Cristina se mostró en Harvard tal como es y casi todos los comentarios que he
leído hablan de los defectos de su personalidad. No abundaré sobre este tema
porque me parece redundante.
Pero deseo destacar una interpretación sumamente peligrosa que ella hace de
la realidad: la de creer que el ahorro es malo para la economía. Esta convicción
presidencial conduce a la prescripción que Cristina reitera en cada uno de sus
discursos y que quedó claramente evidenciada en Harvard: los ahorristas merecen
ser castigados. El peligro está en que si la Presidente sigue insistiendo con
ese discurso, Argentina va a sufrir cada vez más Inflación y estancamiento.
Sobre el ahorro queda claro que a ella le parece mal que los argentinos
quieran preservar su valor. Cuando sostiene que no se justifica que haya
abastecimiento de dólares para quienes quieren ahorrar en esa moneda y cuando se
queja de la enorme cantidad de dólares por habitante que hay en la Argentina,
pone de manifiesto que ella no entiende un principio elemental de cualquier
conducta racional: quien difiere su consumo para ahorrar lo hace para disponer
de esos ahorros en el futuro. Por consiguiente, va a tratar denodadamente de
defender el poder adquisitivo de esos ahorros. Como advierte que la moneda
nacional, el Peso, no le provee esa defensa, recurre al Dólar o a otras monedas
extranjeras. También recurre a los bienes raíces a hasta algunos bienes
durables, pero cuando lo hace, al mismo tiempo se queda sin liquidez.
Bastaría que Cristina entendiera este principio tan elemental para que
lograra explicarse porqué hay tantos dólares per cápita en la Argentina:
sufrimos 45 años (desde 1945 a 1990) todo tipo de inflación: alta pero no
explosiva (entre 1945 y 1974), estanflación (entre 1975 y 1988) e
hiperinflación (en 1989 y 1990). En ese contexto inflacionario, la gente se dio
cuenta que la moneda nacional inconvertible no proveía protección a sus ahorros
y se acostumbró a comprar dólares para brindarles al menos cierta protección.
Los bienes raíces también se le otorgaban, pero es imposible manejarse sin
liquidez, por lo que no todos los ahorros se podían transformar en terrenos o en
ladrillos.
La fórmula de la Convertibilidad, que en 1991 pareció una estrategia
milagrosa para erradicar la inflación de la economía, no tuvo nada de milagroso:
fue una solución de sentido común. Si la gente sólo ahorraba en dólares y hasta
trataba de recordar los precios de los bienes en dólares (porque los precios en
pesos cambiaban continua y aceleradamente) lo único que había que hacer para
estabilizar era legalizar el uso del Dólar como moneda, autorizar la
intermediación financiera en dólares y dejar que una nueva moneda nacional, el
Peso Convertible, tuviera que competir con el Dólar para sobrevivir y, sobre
todo, para inspirar mucha confianza en algún momento del futuro. Los argentinos
pasamos a tener libertad para elegir la moneda en la que queríamos ahorrar y
llevar a cabo nuestras transacciones y contratos cotidianos. Adquirir esa
libertad nos permitió pasar de la hiperinflación a vivir ocho años sin inflación
y con un crecimiento promedio del 6 % anual. Superamos en sólo un año, 1995, el
impacto negativo de la devaluación del Peso Mejicano sobre nuestra economía, que
llevó a muchos operadores en los mercados a pensar que el Peso Convertible
también se devaluaría.
Sobre la Convertibilidad Cristina dijo algunas cosas ciertas: fue una idea
mía, aunque no porque yo haya estudiado en Harvard y haya sido profesor
visitante en esa Universidad como despectivamente sugirió Cristina durante su
conferencia sino porque era la solución de sentido común: la sugerían los
millones de Argentinos que todos los días compraban desesperadamente dólares
para proteger sus ahorros y que repudiaban al Austral, la moneda argentina de
aquel entonces. Exactamente como vuelve a ocurrir hoy con el Peso
inconvertible.
También es cierto que gracias a la Convertibilidad fue posible privatizar
todas las viejas empresas estatales, verdaderos antros de corrupción y de
ineficiencia. Gracias a esa decisión fue posible eliminar el enorme déficit
fiscal que Argentina había soportado durante los 80’s y fue posible también
pagar la deuda que se había acumulado con los jubilados por incumplimiento de
las leyes previsionales.
Es sorprendente que Cristina sea hoy crítica de las privatizaciones, cuando
durante los 90’s su esposo las apoyaba con entusiasmo y gracias a la
Convertibilidad y a las privatizaciones ganó en su provincia las elecciones para
Gobernador en 1991, 1995 y 1999. De eso puedo dar testimonio, porque yo fui a
hacer campaña con él a la Provincia de Santa Cruz en aquellas oportunidades y
porque en varias ocasiones Cristina nos recibió a mi esposa y a mí en sus
residencias de Río Gallegos y Calafate, con mucha más humildad y amabilidad que
la que hoy trasunta en sus discursos.
