Nació en un campus universitario y su vida ha sido un ir y venir de universidad en universidad. Recibió sus primeras lecciones en Visva-Bharati, una escuela y universidad fundada por el filósofo y escritor Rabindranath Tagore en la que su abuelo materno enseñaba historia de India. El propio Tagore ayudó a elegir su nombre de pila, que significa inmortal en sánscrito. Testigo de la hambruna de 1943 en su Estado natal de Bengala Occidental (India) cuando sólo tenía 10 años, Amartya Sen ha dedicado la mayor parte de su vida a comprender, medir y combatir la pobreza. La justicia es la piedra angular de su pensamiento, que combina la economía con la filosofía. Experto también en políticas de desarrollo y globalización, contribuyó a crear el Índice de Desarrollo Humano que publica Naciones Unidas y que mide el bienestar de las naciones no por su producto interior bruto, sino por otras variables económicas y sociales. En 1998 recibió el premio Nobel de Economía por sus investigaciones sobre el bienestar económico.
Este hombre sabio y sencillo ha sido llamado la conciencia de la profesión por el fuerte acento social de su trabajo. Actualmente imparte lecciones en Cambridge y en Harvard, y asesora a Gobiernos e instituciones sobre cómo afrontar las actuales turbulencias económicas. En vísperas de ser investido doctor Honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid, habló con EL PAÍS de las causas y los efectos de la crisis.
Pregunta. ¿Qué lecciones podemos aprender de la situación que estamos viviendo?
Respuesta. Podemos aprender muchas lecciones distintas. Una de ellas es que necesitamos una buena alianza entre el Estado y el mercado. No podemos depender exclusivamente de la economía de mercado; el Estado también tiene un papel que desempeñar. El origen de esta crisis está en el desmantelamiento de la regulación en EE UU bajo la presidencia de Bush y, hasta cierto punto, de las presidencias de Clinton y de Reagan. Durante esos años se eliminaron mecanismos de control que hubieran limitado la creación de activos tóxicos como los que han arruinado el sistema bancario. Esos controles hubieran sido muy importantes porque ahora existen muchos mercados secundarios, como el de derivados y otros, que permiten a quienes generan esos activos tóxicos pasarlos a otros y quitarse de encima la responsabilidad. Ha habido una enorme falta de responsabilidad y necesitamos que el Estado establezca la regulación necesaria.
P. ¿Estamos ante un fracaso de la economía de mercado?
R El mercado puede ser un instrumento dinámico de progreso económico, eso hay que reconocerlo. No hay razón para prescindir de él, pero hay que regular su funcionamiento. Hay gente que piensa que la búsqueda del beneficio es la única clave del éxito de la economía de mercado, pero eso nunca ha sido así. La economía de mercado necesita confianza mutua, y cuando ésta se destruye, como estamos viendo ahora, es muy difícil regenerarlo. Porque lo que comenzó como una pequeña crisis ha ido agrandándose debido a la profunda desconfianza de las instituciones financieras hacia el resto de la economía. Por eso, a pesar de la inyección de dinero, el mercado de crédito continúa en su mayor parte congelado. Adam Smith, a quien se cita con frecuencia para defender la economía de mercado y la búsqueda del beneficio, habló con gran detalle de por qué es importante tener otras motivaciones además de lo que él llamaba self-love, del que la búsqueda del beneficio sería sólo una parte. También se necesitan confianza, vocación pública y generosidad. El éxito de la economía de mercado depende de un conjunto de motivaciones distintas.
P. ¿Hasta qué punto ha sido la codicia un factor desencadenante de la crisis?
R. No sirve de nada culpar sólo a la codicia del mal funcionamiento de los mercados. No pongo en duda que el interés propio haya sido un factor importante, pero mi argumento es que hay otras motivaciones. En algunas sociedades -dependiendo de las oportunidades, los incentivos y la cultura-, la gente busca el beneficio propio más que en otras, en las que hay más confianza mutua y más contención. Lo que estamos viviendo no es sólo una muestra de codicia, porque la codicia está en todas partes, sino la desaparición de otras motivaciones de las que habla Adam Smith: compasión, generosidad, vocación pública, compromiso... En la búsqueda de dinero rápido hay gente dispuesta a asumir enormes riesgos. Hablamos de gente que puede hacer daño, y eso es precisamente lo que preocupaba a Adam Smith hace 240 años. Hasta qué punto la contención la genera la cultura es un debate abierto. En algunas culturas existe, pero en la cultura norteamericana de capitalismo financiero ha estado muy poco presente.
