viernes, 28 de septiembre de 2012

La fórmula económica de Cristina en Harvard: hay que castigar al ahorro.


Cristina se mostró en Harvard tal como es y casi todos los comentarios que he leído hablan de los defectos de su personalidad. No abundaré sobre este tema porque me parece redundante.
Pero deseo destacar una interpretación sumamente peligrosa que ella hace de la realidad: la de creer que el ahorro es malo para la economía. Esta convicción presidencial conduce a la prescripción que Cristina reitera en cada uno de sus discursos y que quedó claramente evidenciada en Harvard: los ahorristas merecen ser castigados. El peligro está en que si la Presidente sigue insistiendo con ese discurso, Argentina va a sufrir cada vez más Inflación y estancamiento.
Sobre el ahorro queda claro que a ella le parece mal que los argentinos quieran preservar su valor. Cuando sostiene que no se justifica que haya abastecimiento de dólares para quienes quieren ahorrar en esa moneda y cuando se queja de la enorme cantidad de dólares por habitante que hay en la Argentina, pone de manifiesto que ella no entiende un principio elemental de cualquier conducta racional: quien difiere su consumo para ahorrar lo hace para disponer de esos ahorros en el futuro. Por consiguiente, va a tratar denodadamente de defender el poder adquisitivo de esos ahorros. Como advierte que la moneda nacional, el Peso, no le provee esa defensa, recurre al Dólar o a otras monedas extranjeras. También recurre a los bienes raíces a hasta algunos bienes durables, pero cuando lo hace, al mismo tiempo se queda sin liquidez.

