domingo, 9 de octubre de 2011

La eurocrisis. Por Dante Caputo

Europa tiene sobrepeso. Cuando se sientan 27 países en la mesa y la regla es la unanimidad, no es sencillo articular políticas y acordar decisiones. La híper inclusión de países ha puesto en riesgo el mayor esfuerzo de integración que se ha hecho en la historia. La crisis fiscal expresa la debilidad actual del proyecto común europeo. Pero las causas son más profundas y, por tanto, más difíciles de resolver.
De este contexto de crisis forma también parte Estados Unidos. Es decir, los dos grandes pilares de la política y economía occidental muestran signos de que cada vez son menos capaces de ordenar la estructura mundial. La crisis general del sistema, que muchos declaraban superada, vuelve a amenazar. El FMI advierte sobre una nueva ola recesiva y los pronósticos de crecimiento de las grandes economías han sido corregidos hacia abajo.
Lector, ya no se trata sólo de las dificultades de la Unión para lograr un acuerdo sobre cómo resolver la crisis de un solo país, Grecia. Lo preocupante es que en este caso se expresan las debilidades del sistema europeo, la dificultad para la toma de decisiones, las divisiones que van más allá de un caso particular y el riesgo creciente de que se desplome la experiencia de una moneda común. En estas situaciones de crisis se requieren liderazgos que conduzcan el barco en la tormenta. Esto es contradictorio con entregar a un grupo de 27 partes la toma de decisiones. No parece sensato tener 27 pilotos buscando cómo salir de la zona de turbulencia, tampoco para resolver los hechos cotidianos de la vida y menos aún para la conducción del mundo.
Probablemente, luego de la democratización de Europa del Este en los noventa, fue el temor a un acercamiento excesivo a la política atlántica (eufemismo que usan los europeos para decir proestadounidense), lo que llevó a la ampliación de 15 a 27. Esta inclusión fue diferente al lento proceso de maduración que tuvieron las incorporaciones anteriores. La visión y el proyecto que dominaban en los 15 ya no eran compartidos por muchos de los recién llegados. Esto se tradujo en una crisis de ideas comunes y del funcionamiento de las instituciones que se supone deben tener la capacidad de gobernar colegiadamente el continente. Pero, más grave aún, la ampliación produjo una crisis de identidad.
Jacques Delors es un hombre que reúne el respeto y admiración de muchos europeos. Fue durante diez años presidente de la Comisión, ministro de Economía de François Mitterrand y candidato automarginado a la presidencia de Francia. Es uno de los constructores de Europa. Es un hombre silencioso que raramente expresa su opinión. Hace pocos días su indignación superó su silencio.
Fue cuando los 27 ministros de Finanzas se reunieron en Polonia para decidir las medidas para el salvataje griego. No se logró acordar políticas. Al día siguiente, Delors dijo a la prensa: “Ayer, los 27, en el momento en que la especulación está aquí y la incertidumbre en todos lados, no lograron un acuerdo. Eso quiere decir que esos 27 ministros, en el momento en que el barco está en la tormenta, discutieron haciendo sus pequeños cálculos. Es una vergüenza […]. Estoy de duelo e indignado […]. Lo que hicieron ayer fue dar un golpe terrible a todos aquellos que desde 1948 tienen una visión de Europa en paz y prosperidad. Hace tres semana que el euro está al borde del precipicio”. Así, el plan de ayuda de 160 mil millones de euros para Grecia quedó bloqueado.
En 2008, cuando se desató la crisis financiera, comenzaron a emerger desacuerdos fundamentales. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea sabían que los bancos no debían caer, que si el dominó se producía, las consecuencias económicas y políticas serían inmensas. ¿Cómo salvar a los bancos? Así quedó expuesto el tema de las mayores diferencias europeas.
¿Salvataje común o salvataje decidido en y por cada país? Alemania optó por lo último sosteniendo que cada miembro tomaría decisiones individuales sobre la manera de actuar.
Esta posición, que de hecho funcionaba como un veto para la acción común, en realidad expresaba, en la palabras de un experto en finanzas, una enorme debilidad en la construcción del euro: la inviabilidad de una moneda común sin un Tesoro común. Moneda común sin Tesoro común resulta casi una contradicción en los términos. ¿Qué respalda cada billete en euros? ¿Una hipotética coordinación entre los Tesoros, con todo lo incierto que esto resulta, o un Tesoro común tangible, real y no dependiente de las coyunturas políticas de los socios?
Mientras no hubo crisis, esto es, mientras nadie se escapó del marco común de déficit y endeudamiento, la cuestión quedó oculta. Cuando llegó la crisis griega, la incapacidad del país de resolver su déficit y su deuda descorrió el telón: no hay pozo común, no hay Tesoro único. Ese es un paso que parece, a pesar de la gravedad del momento, aún lejano para que sea adoptado.
De esta forma se toman decisiones parciales que expresan la voluntad de ayuda a Grecia, pero que en definitiva mantienen lo central irresuelto. Por cierto, los actores financieros (mucho más que el mercado, que en rigor es una abstracción) detectan inmediatamente que la postergación permanente del problema central va a regenerar periódicamente la crisis. Desconfían y actúan en consecuencia.
La ausencia de un Tesoro común expresa la paradoja europea. Hay una moneda común, el euro, pero no un Estado con una conducción política unificada. Es decir, existen organizaciones e instituciones estatales, pero no poder estatal.
El resultado es la confusión de la opinión pública, las subas y bajas permanentes de las Bolsas (con las ganancias que eso produce en los expertos en el serrucho bursátil) y el inmenso peligro que queda latente.
La integración había funcionado sin moneda común. Pero una vez creado, la caída del euro no puede sino anticipar males mayores.

1 comentario:

Nicolás E.Benito dijo...

eleurodolar.blogspot.com