Aunque con recurrentes turbulencias, parece prevalecer el escenario internacional que empuja capitales hacia los emergentes y revalúa sus monedas. Esto plantea dos cuestiones centrales para la estrategia de crecimiento: a) cuáles son los instrumentos más adecuados para evitar un desalineamiento exagerado del tipo de cambio; b) en qué apoyar la competitividad si es que el “colchón cambiario” está en vías de desaparición. Pese a que la actividad sigue en terreno bien positivo, la fundamentación para no descuidar la cuestión del crecimiento pasa por la débil reacción del mercado de trabajo. Con un año de recuperación, la Argentina anota un 2,2% interanual de creación de empleos privados formales, guarismo que contrasta con el 6,4% de incremento verificado en Brasil para igual período.
Las tendencias prevalecientes en el mundo han logrado invertir los términos de la discusión alrededor del tipo de cambio en la Argentina. Si hasta hace poco se daba como cierta la apuesta de la devaluación post-elecciones de octubre 2011, hoy se ve al Gobierno lidiando con las tendencias de apreciación, con la presunción de que no se trata de un fenómeno pasajero. Esto permitiría convivir más tiempo con bajas tasas de interés en pesos, lo que es positivo para el nivel de actividad pero, al mismo tiempo, la persistente inflación en dólares habrá de afectar la rentabilidad de una gama amplia de sectores industriales y de economías regionales. Recordemos que el fuerte crecimiento del empleo en la Argentina entre 2003 y 2007 ocurrió en un contexto de bajos costos laborales en dólares. En esta línea, una decisión que la Argentina no debería demorar es la de eliminar las retenciones de 5% que recaen sobre las exportaciones de productos industriales y de las economías regionales.
Pero no sería aconsejable detenerse allí. La estructura impositiva de nuestro país (contando ingresos brutos y tasas municipales) tiene un sesgo negativo para las inversiones, el empleo y las exportaciones, que se acentúa si se compara con países vecinos, incluso Brasil pese a su alta presión tributaria. Las reformas en esta dirección deben autofinanciarse con la ampliación de la base impositiva. Debe asumirse que la informalidad es un verdadero cáncer para la competitividad del país, pero romper este círculo vicioso no depende tanto de más controles, sino fundamentalmente de incentivos. La reducción del resto de las retenciones debería graduarse en el tiempo, aun sabiendo que es un mal impuesto. El superávit fiscal es el único instrumento potente para evitar una apreciación exagerada del peso, comprando dólares con recursos genuinos, como el fondo anticíclico vigente en Chile. Al respecto, si se toma como base diciembre de 2006, la apreciación del peso chileno en términos reales, de 15,1%, fue mucho más moderada que la pérdida de competitividad cambiaria de Brasil, de 30,1%, y Argentina, de 34,5 por ciento. ¿Dónde encontrar dinamismo creador de empleos? Primero hay que tener en cuenta que la geografía económica mundial se está reconfigurando. El destino de las exportaciones argentinas ya lo capta plenamente: mientras las ventas a la Unión Europea y el Nafta avanzan lentamente este año (4 y 11% de variación interanual), los despachos a destinos menos conocidos como Argelia, Egipto y Marruecos lo hacen a 32%, Corea 36%, Brasil 37%, China 54%, Japón 87% y la India nada menos que 154%, en este caso con la restricción china al aceite local. La Argentina debe evitar ser un sujeto pasivo de estas tendencias, neutralizando la tentación natural de nuestros clientes de comprar sólo materias primas para industrializarlas en destino.
Nuevas instituciones. Pero son pocas las empresas en la Argentina preparadas para explorar y operar con estos mercados. En general, hay un serio problema de escala. De 49 rubros de exportación relevados, en sólo ocho se encuentran empresas que anotan volúmenes significativos. En los 41 ítems restantes, salvo seis o siete excepciones, la gran mayoría exporta por menos y bastante menos de US$ 100 millones/año. Para resolver estos problemas de escala se requiere mayor sinergia entre el sector público y el privado. Por el lado de la producción y las tecnologías, las empresas tienden a recurrir al Inti o al Inta. Estas instituciones quizá requieran refuerzos presupuestarios y adecuación a las nuevas demandas de los sectores productivos. Pero ¿qué pasa por el lado de la exportación? Existen diversos organismos, pero también superposición de funciones y presupuestos. Hay espacio para crear una nueva institución, que bien podría llamarse Inex (Instituto Nacional de Exportaciones) que, reorientando partidas presupuestarias existentes, se configure como un verdadero par del Inti y del Inta. Con la metodología de la Fundación ExportAr, pero más jerarquizado, el Inex debería colaborar con las empresas y las regiones, identificando mercados y tendencias atractivas para los oferentes locales.
Escalar cadenas productivas. En una anterior columna, subrayé que una adecuada estrategia de crecimiento no implica “borrón y cuenta nueva” con los sectores existentes, sino ayudar a generar condiciones más apropiadas para que los clusters productivos den saltos posibles en tecnología y también completen cadenas de valor existentes, mientras sea rentable y tenga demanda. vale destacar algunos ejemplos:
— La Argentina es el país agroalimentario que menos utiliza un insumo clave como el maíz para actividades conexas (industrialización, engorde de animales). Según el investigador Juan Garzón, de Ieral, mientras la Argentina exporta como grano sin industrializar el 67% de la cosecha de maíz, para Brasil ese guarismo es de sólo 12 por ciento.
— En el NEA, la expansión forestal ya genera materia prima para dos plantas como Botnia, lo cual dispararía inversiones adicionales en todas las direcciones.
— Allí mismo, según un trabajo de Gerardo Alonso Schwarz, una reconversión gradual de cultivos tradicionales permitiría incrementar 30% la producción de yerba en menos hectáreas, liberando campos para un incremento de 300% en la producción de té, que registra un volumen de importaciones mundiales de US$ 5.500 millones/año.
— En clusters vinculados con la industria automotriz, es conocido el mercado potencial que implica el déficit comercial de US$ 6.000 a 7.000 millones/año del sector. No es tan obvio que la industria experimentó rápidos cambios tecnológicos y que, por ende, por cada US$ 100 millones/año que se apunte a facturar de los productos de mayor valor agregado, se estarían necesitando unos US$ 100 millones de inversión.
En estos ejemplos hay requerimientos comunes: horizonte para la toma de decisiones; mayor sinergia entre el sector público y privado; infraestructura que corrija el esquema radial hacia Buenos Aires; financiamiento. Varios de estos puntos requieren bajar fuertemente el riesgo país y poder realizar contratos de largo plazo en moneda local.
Reactivación de demanda versus desinflación
Hace 1 mes
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