(Publicado en La Nación. Martes 28 de setiembre de 2010)
Cuando Néstor Kirchner llama a votar por el "modelo" o Cristina Kirchner pide profundizarlo, ya no aluden al mismo esquema macroeconómico que permitió lograr en los primeros años del kirchnerismo un fuerte crecimiento del producto bruto interno con inflación relativamente baja y una mejora significativa del empleo y los indicadores sociales. El "modelo" de hoy es muy diferente, aunque sus conductores y el discurso oficial sean los mismos.
Ahora está subordinado a un doble fin: que la economía crezca a marcha forzada (en lo posible, más del 8% este año) y sea la carta electoral ganadora en 2011. Por eso, el nuevo modelo abusa de "anabólicos" para la demanda interna, como la fuerte suba del gasto público discrecional, mayor emisión monetaria, indexación rezagada de salarios, tasas de interés negativas en pesos, dólar "planchado", crédito y tarifas subsidiadas. Pero también promueve la "amnesia" oficial para ocultar que todo ese desordenado arsenal desemboca en una inflación cada vez más alta (25% anual en 2010), que dificulta la pobreza, la mejora de la inversión y la creación de más puestos de trabajo.
Sin embargo, existe un importante reaseguro para evitar que "explote" o conduzca a sobresaltos. Se trata del alto stock de reservas (51.200 millones de dólares), apoyado en factores externos. El más relevante es el sostenido precio internacional de la soja, que, sin llegar al pico de 2008, favorece cosechas y exportaciones récord y asegura un fuerte ingreso de divisas y de recursos fiscales. Quizá por eso nadie en la Casa Rosada habla ya despectivamente del "yuyito". Si hubiera que atenerse a su gravitación en el actual esquema, deberían rebautizarlo como "Su Majestad, el señor Yuyo". A esto se suman la alta demanda brasileña de productos argentinos (autos y siderurgia) y tasas de interés cero en los países desarrollados, que por ahora desalientan la fuga de capitales y, junto con el dólar quieto, alientan un mayor consumo de electrodomésticos, autos y compras de propiedades.
En el período 2003-2006, el modelo kirchnerista "original" había sido heredado en buena medida del tándem Duhalde-Remes-Lavagna y se asentaba sobre tres pilares ortodoxos: superávit fiscal primario; superávit externo (los famosos "gemelos") y un tipo de cambio real alto. Así permitió generar confianza y aprovechar un nuevo cuadro internacional muy favorable, aumentar exportaciones y sustituir importaciones, elevar el PBI, crear empleos y acumular reservas. Esta etapa duró hasta el triunfo legislativo de fin de 2005, cuando Kirchner decide cancelar la deuda con el FMI, desprenderse de Lavagna y convertirse en virtual ministro de Economía. A partir de entonces pasó a abusar del uso discrecional de la "caja" fiscal para sumar aliados políticos y expandir el gasto y los subsidios al mismo ritmo de la recaudación. Esto condujo al desborde de 2007, cuando, para asegurar la elección de CFK, crea 2 millones de jubilaciones y sube el gasto público en un porcentaje récord (¡47% interanual!). El PBI crecía a "tasas chinas", pero ya comenzaba a preocupar la inflación (que había saltado del 3% anual en 2003 al 12% en 2006). En lugar de frenarla, Kirchner decide camuflarla con Guillermo Moreno en papel protagónico, la grotesca intervención del Indec y la manipulación de estadísticas -entre ellas, el CER-, con lo cual destruye el mercado de títulos públicos, además de la confianza en el modelo.
También surge otra marca registrada del matrimonio K: la financiación a cualquier costo político del imparable aumento del gasto. Sus hitos fueron los dos aumentos sucesivos de retenciones que desatan el conflicto con el campo en 2008 y la estatización de los ahorros de los futuros jubilados en las AFJP, que pasan a la Anses para usos no previsionales. En el ambiente empresarial, comienza a hablarse del "factor K" como sinónimo de desconfianza, la cual se traduce en una fenomenal fuga de capitales (50.000 millones de dólares) entre fines de 2007 y comienzos de 2010. Luego y a falta de superávit fiscal y crédito externo, el Tesoro pasa a financiarse con el BCRA, la Anses y el Banco Nación.