Bastaría que Cristina entendiera este principio tan elemental para que lograra explicarse porqué hay tantos dólares per cápita en la Argentina: sufrimos 45 años (desde 1945 a 1990) todo tipo de inflación: alta pero no explosiva (entre 1945 y 1974), estanflación (entre 1975 y 1988) e hiperinflación  (en 1989 y 1990). En ese contexto inflacionario, la gente se dio cuenta que la moneda nacional inconvertible no proveía protección a sus ahorros y se acostumbró a comprar dólares para brindarles al menos cierta protección. Los bienes raíces también se le otorgaban, pero es imposible manejarse sin liquidez, por lo que no todos los ahorros se podían transformar en terrenos o en ladrillos.
La fórmula de la Convertibilidad, que en 1991 pareció una estrategia milagrosa para erradicar la inflación de la economía, no tuvo nada de milagroso: fue una solución de sentido común. Si la gente sólo ahorraba en dólares y hasta trataba de recordar los precios de los bienes en dólares (porque los precios en pesos cambiaban continua y aceleradamente) lo único que había que hacer para estabilizar era legalizar el uso del Dólar como moneda, autorizar la intermediación financiera en dólares y dejar que una nueva moneda nacional, el Peso Convertible, tuviera que competir con el Dólar para sobrevivir y, sobre todo, para inspirar mucha confianza en algún momento del futuro. Los argentinos pasamos a tener libertad para elegir la moneda en la que queríamos ahorrar y llevar a cabo nuestras transacciones y contratos cotidianos. Adquirir esa libertad nos permitió pasar de la hiperinflación a vivir ocho años sin inflación y con un crecimiento promedio del 6 % anual. Superamos en sólo un año, 1995, el impacto negativo de la devaluación del Peso Mejicano sobre nuestra economía, que llevó a muchos operadores en los mercados a pensar que el Peso Convertible también se devaluaría.
Sobre la Convertibilidad  Cristina dijo algunas cosas ciertas: fue una idea mía, aunque no porque yo haya estudiado en Harvard y haya sido profesor visitante en esa Universidad como despectivamente sugirió Cristina durante su conferencia sino porque era la solución de sentido común: la sugerían los millones de Argentinos que todos los días compraban desesperadamente dólares para proteger sus ahorros y que repudiaban al Austral, la moneda argentina de aquel  entonces. Exactamente como vuelve a ocurrir hoy con el Peso inconvertible.
También es cierto que gracias a la Convertibilidad fue posible privatizar todas las viejas empresas estatales, verdaderos antros de corrupción y de ineficiencia. Gracias a esa decisión fue posible eliminar el enorme déficit fiscal que Argentina había soportado durante los 80’s y fue posible también pagar la deuda que se había acumulado con los jubilados por incumplimiento de las leyes previsionales.
Es sorprendente que Cristina sea hoy crítica de las privatizaciones, cuando durante los 90’s su esposo las apoyaba con entusiasmo y gracias a la Convertibilidad y a las privatizaciones ganó en su provincia las elecciones para Gobernador en 1991, 1995 y 1999. De eso puedo dar testimonio, porque yo fui a hacer campaña con él a la Provincia de Santa Cruz en aquellas oportunidades y porque en varias ocasiones Cristina nos recibió a mi esposa y a mí en sus residencias de Río Gallegos y Calafate, con mucha más humildad y amabilidad que la que hoy trasunta en sus discursos.
Lamentablemente, no dijo que también fue gracias a la Convertibilidad que pudimos pasar en sólo 10 años de ser un país fuertemente  deficitario en materia de producción de energía (en 1988 y 1989 había frecuentes cortes de electricidad de hasta 10 horas por día) a exportar petróleo, gas y electricidad por casi 10 mil millones de dólares. Y que gracias a la Convertibilidad recibimos todas las inversiones que crearon la capacidad productiva, en energía e infraestructura  y permitieron la modernización agropecuaria e industrial con que se inició la gestión de los Kirchner en 2003. Fueron estas inversiones las que le permitieron a Argentina crecer como lo hizo desde 2003 en adelante, a pesar de la paralización casi completa de la inversión que produjeron las virtuales expropiaciones desde 2002. También omitió decir que desde que se pesificó en forma forzosa a la economía y se destruyeron los derechos de propiedad de quienes habían ahorrado o invertido ahorros externos en Argentina, no ha habido nueva inversión en sectores claves como los de la energía y de los transportes y, por eso, hoy se han vuelto a sufrir déficits tan alarmantes como los que se habían acumulado durante la década de los 80s.
Pero, además de estas cosas ciertas que dijo o que omitió sobre la Convertibilidad, dijo varias otras cosas que son mentiras lisas y llanas. Por ejemplo que la deuda pública era en 2001 del 160 % del PBI, cuando en realidad era de no más del 60 %, si es que el precio del dólar, en términos de poder adquisitivo, se lo calcula al valor que tenía en 2001,que, entre paréntesis, es el mismo que el que tiene hoy en la Argentina. Y la deuda pública actual, si se la mide bien, es mayor al 60% del PBI. El Gobierno omite registrar la deuda con los jubilados por no haber ajustado las jubilaciones al ritmo de la inflación, como lo manda la Constitución Nacional. Todo esto a pesar de varios pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia sobre la obligatoriedad de ese reconocimiento de deuda. También omite la deuda con el Club de París, aún en default, la deuda con los tenedores de bonos que no se presentaron al último canje y las sentencias del CIADI reconociendo derechos de inversores cuyas propiedades fueron virtualmente confiscadas. También omite la deuda flotante de la Nación y las provincias con proveedores, contratistas y exportadores, a todos los cuales se le demoran cada vez más los pagos.
Tampoco dijo que desde 2002 hasta el presente, el Costo de la Vida aumentó más que el precio del Dólar en el mercado oficial, aún si se lo compara con el 1 a 1 que estableció la Convertibilidad hasta el 2001. La falta de reconocimiento de este fenómeno es fruto de que desde 2007 vienen mintiendo sobre los índices de inflación. Hoy la inflación es del 25 % y ha fluctuado alrededor de ese nivel en los últimos cinco años. Sin embargo el INDEC sigue diciendo que está por debajo del 10 % anual. Es tan desalentadora la mentira sobre la inflación que se ha transformado en la razón principal de la fuerte demanda de dólares para atesoramiento. La gente no cuenta con la protección al ahorro que podrían significar los depósitos bancarios o los títulos públicos ajustables por inflación, simplemente porque los índices oficiales no miden la verdadera inflación.
Si Cristina no se creyera todas estas mentiras que tanto reitera en sus discursos, podría comenzar a resolver el problema de la inflación, con la misma facilidad con que lo hicimos en 1991. Bastaría con que ordenara al INDEC dejar de mentir y comenzara a publicar mediciones reales de la inflación. Seguramente para hacerlas creíbles, luego de haber mentido tanto, necesitará una auditoría del FMI o de alguna otra entidad internacional, pero ello no debería ser un problema si el INDEC está dispuesto a decir la verdad de aquí en adelante. A partir de ese momento los bancos podrán ofrecer depósitos en pesos ajustados por la inflación verdadera y tanto el sector público como el sector privado podrán emitir deuda ajustada por inflación, lo que ofrecerá una alternativa de inversión líquida para los ahorristas, sin necesidad de recurrir al Dólar. Por supuesto que ayudaría mucho a bajar la inflación que el Gobierno se animara a eliminar todas las restricciones a la compra de dólares y al comercio exterior.
¿Por qué Cristina no toma esta decisión? No lo hace, porque de hacerlo va a cerrar la posibilidad de seguir financiando sus desmanejos con la expropiación de los ahorros acumulados en el pasado, como lo han venido haciendo desde que en 2002 le robaron los ahorros a todos los argentinos mediante la pesificación de los depósitos en dólares, se quedaron con los ahorros de quienes habían invertido desde el exterior mediante la virtual confiscación de  las empresas que privatizadas, se apropiaron de los ahorros de los trabajadores que estaban en los fondos de pensiones, se quedaron y se siguen quedando todos los meses con la porción de ahorros que, quienes compraron o recibieron títulos de deuda ajustables por inflación, pierden por las mentiras del INDEC y, obviamente, no van a poder seguir argumentando que la pobreza  es reducida y que la gente puede vivir con 6 pesos por día.
Lamentablemente El Gobierno de Cristina se ha metido en una trampa de la que le resultará imposible salir, salvo que decida cambiar totalmente de actitud frente a la realidad: reconocerla tal cual es y no imaginarla como a ella le gustaría que fuera. Luego de volver a escucharla en la conferencia de Harvard, perdí toda esperanza de que lo haga. No se puede castigar a quienes ahorran en Argentina y a quienes habiendo ahorrado en el extranjero habían invertido en el país, sin pagar las consecuencias. Y  las consecuencias no son otras que la desvalorización permanente y creciente de la moneda argentina y la aceleración de la inflación aún con la economía estancada.

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