hubo proclamas generalizadas de que Irlanda había superado la crisis, y así probado que la austeridad funciona –y luego llegaron los números, y resultaron tan malos como antes.
Sin embargo, la insistencia en el recorte inmediato del gasto siguió dominando la escena política, con efectos nefastos para la economía de EE.UU. Cierto, no hubo otras importantes medidas de austeridad en el nivel federal, pero sí hubo mucha austeridad “pasiva” a medida que el estímulo de Obama se debilitaba y los gobiernos estatales y municipales sedientos de fondos seguían reduciendo el gasto.
Ahora bien, usted podría decirme que Grecia e Irlanda no tenían otra opción que imponer la austeridad, o en todo caso, que no tenían otra alternativa que incumplir el pago de sus deudas y abandonar el euro. Pero otra lección de 2011 fue que Estados Unidos sí tuvo y tiene una opción: aunque Washington esté obsesionado con el déficit, los mercados financieros nos están indicando, en todo caso, que deberíamos endeudarnos más .
Una vez más, esto supuestamente no iba a suceder. En EE.UU., iniciamos 2011 en medio de terribles advertencias sobre una crisis de deuda al estilo griego que ocurriría en cuanto la Reserva Federal dejase de comprar bonos, o las agencias de calificación pusieran fin a nuestra nota AAA, o el supercomité no consiguiese alcanzar un acuerdo, o algo. Pero la Fed completó su adquisición de bonos en junio, Standard & Poor’s redujo la nota de Estados Unidos en agosto, el supercomité llegó a un punto muerto en noviembre y los costos de endeudamiento siguieron cayendo . De hecho, a esta altura, los bonos estadounidenses protegidos de la inflación pagan un interés negativo: los inversionistas están dispuestos a pagarle a EE.UU. para que les tenga su dinero.
La hipótesis es que 2011 fue un año en que nuestra elite política se obsesionó con los déficits de corto plazo que no son realmente un problema y, mientras tanto,empeoró el problema verdadero : una economía deprimida y una desocupación masiva.
La buena noticia, por así decirlo, es que el presidente Obama finalmente volvió a luchar contra la austeridad prematura, y parece estar ganando la batalla política. Y uno de estos años es posible que acabemos siguiendo el consejo de Keynes, que es tan válido hoy como 75 años atrás.

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