En la actualidad, las tres columnas que sostenían el modelo original se están resquebrajando. El superávit fiscal primario está apuntalado con recursos no genuinos, como el aporte de "utilidades contables" del BCRA y la Anses, pese al fuerte aumento de la recaudación tributaria (36% en lo que va de este año). Parte de este incremento responde, además, al creciente impuesto inflacionario que pagan todos los argentinos y no pueden eludir los más pobres. A su vez, el déficit financiero se cubrirá en 2011 -por segundo año consecutivo- con uso directo de reservas del BCRA a cambio de mayores presiones inflacionarias.
El superávit comercial, en cambio, se mantiene en pie (en torno de 14.000 millones de dólares en 2010), pero con tendencias preocupantes. Las importaciones crecen a un ritmo interanual (43%) que duplica al de las exportaciones (19%). Y en este último caso, casi el 90% del aumento se limita a sólo cuatro rubros: porotos de soja, maíz, automotores y minería, que en promedio duplicaron el valor exportado en 2009. El resto avanzó apenas el 2.4 por ciento.
El tipo de cambio alto, finalmente, va camino de dejar de serlo, ya que desde hace un año el Gobierno lo utiliza como freno para evitar que la inflación se desboque. Una prueba es que el dólar subió apenas el 3,1% en los últimos 12 meses.
Este es otro cambio importante dentro del nuevo "modelo". Antes, para potenciar el superávit comercial, no se dejó revaluar el peso pese a la caída del dólar frente a otras monedas, como lo hicieron otros países. Ahora, en cambio, hay una apreciación implícita debido a la mayor inflación que eleva los costos internos en dólares, lo cual resta competitividad a las ventas externas y obliga a restringir algunas importaciones con medidas proteccionistas o impredecibles presiones oficiales.
Una proyección realizada por el Estudio Broda estima que si el dólar se cotizara alrededor de 4 pesos a fin de 2010, el tipo de cambio real bilateral se ubicaría en un nivel de 1,17 (a valores de 2001, cuando estalló la convertibilidad), bastante lejos del alto promedio (1,93) del período 2003-2006. A su vez, si la inflación real subiera otro escalón en 2011 (al 26 o 28% anual) y el dólar cerrara el año en torno de los 4,30 pesos, la paridad real sería equivalente al 1 a 1 de entonces. Sin embargo, si se considera el tipo de cambio real multilateral (que compara el valor del peso contra las monedas de los países con los cuales comercia la Argentina), ese 1 a 1 ya no sería tan idéntico al de la convertibilidad. El tipo de cambio real multilateral (TCRM) podría ubicarse en 1,69 a fin de 2010 y 1,42 en diciembre de 2011 (también muy por debajo del promedio de 2,30 del período 2003/2006), debido a la apreciación del real brasileño y el euro frente al dólar, que torna más "barata" a la Argentina en estas monedas.
Estos números ayudan a explicar por qué abundan los turistas brasileños en la calle Florida (además de haber llenado los centros argentinos de esquí en el último invierno) y a la vez no les es fácil conseguir pasajes a los argentinos que vuelven a realizar tours de compras a Miami. A la inversa, es más conveniente exportar a Brasil que a los países del área dólar.
A pesar del deterioro cambiario y comercial, la soja asegura que no faltarán divisas, lo cual aleja el riesgo de una crisis en el sector externo. Por eso, nadie pronostica una devaluación, aunque con el correr de los meses puedan reavivarse las expectativas y la salida de capitales. Para disgusto de los exportadores, el problema quedó atrapado en un círculo vicioso: será difícil recuperar el tipo de cambio real si no se frena la inflación, y también subir el tipo de cambio nominal sin potenciarla.
A pesar de los discursos exitistas, el actual modelo K se diferencia ostensiblemente de otros países de la región (Brasil, Chile, Perú y Uruguay), que en el último año crecieron en forma similar, pero con una inflación de un dígito anual, y atraen inversiones y capitales. Y también de Venezuela, que ya no crece y tiene una inflación superior al 40% con su modelo intervencionista y populista. La incertidumbre electoral tampoco ayuda a adivinar si la Argentina tomará uno de estos dos rumbos después de 2011 o si una vía propia apuntará al pasado o al futuro.
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Reactivación de demanda versus desinflación
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