Una investigación prolija y seria desnuda el mayor reto de nuestro continente. Fue elaborada durante años con viajes, reportajes, estadísticas, debates, confesiones, estudios comparativos, hasta llegar a objetivas conclusiones. Esta investigación es ofrecida en un libro que debería leerse y releerse con mucha atención, llamado ¡Basta d e historias!. Su autor, Andrés Oppenheimer, asesta un golpe de luz.
En efecto, demuestra que se debe girar la mirada desde el pasado hacia el futuro. Y el futuro, a partir de nuestro siglo, juega sus piezas decisivas en el campo de la educación. Hace tiempo que insisto en la paradoja de que la educación es "un tema cacareado pero marginal", tanto para argentinos como para muchos latinoamericanos. Pero, por ejemplo, una serie de economistas ya llegan a la convicción de que el crecimiento económico por sí solo nunca va a erradicar la pobreza, a menos que marche acompañado por una sustancial mejora en la calidad educativa. Tampoco habrá desarrollo ni bienestar sin este ingrediente. Tanto se ha devaluado la educación que suele ser un tema aburrido, limitado a consignas inoperantes o reivindicaciones de bajo vuelo. No se tiene conciencia de que es el motor esencial del progreso. Ni se sabe cómo hacerlo rendir.
Los contrastes de América latina con Singapur, China, la India, Israel, Corea del Sur y otros países de crecimiento acelerado son abismales. La mayoría de esos países estaban al final de la cola y en pocas décadas, mediante la revolución educativa, alcanzaron y sobrepasaron a los demás. Son ejemplos que marean. Una pintura ecuánime sobre éxitos y fracasos, experimentos y consistencias, funciona como un catálogo del que pueden obtenerse conocimiento e inspiración. América latina va quedándose muy atrás. Algunos países como Chile, Brasil, Colombia y Uruguay empezaron a dar pasos importantes. Pero no suficientes. La Argentina es la muestra más dolorosa, porque revela una monstruosa degradación desde la cúspide que había alcanzado en la primera mitad del siglo XX. Y los más atrasados son ahora Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Algunos, como México, sufren el bloqueo de un sindicalismo enorme y fósil.
Oppenheimer reivindica el impulso que en esta materia genera la paranoia. Bill Gates asegura que "lo mejor que le pasó a los Estados Unidos fue que, en los años 80, todos creían que los japoneses nos iban a superar. Era una idea estúpida, errónea, una tontería. Pero fue ese sentimiento de humildad lo que hizo al país ponerse las pilas". En la Argentina, en cambio, creemos que nuestro aplazo en los rankings internacionales se debe a defectos de los rankings. Confundimos calidad educativa con buenos edificios o un trato amistoso de los docentes, más algunos pobres ajustes en los salarios.
En contraste con los países que se han instalado a la cabeza del mundo, en las universidades latinoamericanas predominan las carreras humanísticas con poca salida laboral y divorciadas de la explosión científica y económica del siglo XXI. Es un atraso cultural que debería ser revertido. Para sólo dar un ejemplo, en China ingresan cada año en la universidad un millón doscientos mil estudiantes a ingeniería y sólo unos pocos miles a historia y filosofía. En la India ocurre lo mismo. América latina y Africa comparten el estigma de ser las regiones del planeta con menos investigación, desarrollo de nuevos productos y carencia de patentes. Sólo el dos por ciento de la inversión mundial en investigación y desarrollo tiene lugar en América latina. No hay suficientes incentivos económicos y de prestigio para que profesores e investigadores se apliquen a concebir nuevos productos, y esto genera el escándalo de las diferencias.
Oppenheimer ofrece cataratas de datos, imposibles de comprimir en un artículo. Algunos son elocuentes y a ellos me limito. Aquí van.
