martes, 8 de febrero de 2011

La gran aventura brasileña. Por Raúl Ferro


Brasil ha entrado por fin en las grandes ligas mundiales. Como parte del exclusivo club de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), el gigante sudamericano ha aumentado notablemente su peso específico en la economía global. No se trata solamente de tamaño. Hoy, Brasil no sólo es el segundo productor mundial de soja o el mayor exportador de mineral de hierro del mundo. Cuenta con un puñado de empresas que son jugadores globales de verdad, actores de primer nivel en sus industrias, como Embraer en el campo aeroespacial, Sadia en el agroalimentario o Vale en el minero. De ser un gigante que se miraba el ombligo hace apenas 15 años, Brasil ya se graduó como país que importa al mundo y al que el mundo le importa.


Todo esto gracias a las reformas que se iniciaron a mediados de los años noventa. Lo sucedido en estos últimos quince años ha sido mucho más trascendente que las décadas de industrialización que resultaron de las políticas centralistas de las dictaduras militares de los sesenta y de los setenta. Uno podría decir que ese proceso fue imprescindible para sentar las bases del salto que hemos visto dar a Brasil en la última década y media, pero hay algunas evidencias empíricas que señalan que esto no es así. La industria automotriz brasileña, que creció bajo un mercado cerrado a la competencia externa, seguía a principios de los noventa fabricando vehículos con tecnología de la década de los setenta (sólo hay que mirar un Ford Del Rey o un Chevette de esa época). Cuando el mercado se abrió y Brasil se convirtió en una de las plataformas de la industria automotriz global, las cosas cambiaron radicalmente. Otro caso de estudio que arroja resultados similares es el de Vale, empresa estatal enfocada en recursos naturales que estaba razonablemente administrada hasta su privatización a fines de los noventa. A partir de allí, la empresa inició un plan de reorientación estratégica que la ha llevado a ser una de las cinco mayores empresas mineras del mundo por capitalización bursátil. O Petrobras, que, pese a continuar bajo control estatal, ha seguido una estrategia de gestión que la ha llevado a convertirse no sólo en un gigante de su industria, sino también en un líder global en las operaciones de aguas profundas. La ampliación de capital de Petrobras en septiembre pasado -US$ 67.000 millones de capital recaudado, la mayor de la historia bursátil del mundo- llevó a la Bolsa de San Pablo, Bovespa, a convertirse en la segunda mayor bolsa del mundo por valor de mercado. La primera es Hong Kong, todo un símbolo de los tiempos que corren.
Pero todos estos éxitos tienen su contrapartida. Brasil ha ido bastante más allá que México, por ejemplo, en su proceso de apertura, pero aún tiene grandes temas pendientes. Una institucionalidad política débil, en la que el peso de los caudillos regionales sigue siendo determinante en los equilibrios del poder legislativo, altos niveles de corrupción, un sistema tributario inconcebible, un sistema judicial que necesita modernizarse y unas tasas de criminalidad aterradoras en algunas zonas del país son el lado B de un país que ya se insinúa como una de las potencias del futuro, que es uno de los destinos preferidos de los inversionistas y que cuenta con el tan preciado grado de inversión de las calificadoras de riesgo.
En ese sentido, Brasil tiene mucho por hacer. Fernando Henrique Cardoso hizo un buen trabajo durante sus dos gobiernos. Lo mismo puede decirse de los dos mandatos de Lula. Ahora le tocará a Dilma Rousseff seguir con la misión. Probablemente le toque un trabajo más difícil que a sus antecesores. Las reformas iniciales, aunque más visibles y grandilocuentes, suelen ser relativamente más sencillas de implementar. La segunda generación de reformas es mucho más compleja. El problema es que si Brasil quiere consolidarse como un líder de clase mundial -que combina un Estado democrático con una economía competitiva abierta al mundo- necesita acometer urgentemente la tarea de profundizar las reformas. No es fácil, pero es imprescindible. El país necesita avanzar en transparencia, profundizar la apertura de su mercado y, especialmente, reducir su excesiva burocracia y su defectuosa institucionalidad política.
La consolidación de Brasil como líder integral es importante para la región. Este país se ha convertido en referente para la opinión pública de muchos países latinoamericanos. Dentro del Mercosur, Brasil se erige, más que la vecina Argentina, como el ejemplo a seguir para los socios pequeños de la anquilosada unión aduanera -Uruguay y, en menor medida, Paraguay- . Y para la izquierda argentina, lo que han hecho los líderes de la izquierda brasileña -como los de la izquierda chilena o la uruguaya- debería servir de guía.

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