(Nota publicada en El País (Madrid), el 5 de diciembre de 2010)
Tras la "aplastante derrota" demócrata en las elecciones de mitad de mandato, todo el mundo se preguntaba cómo respondería el presidente Obama. ¿Demostraría lo que vale? ¿Defendería firmemente los valores en los que cree, incluso ante la adversidad política?
El lunes obtuvimos la respuesta: anunció la congelación de los sueldos de los trabajadores federales. Fue un anuncio que lo tenía todo. Era abiertamente cínico; era insignificante en cuanto a su magnitud, pero descaminado en cuanto al rumbo; y al hacer el anuncio, Obama reconoció el argumento político de esa misma gente que está tratando -parece que con éxito- de destruirle. Por eso supongo que, de hecho, estamos viendo lo que vale Obama.
En cuanto a esa congelación salarial, al presidente le gusta hablar de "momentos aleccionadores". Bien, en este caso parece ansioso por enseñar algo falso a los estadounidenses. La verdad es que el problema del déficit de larga duración de Estados Unidos no tiene nada que ver en absoluto con pagar demasiado a los trabajadores federales. Para empezar, esos trabajadores no cobran un sueldo excesivo. Los sueldos federales son, de media, ligeramente inferiores a los de los trabajadores del sector privado con aptitudes equivalentes. Y en cualquier caso, el salario de los empleados solo es una pequeña parte del gasto federal, por lo que incluso aunque se redujese la nómina a la mitad, el gasto público disminuiría menos de un 3%.
Por eso la congelación salarial es un escenario cínico de reducción del déficit. Es un truco (literalmente) barato que solo parece impresionar a la gente que no sabe nada de la realidad presupuestaria. El ahorro real, unos 5.000 millones de dólares en dos años, es calderilla dada la magnitud del déficit.
De cualquier manera, recortar el gasto público en un momento en el que la economía está deprimida es exactamente lo que no hay que hacer. Si no que se lo pregunten a los responsables de la Reserva Federal, que últimamente han estado más o menos suplicando que les echen una mano en sus esfuerzos para fomentar un crecimiento más rápido del empleo.
Mientras tanto, hay un verdadero problema del déficit sobre el tapete: si se ampliarán, como exigen los republicanos, los recortes impositivos para los ricos. Sirva como recordatorio que, en los próximos 75 años, el coste de hacer permanentes esas rebajas fiscales equivaldría aproximadamente a todo el déficit financiero previsto de la Seguridad Social. La estratagema de los sueldos de Obama podría, solo podría, haber estado justificada si hubiera usado el anuncio de la congelación como una oportunidad para adoptar una postura firme frente a las exigencias republicanas y declarar que en un momento en que los déficits son un problema importante, las exenciones tributarias para los más ricos son inaceptables.
Pero no lo hizo. Por el contrario, por lo visto pretendía que el anuncio de la congelación salarial se considerase un gesto de paz hacia los republicanos en vísperas de una cumbre bipartidista. En esa reunión, Obama, que se ha enfrentado a dos años de una oposición totalmente de tierra quemada, declaró que no había logrado acercarse lo suficiente a sus implacables enemigos. No llevaba, que se sepa, un letrero en la espalda que dijera "dadme una patada", aunque bien podría haberlo llevado.
No hubo gestos comparables por parte del otro bando. En vez de eso, los senadores republicanos declararon que nada de la legislación que quedaba sobre la mesa -una legislación que incluye cosas como un tratado sobre armas estratégicas que es vital para la seguridad nacional- se aprobaría hasta que se resolviera el tema del recorte impositivo, presumiblemente según sus condiciones.
Es difícil no tener la impresión de que los republicanos le han tomado la medida a Obama y que le están poniendo en evidencia convencidos de que seguramente fracasará. Y también es difícil no tener la impresión de que tienen razón.
La verdadera cuestión es qué están pensando Obama y su círculo más cercano. ¿De verdad creen, después de todo este tiempo, que con los gestos de apaciguamiento hacia el partido republicano obtendrán una respuesta de buena fe?
Lo que resulta todavía más desconcertante es la aparente indiferencia del equipo de Obama en cuanto al efecto que esos gestos tienen en sus seguidores. Uno habría esperado que un candidato al que el entusiasmo de los activistas llevó a una inesperada victoria en las primarias demócratas se diera cuenta de que ese entusiasmo era un activo importante. En cambio, parece casi como si Obama estuviese tratando, sistemáticamente, de decepcionar a unos seguidores antaño apasionados y de convencer a la gente que lo puso donde está de que cometió un error lamentable.
Sea lo que sea que esté sucediendo en la Casa Blanca, desde fuera parece un hundimiento moral, un fracaso total en lo que se refiere al propósito y una pérdida de rumbo.
Entonces ¿qué tienen que hacer los demócratas? Parece que la respuesta, cada vez más, es que tendrán que valerse por sí mismos. Concretamente, los demócratas siguen teniendo la capacidad de poner a sus oponentes en apuros en el Congreso, como hicieron el jueves cuando forzaron la votación sobre el aumento de los recortes impositivos para la clase media, poniendo a los republicanos en la incómoda postura de votar contra la clase media para proteger las rebajas de impuestos de los ricos.
Lógicamente, a los demócratas les resultaría más fácil hacer borrón y cuenta nueva si Obama pusiera de su parte. Pero todos los indicios apuntan a que el partido tendrá que buscar en otra parte el liderazgo que necesita.
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