Si alguien quiere hacerse una idea
clara acerca de lo que sucedió en Grecia, de sus avatares políticos, económicos
y sociales, uno de los métodos con que cuenta es instalarse en esa lejana e
histórica tierra durante un tiempo y embeberse de la trama y los conflictos de
aquél país donde nació, en gran medida, la civilización de esta parte del
mundo.
El otro modo de capturar aquella realidad es un tanto más
rústico pero más accesible en estos tiempos de cepo cambiario: pelar la tarjeta
de crédito, dirigirse a la librería del amigo Corcho y comprar por casi 100
pesos un libro breve y formidable: La espada de Damocles, de Petros Márkaris.
Con afán aclaratorio, ya que el autor es principalmente novelista y no
ensayista, se subtitula: La crisis de Grecia y el destino de Europa.
No es un pesado libro de economía lleno de cifras
asfixiantes e inconducentes. Más bien es una crónica que incluye datos precisos
y que revela conocimiento y reflexión sobre Grecia país donde el autor, turco
de nacimiento, vive desde hace cuarenta años. El libro ha sido editado en el
país hace apenas pocos días y recupera notas periodísticas recientes de
Márkaris publicadas en diversos diarios europeos.
La idea central del autor es que la crisis griega no es
un rayo en cielo sereno sino que reconoce un largo, extenso, dilatado proceso
formativo que, durante décadas, creó las condiciones para que el país
desembocara en la complicada situación actual. Largos años de consumo estatal y
privado sostenido por endeudamiento terminaron por generar una situación insostenible.
Derecha e izquierda contribuyeron de igual modo a expandir el gasto público
hasta niveles imposibles de sostener en el tiempo. Los bancos europeos
financiaron el gasto estatal y privado de los griegos durante décadas, en
algunos casos ignorando el verdadero estado de las cuentas públicas, ocultado
prolijamente por las autoridades.
Dice Márkaris que “Grecia
es, de hecho, el último país europeo donde se practica el socialismo real. Son
muchos los que lo aseguran; lo que no mencionan es que este Estado ‘socialista’
no ha sido construido por el Partido Comunista, sino por los partidos
derechistas del Gobierno de Grecia”.
El aumento del gasto público y privado fundado en
endeudamiento ha sido el comportamiento griego durante las últimas décadas, tal
la tesis de Márkaris: “(los
griegos) consideran los créditos bancarios que obtienen para cualquier cosa no
como un dinero prestado, sino como parte de sus ingresos”, afirma. Y remacha:“Para los
griegos, los banqueros son unos simpáticos conciudadanos cuando autorizan un
crédito para el consumo o una hipoteca, pero se convierten en especuladores y
en tiburones si exigen la devolución de su dinero”.
No puede decirse que Grecia haya padecido del
“neoliberalismo”. Si de algún modo pueden llamarse la política económica que
disfrutó durante todos estos largos años, es de prolífica en políticas activas,
de indudable estímulo de la demanda. Podríamos decir que exageradamente…
keynesiana. Por eso, cuando se compara la crisis de Grecia con la de Argentina
de 2001, en realidad se escamotea la verdad. Es exactamente al revés: ahora,
desbordado el gasto público, saturados de un endeudamiento que ha sido producto
de sucesivos déficits presupuestarios, es que llega la hora de reformar el
estado y poner en caja las cuentas públicas.
El libro de Márkaris podría ser leído también como un
espejo que adelanta la situación de la Argentina actual, donde el formidable
gasto público ha generado ya niveles de inflación que son una clara señal de
advertencia hacia el gobierno, que opta por mirar hacia otro lado. La
incorporación de Grecia a la CEE en 1981 es señalado por Márkaris como el punto
de partida de un interminable flujo de préstamos externos que permitieron a
Grecia sostener un nivel de vida elevado, no acorde con su real nivel de
producción.
Cada partido que accedía al gobierno incorporaba a sus
militantes, amigos y familiares al presupuesto público. Los agricultores “se han asegurado una vida mucho
mejor, gracias a las subvenciones agrícolas de la Unión Europea”. Las
pensiones fueron aumentadas hasta niveles insostenibles, financiadas por
préstamos. El gobierno organizó las Olimpíadas de 2004, añadiendo cifras
colosales a su deuda pública. En un reportaje publicado hace algunos años,
Márkaris ya había anticipado su impresión: “Los
griegos no quieren invertir su dinero en las empresas. Prefieren construirse
una casa de campo. Soy pesimista. Gastan mucho e invierten poco. En algún
momento esto se acabará”. Su profecía resultó cierta. Largos años de
gasto, consumo y crecimiento económico asentado en endeudamiento terminaron por
desembocar en una situación de sobredimensionamiento del estado y cuentas
públicas al borde del default.
En este clima, relata el autor, los partidos
tradicionales (Nueva Democracia y PASOK) entraron en crisis y surgieron, a
izquierda y derecha, partidos ultras que cambiaron el mapa político de Grecia.
El rechazo a las antiguas fuerzas encierra una crítica a su desempeño
complaciente durante décadas, incapaces de advertir que más tarde o más
temprano, los despilfarros deben pagarse con medidas no exentas de dolor.
Por lo que cuenta Márkaris, Grecia no vive su 2001 sino
que está llegando al final de las largas décadas de un estatismo agobiante como
el que existió antes de las reformas de los años noventa, como el que se está
construyendo durante estos años.
El país helénico sabe de tragedias. Nosotros deberíamos
aprender, al menos, a evitarlas.
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