Lamentablemente, no dijo que también fue gracias a la Convertibilidad que
pudimos pasar en sólo 10 años de ser un país fuertemente deficitario en materia
de producción de energía (en 1988 y 1989 había frecuentes cortes de electricidad
de hasta 10 horas por día) a exportar petróleo, gas y electricidad por casi 10
mil millones de dólares. Y que gracias a la Convertibilidad recibimos todas las
inversiones que crearon la capacidad productiva, en energía e infraestructura y
permitieron la modernización agropecuaria e industrial con que se inició la
gestión de los Kirchner en 2003. Fueron estas inversiones las que le permitieron
a Argentina crecer como lo hizo desde 2003 en adelante, a pesar de la
paralización casi completa de la inversión que produjeron las virtuales
expropiaciones desde 2002. También omitió decir que desde que se pesificó en
forma forzosa a la economía y se destruyeron los derechos de propiedad de
quienes habían ahorrado o invertido ahorros externos en Argentina, no ha habido
nueva inversión en sectores claves como los de la energía y de los transportes
y, por eso, hoy se han vuelto a sufrir déficits tan alarmantes como los que se
habían acumulado durante la década de los 80s.
Pero, además de estas cosas ciertas que dijo o que omitió sobre la
Convertibilidad, dijo varias otras cosas que son mentiras lisas y llanas. Por
ejemplo que la deuda pública era en 2001 del 160 % del PBI, cuando en realidad
era de no más del 60 %, si es que el precio del dólar, en términos de poder
adquisitivo, se lo calcula al valor que tenía en 2001,que, entre paréntesis, es
el mismo que el que tiene hoy en la Argentina. Y la deuda pública actual, si se
la mide bien, es mayor al 60% del PBI. El Gobierno omite registrar la deuda con
los jubilados por no haber ajustado las jubilaciones al ritmo de la inflación,
como lo manda la Constitución Nacional. Todo esto a pesar de varios
pronunciamientos de la Corte Suprema de Justicia sobre la obligatoriedad de ese
reconocimiento de deuda. También omite la deuda con el Club de París, aún en
default, la deuda con los tenedores de bonos que no se presentaron al último
canje y las sentencias del CIADI reconociendo derechos de inversores cuyas
propiedades fueron virtualmente confiscadas. También omite la deuda flotante de
la Nación y las provincias con proveedores, contratistas y exportadores, a todos
los cuales se le demoran cada vez más los pagos.
Tampoco dijo que desde 2002 hasta el presente, el Costo de la Vida aumentó
más que el precio del Dólar en el mercado oficial, aún si se lo compara con el 1
a 1 que estableció la Convertibilidad hasta el 2001. La falta de reconocimiento
de este fenómeno es fruto de que desde 2007 vienen mintiendo sobre los índices
de inflación. Hoy la inflación es del 25 % y ha fluctuado alrededor de ese nivel
en los últimos cinco años. Sin embargo el INDEC sigue diciendo que está por
debajo del 10 % anual. Es tan desalentadora la mentira sobre la inflación que se
ha transformado en la razón principal de la fuerte demanda de dólares para
atesoramiento. La gente no cuenta con la protección al ahorro que podrían
significar los depósitos bancarios o los títulos públicos ajustables por
inflación, simplemente porque los índices oficiales no miden la verdadera
inflación.
Si Cristina no se creyera todas estas mentiras que tanto reitera en sus
discursos, podría comenzar a resolver el problema de la inflación, con la misma
facilidad con que lo hicimos en 1991. Bastaría con que ordenara al INDEC dejar
de mentir y comenzara a publicar mediciones reales de la inflación. Seguramente
para hacerlas creíbles, luego de haber mentido tanto, necesitará una auditoría
del FMI o de alguna otra entidad internacional, pero ello no debería ser un
problema si el INDEC está dispuesto a decir la verdad de aquí en adelante. A
partir de ese momento los bancos podrán ofrecer depósitos en pesos ajustados por
la inflación verdadera y tanto el sector público como el sector privado podrán
emitir deuda ajustada por inflación, lo que ofrecerá una alternativa de
inversión líquida para los ahorristas, sin necesidad de recurrir al Dólar. Por
supuesto que ayudaría mucho a bajar la inflación que el Gobierno se animara a
eliminar todas las restricciones a la compra de dólares y al comercio
exterior.
¿Por qué Cristina no toma esta decisión? No lo hace, porque de hacerlo va a
cerrar la posibilidad de seguir financiando sus desmanejos con la expropiación
de los ahorros acumulados en el pasado, como lo han venido haciendo desde que en
2002 le robaron los ahorros a todos los argentinos mediante la pesificación de
los depósitos en dólares, se quedaron con los ahorros de quienes habían
invertido desde el exterior mediante la virtual confiscación de las empresas
que privatizadas, se apropiaron de los ahorros de los trabajadores que estaban
en los fondos de pensiones, se quedaron y se siguen quedando todos los meses con
la porción de ahorros que, quienes compraron o recibieron títulos de deuda
ajustables por inflación, pierden por las mentiras del INDEC y, obviamente, no
van a poder seguir argumentando que la pobreza es reducida y que la gente puede
vivir con 6 pesos por día.
Lamentablemente El Gobierno de Cristina se ha metido en una trampa de la que
le resultará imposible salir, salvo que decida cambiar totalmente de actitud
frente a la realidad: reconocerla tal cual es y no imaginarla como a ella le
gustaría que fuera. Luego de volver a escucharla en la conferencia de Harvard,
perdí toda esperanza de que lo haga. No se puede castigar a quienes ahorran en
Argentina y a quienes habiendo ahorrado en el extranjero habían invertido en el
país, sin pagar las consecuencias. Y las consecuencias no son otras que la
desvalorización permanente y creciente de la moneda argentina y la aceleración
de la inflación aún con la economía estancada.
Reactivación de demanda versus desinflación
Hace 1 mes
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