En América latina tenemos las vacaciones más largas del mundo. En la Argentina, a duras penas se quiere llegar a los 180 días de clase. En Japón, el año escolar se extiende a 243 días; en Corea del Sur, a 220; en Israel, a 216; en Holanda, a 200, y lo mismo en Tailandia. Además, ¡los cumplen a rajatabla! En China, los niños estudian 12 horas por día, y no mucho menos los niños de los demás países en pleno ascenso.
Otro factor que se destaca en el mundo desarrollado es que toda la familia se involucra en los esfuerzos del estudiante, tanto para pagar sus gastos como para brindarle apoyos de tutoría cuando flaquean en alguna materia. No conciben quedarse al margen de esa responsabilidad. Ni pedir menos exigencias. En esas sociedades se ha fortalecido un consenso sobre la importancia ineludible de una eficaz educación. Los argentinos que tienen el privilegio de contar con abuelos y bisabuelos que narran su infancia pueden enterarse de que también en esta patria hubo décadas en que las familias de todos los niveles se afanaban por brindar buena educación a sus hijos: no sólo garantizaban su futuro, sino que lo elevaban en el estatus social. Y convirtieron a la Argentina en un país pujante, al que llegaban millones de inmigrantes esperanzados.
En cuanto al ayer, en las sociedades avanzadas lo estudian, por supuesto, pero no lo convierten en el centro de las preocupaciones o de los debates. En América latina circulan actitudes que pretenden volver a lo que ya no existe. Un dirigente boliviano voceó el absurdo de que "¡nuestro futuro es el pasado!". Los libros de texto en China comunista, inversamente, enfatizan el crecimiento, la innovación y la temida globalización, no el pasado. En los nuevos textos escolares de Shanghai la historia del comunismo chino antes de las reformas capitalistas de 1978 se reduce a un párrafo. Mao Tsé-tung es mencionado sólo una vez. Además, los latinoamericanos ya tenemos suficientes pruebas sobre la utilización distorsionada del pasado, que hace una buena cosecha gracias a la baja cultura general. Chávez invoca las porciones de los discursos pronunciados por Bolívar que les son favorables y excluye las que significarían una condena. Bolívar, en su alocución de Angostura el 15 de febrero de 1819 -citado a menudo por el jefe populista-, afirmó algo que calla: "La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos? Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía". Pero Bolívar mismo luego se contradijo en los hechos. Por esta razón conviene dejarlo descansar en paz.
Otra diferencia con los países exitosos en calidad educativa reside en la ruptura del aislamiento. Los dos colosos asiáticos invitan a las universidades más destacadas de Occidente para que abran sucursales en sus territorios y compitan -¡sí, compitan!- con las locales. Los países latinoamericanos manifiestan un miedo cerval a esa competencia y ponen trabas de cualquier orden para impedirlo. China comunista, que hasta hace unas décadas era un país cerrado, tiene más de mil programas de intercambio universitario; ¡170 universidades extranjeras han radicado sucursales en varias ciudades y extienden diplomas tan válidos como las casas chinas! Esta internacionalización, además de incentivar el esfuerzo para destacarse, tiene el objetivo de obtener una inserción más eficiente en la economía global. En América latina, por el contrario, se desea mantener el aislamiento académico, como un modo de ocultar los trapos sucios y no afrontar las descalificaciones. Es notable la diferencia, porque el contacto con el exterior se ha tornado obsesivo en las sociedades de punta; una manifestación extrema la ofrece Singapur, donde las escuelas primarias deben conseguir que un tercio de sus alumnos realice por lo menos una visita guiada al extranjero.
Por otra parte, el aprendizaje del inglés tiene carácter obligatorio desde el comienzo de la etapa escolar, y debe no sólo ser enseñado como idioma, sino que en ese idioma se imparten varias materias, en especial las técnicas. En la Argentina, el inglés no es obligatorio ni siquiera en la universidad.
El grave problema de la inseguridad está ligado de modo profundo a la ignorancia. La ignorancia genera impotencia, frustración y resentimiento. Nunca alcanzarán las medidas represivas, ni las cárceles, ni los encierros de la ciudadanía en guetos que también son atacados. La solución de fondo va ligada con la buena educación, que es responsabilidad de los gobiernos y de toda la sociedad. Es obligación del Estado que ningún niño deje de asistir a la escuela, y si no concurre, es su deber ir a buscarlo donde se refugie.
