Como cualquiera que preste atención a las noticias empresariales y financieras, estoy en un estado de enorme ansiedad económica. Como cualquier persona de buena voluntad, esperaba que el discurso inaugural del presidente Obama resultase tranquilizador, que indicase que la nueva Administración tiene las cosas bajo control. Pero no fue así. Terminé el martes menos confiado respecto al rumbo que va a seguir la política económica de lo que lo estaba por la mañana.
Para dejar las cosas claras diré que en el discurso no había nada malo que llamase especialmente la atención, aunque para quienes todavía esperan que Obama allane el camino hacia una atención sanitaria universal resultó decepcionante que sólo hablase del coste excesivo de la sanidad, sin mencionar ni una sola vez la precaria situación de quienes no tienen seguro médico o están escasamente cubiertos por él.
Uno también esperaba que a los redactores del discurso se les hubiese ocurrido algo más inspirador que un llamamiento a una "era de responsabilidad", lo cual, hablando en plata, es lo mismo que proclamó el ex presidente George W. Bush hace ocho años.
Pero la verdadera pega que le encuentro al discurso, en materia económica, es su convencionalismo. En respuesta a una crisis económica sin precedentes -o, más exactamente, una crisis cuyo único precedente real es la Gran Depresión-, Obama ha hecho lo que hace la gente de Washington cuando quiere parecer seria: ha hablado, de forma más o menos abstracta, sobre la necesidad de tomar decisiones difíciles y no doblegarse ante los intereses particulares.
Eso no es suficiente. De hecho, ni siquiera está bien. Así, en su discurso, Obama ha atribuido la crisis económica en parte a "nuestro fracaso colectivo a la hora de tomar decisiones difíciles y preparar al país para una nueva era", pero no tengo ni idea de a qué se refiere. Ésta es, en primer lugar, una crisis provocada por un sector financiero fuera de control. Y si no hemos sido capaces de controlar ese sector no ha sido porque los estadounidenses, "colectivamente", se hayan negado a tomar decisiones difíciles; los ciudadanos estadounidenses no tenían ni idea de lo que estaba pasando, y la mayoría de la gente que lo sabía pensaba que la liberalización era una idea estupenda.
O fíjense en esta frase de Obama: "Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, ni nuestros bienes y servicios menos necesarios de lo que lo eran la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad sigue intacta. Pero el tiempo de resistirnos a los cambios, de proteger intereses limitados y de posponer las decisiones desagradables, ese tiempo, sin duda, ha pasado".
Es casi seguro que la primera parte de este párrafo pretendía parafrasear las palabras que escribió John Maynard Keynes cuando el mundo se hundía en la Gran Depresión, y ha sido un gran alivio, tras décadas de denuncias maquinales del Gobierno, oír a un nuevo presidente expresar respeto por Keynes. "Los recursos de la naturaleza y los inventos de los hombres", escribía Keynes, "son exactamente igual de ricos y productivos que antes. El ritmo de nuestro avance hacia la resolución de los problemas materiales de la vida no es menos rápido. Somos tan capaces como antes de proporcionar un buen nivel de vida a todo el mundo... Pero ahora nos hemos metido en un lío enorme, después de habernos equivocado gravemente a la hora de controlar una máquina delicada cuyo funcionamiento no comprendemos".
Pero hay algo que se ha perdido por el camino. Tanto Obama como Keynes afirman que no estamos haciendo uso de nuestra capacidad económica. Pero la revelación de Keynes -la de que estamos en un "lío" del que es necesario salir- ha sido sustituida de algún modo por las frases de rigor de que esto es culpa de todos nosotros y de que tenemos que ser severos con nosotros mismos.
Recuerden que Herbert Hoover no tenía problemas para tomar decisiones desagradables: tenía el valor y la firmeza necesarios para recortar drásticamente los gastos y subir los impuestos frente a la Gran Depresión. Desgraciadamente, eso sólo sirvió para empeorar las cosas.
Con todo, un discurso no es más que un discurso. No cabe duda de que los miembros del equipo económico de Obama comprenden la naturaleza extraordinaria del lío en el que estamos metidos. Así que puede que el tono del discurso del martes no indique nada sobre la futura política de la Administración de Obama.
Por otra parte, Obama es, como su predecesor ha dicho, el que decide. Y va a tener que tomar algunas decisiones importantes muy pronto. En concreto, va a tener que decidir lo audaces que van a ser sus pasos para mantener en pie el sistema financiero, cuyas perspectivas han empeorado tan drásticamente que un número sorprendente de economistas, no todos especialmente progresistas, sostienen ahora que la solución de la crisis tendrá que pasar por una nacionalización temporal de algunos bancos importantes.
De modo que ¿está Obama preparado para eso? ¿O eran los tópicos de su discurso inaugural una señal de que va a esperar a que la sabiduría convencional termine por ponerse a la altura de los acontecimientos? Si es así, su Administración se va a encontrar con que se está saliendo peligrosamente de la curva.
Y no es así como queremos ver al nuevo equipo. La crisis económica empeora y se vuelve más difícil de resolver a medida que pasan las semanas. Si no actuamos pronto de forma contundente, puede que nos veamos metidos en el lío durante mucho tiempo.