P. ¿Es la crisis actual también una crisis moral?
R. Toda crisis humana es una crisis moral. Mi respuesta a su pregunta es sí, pero sólo hasta cierto punto. Ésta es una crisis moral en el sentido de que la gente ha utilizado la codicia de manera imprudente, haciéndose daño a sí misma y a los demás. Muchas instituciones han caído, mucha gente está en la ruina. Se trata de una crisis de prudencia, además de una crisis moral. También es una crisis de control social, ya que podía haberse evitado si hubieran existido controles.
P. La crisis ha estallado justo cuando China, India y muchos países latinoamericanos parecían entrar en una fase de crecimiento estable y de consolidación de sus clases medias. ¿Estamos ante un frenazo en la lucha contra la pobreza?
R. Hasta cierto punto, sí. El crecimiento de China, India y Brasil está ralentizándose, aunque los ritmos de crecimiento son todavía respetables. La gente con rentas bajas, cuyo número ha caído rápidamente en China y en menor medida en India, se está viendo afectada. Pero es más importante el hecho de que van a disminuir los recursos que los Gobiernos destinan a servicios sociales como la sanidad y la educación. Todo ello ralentizará la reducción de la pobreza.
P. ¿Qué efecto va a tener la crisis en la globalización?
R. Depende de lo que entendamos por globalización. ¡Hay tantas acepciones del término! La globalización de los mercados se va a reducir, pero, por otro lado, se habla mucho de pensar globalmente sobre la crisis. Va a aumentar la globalización de las ideas. El FMI, el Banco Mundial y las demás instituciones surgidas de Bretton Woods necesitan una revisión profunda, pues nacieron en la década de los cuarenta del siglo pasado y el mundo ha cambiado. En estos momentos hay intentos muy serios de reformar la arquitectura financiera. Cada vez está más claro que la estabilidad financiera es un bien común y que, por tanto, necesitamos hacer un esfuerzo coordinado para conseguirla. En resumen, al nivel de acciones gubernamentales y de ideas para la acción, habrá más globalización; en términos de comercio y de mercados, habrá menos.
P. ¿Cómo ve el cambio en la presidencia de EE UU? ¿Qué puede el mundo esperar de Obama?
R. Obama está haciendo bien muchas cosas. La economía no es su única prioridad. También tiene que hacerse cargo del problema del terrorismo en el mundo, de Afganistán, y tiene que hacer algo en Oriente Próximo, en particular con las relaciones entre israelíes y palestinos. Obama no es economista. Sé que muchos periodistas como usted piensan que los economistas no saben mucho [ríe], pero el hecho es que sí saben y que Obama es abogado, aunque un abogado muy brillante. Está buscando consejo de los expertos para manejar la crisis. Ya han surgido algunas ideas interesantes y deberán surgir más. Espero que sus asesores, que son gente inteligente, sean capaces de darle buenos consejos. El reto de Obama será, como persona inteligente que es, distinguir entre buenos y malos consejos.
Este hombre sabio y sencillo ha sido llamado la conciencia de la profesión por el fuerte acento social de su trabajo. Actualmente imparte lecciones en Cambridge y en Harvard, y asesora a Gobiernos e instituciones sobre cómo afrontar las actuales turbulencias económicas. En vísperas de ser investido doctor Honoris causa por la Universidad Complutense de Madrid, habló con EL PAÍS de las causas y los efectos de la crisis.
Pregunta. ¿Qué lecciones podemos aprender de la situación que estamos viviendo?
Respuesta. Podemos aprender muchas lecciones distintas. Una de ellas es que necesitamos una buena alianza entre el Estado y el mercado. No podemos depender exclusivamente de la economía de mercado; el Estado también tiene un papel que desempeñar. El origen de esta crisis está en el desmantelamiento de la regulación en EE UU bajo la presidencia de Bush y, hasta cierto punto, de las presidencias de Clinton y de Reagan. Durante esos años se eliminaron mecanismos de control que hubieran limitado la creación de activos tóxicos como los que han arruinado el sistema bancario. Esos controles hubieran sido muy importantes porque ahora existen muchos mercados secundarios, como el de derivados y otros, que permiten a quienes generan esos activos tóxicos pasarlos a otros y quitarse de encima la responsabilidad. Ha habido una enorme falta de responsabilidad y necesitamos que el Estado establezca la regulación necesaria.