El libroconcluye con doce claves para el progreso. Forman un programa sensato y plausible. Pero conviene no quedarse sólo con ellas, sino enterarse de la información que las precede. Allí se encontrarán problemas serios y ejemplares soluciones en varios países desarrollados y algunos de América latina. Esas claves ayudarán a tomar conciencia de que la calidad educativa no es un asunto aburrido ni marginal.
Los contrastes de América latina con Singapur, China, la India, Israel, Corea del Sur y otros países de crecimiento acelerado son abismales. La mayoría de esos países estaban al final de la cola y en pocas décadas, mediante la revolución educativa, alcanzaron y sobrepasaron a los demás. Son ejemplos que marean. Una pintura ecuánime sobre éxitos y fracasos, experimentos y consistencias, funciona como un catálogo del que pueden obtenerse conocimiento e inspiración. América latina va quedándose muy atrás. Algunos países como Chile, Brasil, Colombia y Uruguay empezaron a dar pasos importantes. Pero no suficientes. La Argentina es la muestra más dolorosa, porque revela una monstruosa degradación desde la cúspide que había alcanzado en la primera mitad del siglo XX. Y los más atrasados son ahora Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Algunos, como México, sufren el bloqueo de un sindicalismo enorme y fósil.
Oppenheimer reivindica el impulso que en esta materia genera la paranoia. Bill Gates asegura que "lo mejor que le pasó a los Estados Unidos fue que, en los años 80, todos creían que los japoneses nos iban a superar. Era una idea estúpida, errónea, una tontería. Pero fue ese sentimiento de humildad lo que hizo al país ponerse las pilas". En la Argentina, en cambio, creemos que nuestro aplazo en los rankings internacionales se debe a defectos de los rankings. Confundimos calidad educativa con buenos edificios o un trato amistoso de los docentes, más algunos pobres ajustes en los salarios.
En contraste con los países que se han instalado a la cabeza del mundo, en las universidades latinoamericanas predominan las carreras humanísticas con poca salida laboral y divorciadas de la explosión científica y económica del siglo XXI. Es un atraso cultural que debería ser revertido. Para sólo dar un ejemplo, en China ingresan cada año en la universidad un millón doscientos mil estudiantes a ingeniería y sólo unos pocos miles a historia y filosofía. En la India ocurre lo mismo. América latina y Africa comparten el estigma de ser las regiones del planeta con menos investigación, desarrollo de nuevos productos y carencia de patentes. Sólo el dos por ciento de la inversión mundial en investigación y desarrollo tiene lugar en América latina. No hay suficientes incentivos económicos y de prestigio para que profesores e investigadores se apliquen a concebir nuevos productos, y esto genera el escándalo de las diferencias.
Oppenheimer ofrece cataratas de datos, imposibles de comprimir en un artículo. Algunos son elocuentes y a ellos me limito. Aquí van.
En América latina tenemos las vacaciones más largas del mundo. En la Argentina, a duras penas se quiere llegar a los 180 días de clase. En Japón, el año escolar se extiende a 243 días; en Corea del Sur, a 220; en Israel, a 216; en Holanda, a 200, y lo mismo en Tailandia. Además, ¡los cumplen a rajatabla! En China, los niños estudian 12 horas por día, y no mucho menos los niños de los demás países en pleno ascenso.
Otro factor que se destaca en el mundo desarrollado es que toda la familia se involucra en los esfuerzos del estudiante, tanto para pagar sus gastos como para brindarle apoyos de tutoría cuando flaquean en alguna materia. No conciben quedarse al margen de esa responsabilidad. Ni pedir menos exigencias. En esas sociedades se ha fortalecido un consenso sobre la importancia ineludible de una eficaz educación. Los argentinos que tienen el privilegio de contar con abuelos y bisabuelos que narran su infancia pueden enterarse de que también en esta patria hubo décadas en que las familias de todos los niveles se afanaban por brindar buena educación a sus hijos: no sólo garantizaban su futuro, sino que lo elevaban en el estatus social. Y convirtieron a la Argentina en un país pujante, al que llegaban millones de inmigrantes esperanzados.