Para dejar las cosas claras diré que en el discurso no había nada malo que llamase especialmente la atención, aunque para quienes todavía esperan que Obama allane el camino hacia una atención sanitaria universal resultó decepcionante que sólo hablase del coste excesivo de la sanidad, sin mencionar ni una sola vez la precaria situación de quienes no tienen seguro médico o están escasamente cubiertos por él.
Uno también esperaba que a los redactores del discurso se les hubiese ocurrido algo más inspirador que un llamamiento a una "era de responsabilidad", lo cual, hablando en plata, es lo mismo que proclamó el ex presidente George W. Bush hace ocho años.
Pero la verdadera pega que le encuentro al discurso, en materia económica, es su convencionalismo. En respuesta a una crisis económica sin precedentes -o, más exactamente, una crisis cuyo único precedente real es la Gran Depresión-, Obama ha hecho lo que hace la gente de Washington cuando quiere parecer seria: ha hablado, de forma más o menos abstracta, sobre la necesidad de tomar decisiones difíciles y no doblegarse ante los intereses particulares.
Eso no es suficiente. De hecho, ni siquiera está bien. Así, en su discurso, Obama ha atribuido la crisis económica en parte a "nuestro fracaso colectivo a la hora de tomar decisiones difíciles y preparar al país para una nueva era", pero no tengo ni idea de a qué se refiere. Ésta es, en primer lugar, una crisis provocada por un sector financiero fuera de control. Y si no hemos sido capaces de controlar ese sector no ha sido porque los estadounidenses, "colectivamente", se hayan negado a tomar decisiones difíciles; los ciudadanos estadounidenses no tenían ni idea de lo que estaba pasando, y la mayoría de la gente que lo sabía pensaba que la liberalización era una idea estupenda.
O fíjense en esta frase de Obama: "Nuestros trabajadores no son menos productivos que cuando empezó esta crisis. Nuestras mentes no son menos imaginativas, ni nuestros bienes y servicios menos necesarios de lo que lo eran la semana pasada o el mes pasado o el año pasado. Nuestra capacidad sigue intacta. Pero el tiempo de resistirnos a los cambios, de proteger intereses limitados y de posponer las decisiones desagradables, ese tiempo, sin duda, ha pasado".
Es casi seguro que la primera parte de este párrafo pretendía parafrasear las palabras que escribió John Maynard Keynes cuando el mundo se hundía en la Gran Depresión, y ha sido un gran alivio, tras décadas de denuncias maquinales del Gobierno, oír a un nuevo presidente expresar respeto por Keynes. "Los recursos de la naturaleza y los inventos de los hombres", escribía Keynes, "son exactamente igual de ricos y productivos que antes. El ritmo de nuestro avance hacia la resolución de los problemas materiales de la vida no es menos rápido. Somos tan capaces como antes de proporcionar un buen nivel de vida a todo el mundo... Pero ahora nos hemos metido en un lío enorme, después de habernos equivocado gravemente a la hora de controlar una máquina delicada cuyo funcionamiento no comprendemos".
Pero hay algo que se ha perdido por el camino. Tanto Obama como Keynes afirman que no estamos haciendo uso de nuestra capacidad económica. Pero la revelación de Keynes -la de que estamos en un "lío" del que es necesario salir- ha sido sustituida de algún modo por las frases de rigor de que esto es culpa de todos nosotros y de que tenemos que ser severos con nosotros mismos.
Recuerden que Herbert Hoover no tenía problemas para tomar decisiones desagradables: tenía el valor y la firmeza necesarios para recortar drásticamente los gastos y subir los impuestos frente a la Gran Depresión. Desgraciadamente, eso sólo sirvió para empeorar las cosas.
Con todo, un discurso no es más que un discurso. No cabe duda de que los miembros del equipo económico de Obama comprenden la naturaleza extraordinaria del lío en el que estamos metidos. Así que puede que el tono del discurso del martes no indique nada sobre la futura política de la Administración de Obama.
Por otra parte, Obama es, como su predecesor ha dicho, el que decide. Y va a tener que tomar algunas decisiones importantes muy pronto. En concreto, va a tener que decidir lo audaces que van a ser sus pasos para mantener en pie el sistema financiero, cuyas perspectivas han empeorado tan drásticamente que un número sorprendente de economistas, no todos especialmente progresistas, sostienen ahora que la solución de la crisis tendrá que pasar por una nacionalización temporal de algunos bancos importantes.
De modo que ¿está Obama preparado para eso? ¿O eran los tópicos de su discurso inaugural una señal de que va a esperar a que la sabiduría convencional termine por ponerse a la altura de los acontecimientos? Si es así, su Administración se va a encontrar con que se está saliendo peligrosamente de la curva.
Y no es así como queremos ver al nuevo equipo. La crisis económica empeora y se vuelve más difícil de resolver a medida que pasan las semanas. Si no actuamos pronto de forma contundente, puede que nos veamos metidos en el lío durante mucho tiempo.
Paul Krugman es profesor de Economía de Princeton y premio Nobel de Economía en 2008. Traducción de News Clips. © New York Times News Service, 2009
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