jueves, 25 de noviembre de 2010

Sólo la verdad nos hará libres. Por Alfonso Prat Gay


En el país normal que prometió Néstor Kirchner, yo no estaría escribiendo esta nota. En rigor, tampoco debería escribirla en el país real que nos dejó: mi tesis es evidente para más de 40 millones de argentinos. Si malgasto mi tiempo y el de mi paciente lector es porque el puñado de compatriotas que insiste en negar la realidad tiene, en la mentira, la posibilidad de provocar aún mucho más daño todavía. Las perogrulladas que siguen me ayudan, además, a no perder la capacidad de asombro. Espero contribuir al menos a que usted tampoco pierda la suya.


En un país normal, la gente creería en el instituto nacional de estadísticas y no sería entonces necesario que el jefe de Gabinete desmintiera las evidencias que todos padecen a diario. En un país normal, el ministro de Economía sabría que la inflación la sufren más los pobres que los ricos, y, consecuentemente, haría algo para reducirla. En un país normal no cabría la sospecha de que los empresarios de una provincia fronteriza son tanto más perversos que sus colegas de la Capital y que la inflación de allá triplica la de acá. En un país normal, el Banco Central no encontraría en la inflación un incentivo para acelerar la emisión de moneda, sino, seguramente, lo contrario. Un país normal no pagaría hasta US$ 17.000 millones para sortear al auditor (¿quién le teme al auditor si no hay nada que ocultar?). En un país normal, el gobierno no armaría su programa anual de gestión atado a los supuestos falsos que le impone su propia mentira.
Nuestro Indec solía publicar cada mes el precio unitario de una serie de bienes de la canasta alimentaria. Para la población general, los precios unitarios son más fácilmente contrastables con la realidad que los números índice; por eso es que aquella publicación frecuente y detallada fortalecía la transparencia y la credibilidad de esas estadísticas. El Indec abandonó esa práctica, seguramente porque dejaba muy al desnudo su mentira. Lo hizo en el mismo momento en que discontinuó el IPC nacional, que ahora dice querer revivir, paradójicamente, con la asistencia técnica del FMI. La última publicación de esos datos fue en abril de 2008.
Entonces, el kilo de asado costaba $ 9,53; el litro de leche fresca entera, $ 1,71; la docena de huevos, $ 3,71; el kilo de pan francés, $ 2,96; la docena de facturas, $ 5,8; el paquete de 500 g de fideos secos, $ 3,45; la cerveza en botella de litro, $ 2,59; el paquete de yerba mate de 500 g, $ 2,66; el kilo de zapallo, $ 0,4. Invito al lector a que compare estos precios de abril de 2008 con los de su última compra para calcular cuánto aumentaron los precios de los alimentos en los últimos dos años y medio. Yo le ofrezco un cálculo sencillo y objetivo: comparo aquellos precios de abril de 2008 con los vigentes en el sitio web de un supermercado cuyo dueño se quedó solo por criticar, precisamente, el aumento de la inflación que provocaban las políticas del gobierno. En promedio, el precio de los 54 alimentos de la muestra subió un? ¡148%!
En nuestra querida Argentina, los precios de los alimentos -de todos, no de algunos, como propone el ministro que sostiene que "no hay inflación"- aumentan a un ritmo del 3% mensual (más del 40% anual). Por eso es que la pobreza no baja aun con la economía creciendo al 9%: los frutos del crecimiento se siguen concentrando en algunos pocos.
En nuestra república federal, la inflación oficial de Jujuy, de 31,8% en los últimos 12 meses, triplica la que mide el Indec en el Gran Buenos Aires.
En la Argentina, el Tesoro paga deudas a acreedores privados con las reservas que el Banco Central compra con la emisión que provoca esa inflación que afecta a los más pobres.
No es posible construir un país normal a partir de la mentira. No ayudan a esa construcción quienes mienten, desde luego. Tampoco ayudarían a lograr aquel anhelo quienes, en atención a un bien supuestamente superior, convalidaran esa mentira con la omisión.
Ya no podemos conformarnos sólo con conservar la capacidad de asombro.

1 comentario:

Miguel De Bortoli dijo...

No tienen algun economista que no sea anti K para leer otras opiniones? por ej. Alfreso Zaiat.
O las opiniones de Joseph Stiglitz sobre la economía actual argentina.
Se supone que una universidad (más aun la de Córdoba) debería reflejar un universo de opiniones. No es lo que se lee aquí.
Miguel De Bortoli
Profesor Titular UNSL