En cuanto al ayer, en las sociedades avanzadas lo estudian, por supuesto, pero no lo convierten en el centro de las preocupaciones o de los debates. En América latina circulan actitudes que pretenden volver a lo que ya no existe. Un dirigente boliviano voceó el absurdo de que "¡nuestro futuro es el pasado!". Los libros de texto en China comunista, inversamente, enfatizan el crecimiento, la innovación y la temida globalización, no el pasado. En los nuevos textos escolares de Shanghai la historia del comunismo chino antes de las reformas capitalistas de 1978 se reduce a un párrafo. Mao Tsé-tung es mencionado sólo una vez. Además, los latinoamericanos ya tenemos suficientes pruebas sobre la utilización distorsionada del pasado, que hace una buena cosecha gracias a la baja cultura general. Chávez invoca las porciones de los discursos pronunciados por Bolívar que les son favorables y excluye las que significarían una condena. Bolívar, en su alocución de Angostura el 15 de febrero de 1819 -citado a menudo por el jefe populista-, afirmó algo que calla: "La continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos? Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo, de donde se origina la usurpación y la tiranía". Pero Bolívar mismo luego se contradijo en los hechos. Por esta razón conviene dejarlo descansar en paz.
Otra diferencia con los países exitosos en calidad educativa reside en la ruptura del aislamiento. Los dos colosos asiáticos invitan a las universidades más destacadas de Occidente para que abran sucursales en sus territorios y compitan -¡sí, compitan!- con las locales. Los países latinoamericanos manifiestan un miedo cerval a esa competencia y ponen trabas de cualquier orden para impedirlo. China comunista, que hasta hace unas décadas era un país cerrado, tiene más de mil programas de intercambio universitario; ¡170 universidades extranjeras han radicado sucursales en varias ciudades y extienden diplomas tan válidos como las casas chinas! Esta internacionalización, además de incentivar el esfuerzo para destacarse, tiene el objetivo de obtener una inserción más eficiente en la economía global. En América latina, por el contrario, se desea mantener el aislamiento académico, como un modo de ocultar los trapos sucios y no afrontar las descalificaciones. Es notable la diferencia, porque el contacto con el exterior se ha tornado obsesivo en las sociedades de punta; una manifestación extrema la ofrece Singapur, donde las escuelas primarias deben conseguir que un tercio de sus alumnos realice por lo menos una visita guiada al extranjero.
Por otra parte, el aprendizaje del inglés tiene carácter obligatorio desde el comienzo de la etapa escolar, y debe no sólo ser enseñado como idioma, sino que en ese idioma se imparten varias materias, en especial las técnicas. En la Argentina, el inglés no es obligatorio ni siquiera en la universidad.
El grave problema de la inseguridad está ligado de modo profundo a la ignorancia. La ignorancia genera impotencia, frustración y resentimiento. Nunca alcanzarán las medidas represivas, ni las cárceles, ni los encierros de la ciudadanía en guetos que también son atacados. La solución de fondo va ligada con la buena educación, que es responsabilidad de los gobiernos y de toda la sociedad. Es obligación del Estado que ningún niño deje de asistir a la escuela, y si no concurre, es su deber ir a buscarlo donde se refugie.
El libroconcluye con doce claves para el progreso. Forman un programa sensato y plausible. Pero conviene no quedarse sólo con ellas, sino enterarse de la información que las precede. Allí se encontrarán problemas serios y ejemplares soluciones en varios países desarrollados y algunos de América latina. Esas claves ayudarán a tomar conciencia de que la calidad educativa no es un asunto aburrido ni marginal.
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