domingo, 21 de diciembre de 2008

La insensible guerra europea. Por Paul Krugman



(Publicado en El País (Madrid) - 21-12-2008)

Esta es la situación: la economía se enfrenta a la peor depresión que ha sufrido en décadas. La respuesta habitual a una crisis económica, recortar los tipos de interés, no está funcionando. Las ayudas gubernamentales a gran escala parecen la única forma de parar la caída en picado de la economía. Pero hay un problema: los políticos conservadores, aferrándose a una ideología pasada de moda, y puede que apostando [equivocadamente] por que sus electores están relativamente mejor situados para capear el temporal, están impidiendo que se tomen medidas.

No, no estoy hablando de Bob Corker, el senador de Nissan (perdón, de Tennessee) y sus amigos republicanos, que torpedearon el intento de la semana pasada de ganar tiempo para el sector del automóvil estadounidense. [¿Por qué se ha bloqueado el plan? Un mensaje de correo electrónico a entre los republicanos del Senado afirmaba que negar al sector automovilístico un préstamo era una oportunidad para que los republicanos "lanzasen un primer ataque contra el sindicalismo organizado"]. A quien me estoy refiriendo es a Angela Merkel, la canciller alemana, y a su equipo económico, que se han convertido en el principal obstáculo para un muy necesario plan europeo de rescate económico.
En Estados Unidos no se le está prestando mucha atención al caos económico europeo porque, comprensiblemente, estamos centrados en nuestros propios problemas. Pero se puede decir que la otra superpotencia económica mundial (Estados Unidos y la Unión Europea tienen aproximadamente el mismo PIB) está en los mismos apuros que nosotros.
Los problemas más graves se dan en la periferia europea, donde numerosas economías más pequeñas están experimentando crisis que recuerdan mucho a las pasadas crisis de Latinoamérica y Asia: Letonia es la nueva Argentina; Ucrania es la nueva Indonesia. Pero el dolor ha llegado a las grandes economías de Europa occidental: Reino Unido, Francia, Italia y la mayor de todas, Alemania.
Como en EE UU, la política monetaria de rebajas de los tipos de interés en un intento de reanimar la economía está llegando rápidamente a su límite. Esto deja una única vía para prevenir el peor desplome desde la Gran Depresión: un uso agresivo de la política fiscal consistente en aumentar el gasto o recortar los impuestos para impulsar la demanda. Ahora mismo todo el mundo ve la necesidad de un gran estímulo fiscal paneuropeo.
Mejor dicho, todo el mundo excepto los alemanes. Merkel se ha convertido en Frau Nein: si tiene que haber un rescate de la economía europea, no quiere tomar parte en él y ha dicho en una reunión de su partido que "no vamos a participar en esta carrera sin sentido por los billones".
La semana pasada, Peer Steinbrueck, el ministro de Economía de Merkel, fue todavía más lejos. No contento con negarse a desarrollar un plan serio de estímulo económico para su propio país denunció los planes de otros países europeos. Concretamente, el ministro acusó al Reino Unido de embarcarse en un "keynesianismo craso".
Los dirigentes alemanes parecen creer que su propia economía está en buena forma y no necesita grandes ayudas. Están, casi con toda seguridad, equivocados respecto a eso. Sin embargo, lo verdaderamente malo no es la valoración errónea de su propia situación, sino la forma en que la oposición de Alemania está impidiendo una acción común europea ante la crisis económica.
Para entender mejor el problema, piensen en lo que pasaría si, por ejemplo, Nueva Jersey intentase impulsar su economía mediante rebajas de impuestos u obras públicas sin que este esfuerzo estatal formase parte de un programa nacional. Evidentemente, gran parte del estímulo se "fugaría" hacia los Estados vecinos, de forma que Nueva Jersey terminaría cargando con toda la deuda, mientras que otros Estados se quedarían con muchos de los puestos de trabajo, si no con todos.
Los países europeos están en una situación muy parecida. Cualquier gobierno que actúe de forma unilateral se enfrenta a una posibilidad considerable de contraer una enorme deuda sin crear demasiados puestos de trabajos en el país en cuestión.
Sin embargo, para la economía europea en su conjunto esa clase de fuga supone un problema mucho menor: dos terceras partes de las importaciones de un miembro medio de la Unión Europea proceden de otros países europeos, por lo que el continente en su conjunto no es más dependiente de la importación que Estados Unidos. Esto significa que una iniciativa coordinada para estimular la economía, en la que cada país cuente con que sus vecinos harán un esfuerzo similar al suyo, le proporcionaría al euro un impulso mucho mayor que unos esfuerzos individuales y descoordinados.
Pero no es posible tener un esfuerzo europeo coordinado si la economía más grande de Europa no sólo se niega a participar, sino que además menosprecia los intentos de sus vecinos por frenar la crisis.
El gran nein de Alemania no durará eternamente. La semana pasada, el Ifo, un instituto de investigación muy respetado, advertía de que Alemania se enfrentará pronto a su peor crisis económica desde los años cuarenta. En el caso de que esto suceda, seguramente Merkel y sus ministros reconsiderarán su postura.
Pero en Europa, como en Estados Unidos, el problema es el tiempo. En todo el mundo las economías se hunden con rapidez mientras esperamos que alguien, cualquiera, proponga una respuesta política eficaz. ¿Cuántos destrozos más habrá antes de que esa respuesta llegue al fin? -

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