P. ¿Estamos ante un fracaso de la economía de mercado?
R El mercado puede ser un instrumento dinámico de progreso económico, eso hay que reconocerlo. No hay razón para prescindir de él, pero hay que regular su funcionamiento. Hay gente que piensa que la búsqueda del beneficio es la única clave del éxito de la economía de mercado, pero eso nunca ha sido así. La economía de mercado necesita confianza mutua, y cuando ésta se destruye, como estamos viendo ahora, es muy difícil regenerarlo. Porque lo que comenzó como una pequeña crisis ha ido agrandándose debido a la profunda desconfianza de las instituciones financieras hacia el resto de la economía. Por eso, a pesar de la inyección de dinero, el mercado de crédito continúa en su mayor parte congelado. Adam Smith, a quien se cita con frecuencia para defender la economía de mercado y la búsqueda del beneficio, habló con gran detalle de por qué es importante tener otras motivaciones además de lo que él llamaba self-love, del que la búsqueda del beneficio sería sólo una parte. También se necesitan confianza, vocación pública y generosidad. El éxito de la economía de mercado depende de un conjunto de motivaciones distintas.
P. ¿Hasta qué punto ha sido la codicia un factor desencadenante de la crisis?
R. No sirve de nada culpar sólo a la codicia del mal funcionamiento de los mercados. No pongo en duda que el interés propio haya sido un factor importante, pero mi argumento es que hay otras motivaciones. En algunas sociedades -dependiendo de las oportunidades, los incentivos y la cultura-, la gente busca el beneficio propio más que en otras, en las que hay más confianza mutua y más contención. Lo que estamos viviendo no es sólo una muestra de codicia, porque la codicia está en todas partes, sino la desaparición de otras motivaciones de las que habla Adam Smith: compasión, generosidad, vocación pública, compromiso... En la búsqueda de dinero rápido hay gente dispuesta a asumir enormes riesgos. Hablamos de gente que puede hacer daño, y eso es precisamente lo que preocupaba a Adam Smith hace 240 años. Hasta qué punto la contención la genera la cultura es un debate abierto. En algunas culturas existe, pero en la cultura norteamericana de capitalismo financiero ha estado muy poco presente.
P. ¿Es la crisis actual también una crisis moral?
R. Toda crisis humana es una crisis moral. Mi respuesta a su pregunta es sí, pero sólo hasta cierto punto. Ésta es una crisis moral en el sentido de que la gente ha utilizado la codicia de manera imprudente, haciéndose daño a sí misma y a los demás. Muchas instituciones han caído, mucha gente está en la ruina. Se trata de una crisis de prudencia, además de una crisis moral. También es una crisis de control social, ya que podía haberse evitado si hubieran existido controles.
P. La crisis ha estallado justo cuando China, India y muchos países latinoamericanos parecían entrar en una fase de crecimiento estable y de consolidación de sus clases medias. ¿Estamos ante un frenazo en la lucha contra la pobreza?
R. Hasta cierto punto, sí. El crecimiento de China, India y Brasil está ralentizándose, aunque los ritmos de crecimiento son todavía respetables. La gente con rentas bajas, cuyo número ha caído rápidamente en China y en menor medida en India, se está viendo afectada. Pero es más importante el hecho de que van a disminuir los recursos que los Gobiernos destinan a servicios sociales como la sanidad y la educación. Todo ello ralentizará la reducción de la pobreza.
P. ¿Qué efecto va a tener la crisis en la globalización?
R. Depende de lo que entendamos por globalización. ¡Hay tantas acepciones del término! La globalización de los mercados se va a reducir, pero, por otro lado, se habla mucho de pensar globalmente sobre la crisis. Va a aumentar la globalización de las ideas. El FMI, el Banco Mundial y las demás instituciones surgidas de Bretton Woods necesitan una revisión profunda, pues nacieron en la década de los cuarenta del siglo pasado y el mundo ha cambiado. En estos momentos hay intentos muy serios de reformar la arquitectura financiera. Cada vez está más claro que la estabilidad financiera es un bien común y que, por tanto, necesitamos hacer un esfuerzo coordinado para conseguirla. En resumen, al nivel de acciones gubernamentales y de ideas para la acción, habrá más globalización; en términos de comercio y de mercados, habrá menos.
P. ¿Cómo ve el cambio en la presidencia de EE UU? ¿Qué puede el mundo esperar de Obama?
R. Obama está haciendo bien muchas cosas. La economía no es su única prioridad. También tiene que hacerse cargo del problema del terrorismo en el mundo, de Afganistán, y tiene que hacer algo en Oriente Próximo, en particular con las relaciones entre israelíes y palestinos. Obama no es economista. Sé que muchos periodistas como usted piensan que los economistas no saben mucho [ríe], pero el hecho es que sí saben y que Obama es abogado, aunque un abogado muy brillante. Está buscando consejo de los expertos para manejar la crisis. Ya han surgido algunas ideas interesantes y deberán surgir más. Espero que sus asesores, que son gente inteligente, sean capaces de darle buenos consejos. El reto de Obama será, como persona inteligente que es, distinguir entre buenos y malos consejos.
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