La crisis financiera de 2008 puso fin a la “fiesta global” que caracterizó los primeros años de este siglo. Ese modelo consistió en que el tradicional motor del consumo mundial, los ciudadanos norteamericanos con acceso al crédito, se convirtieran en un motor “turbo potenciado”, gracias a un conjunto de instrumentos financieros llamados genéricamente “innovación financiera”.
Estos superconsumidores demandaban de los países exportadores con mano de obra barata, principalmente China, India y el resto de los asiáticos emergentes, bienes y servicios diversos. Los asiáticos, a su vez, poblaciones populosas incorporándose al consumo, demandaban alimentos de mejor calidad y materias primas de todo tipo, para la producción, ofrecidos, básicamente por América latina y Africa, y maquinaria y tecnología de última generación, ofrecidas por Alemania, otros europeos y los propios Estados Unidos.
La mayoría de los emergentes venía de defaults seriales hacia finales del siglo pasado, o carecía de instituciones y mercados de capitales sofisticados; por lo tanto, los flujos recibidos del comercio exterior se acumularon como reservas en sus bancos centrales.
Esta acumulación de reservas, a su vez, se tradujo en más fondos fluyendo hacia el mercado financiero global, potenciando aun más esta “cadena de la felicidad”. A su vez, muchos países de la nueva Europa aprovecharon la bonanza financiera y el bajo riesgo de pertenecer al Club del Euro, para financiar gasto público ineficiente y un Estado de bienestar estructuralmente insostenible, colocando deuda en el sistema financiero europeo. Los flujos de fondos, volcados en el mercado de capitales, a su turno generaron una fenomenal “inflación de activos”, las propiedades, las acciones, las commodities, todo subía de precio, aumentando a su vez el crédito disponible, dado que esos activos servían de “colateral” a los créditos.
A este panorama hay que agregarle que la demanda de energía para producir, más la especulación, generaron la suba del precio del petróleo y la mejora de los ingresos de los países productores, principalmente el mundo de los jeques árabes, gastadores de su riqueza en “lujo” e inversiones excéntricas, tanto en sus países como, principalmente, fuera de ellos.
En síntesis, todos felices en medio de una fiesta completa.
Los argentinos participamos tangencialmente de esa fiesta. No entramos al VIP, porque nos aislamos del mundo financiero, rompimos todos los contratos, declaramos el default y salimos de él, parcialmente, con una quita fenomenal, mintiendo en las cifras de inflación, limitando inversiones por “capitalismo de amigos” etc. Pero aun fuera del VIP, pudimos tomar unas copas, y bailar gracias a la soja y otras commodities y gracias a que los argentinos que pueden ahorrar lo hicieron también en ese sistema en que todo subía.
Cuando la burbuja crediticia explotó (no tengo espacio aquí para repasar las razones), lo que desapareció del mapa fue el “superconsumidor americano”, que, al bajar el precio de sus activos, descubrió, de pronto, que estaba recontraendeudado, frenó su consumo, se cortó el crédito y la máquina de la felicidad se puso en reversa afectando a todos.
La crisis se superó con una fenomenal inyección de fondos del Banco Central de Estados Unidos y con más gasto público y deuda. Pero eso sólo creó problemas nuevos. Un dólar débil, un euro en peligro por las deudas públicas de los países de la Europa mediterránea, en tenencia de los bancos europeos. Los inversores tratando de protegerse y ganar algo más que la tasa cero, huyendo hacia el mundo emergente, sus bonos y acciones, el oro, las commodities y los países “receptores” tratando de frenar el flujo de fondos como pueden.
Por ahora, el desaparecido superconsumidor norteamericano no tiene un buen sustituto y, por ello, los países desarrollados, que viven del crédito, muestran muy modestas tasas de crecimiento, mientras los emergentes que reciben las inversiones o la mejora de los precios de sus exportaciones crecen fuerte. Pero, dado que carecen de las instituciones adecuadas, todo este movimiento de fondos hacia los emergentes tiene un techo cercano. Cuando ese techo llegue, esta fiestita emergente tendrá su final. Y allí se verá quiénes están en condiciones estructurales de superar la coyuntura e incorporarse seriamente a un nuevo modelo global y quiénes sólo han estado en la fiesta, de colados.
La mayoría de los emergentes venía de defaults seriales hacia finales del siglo pasado, o carecía de instituciones y mercados de capitales sofisticados; por lo tanto, los flujos recibidos del comercio exterior se acumularon como reservas en sus bancos centrales.
Esta acumulación de reservas, a su vez, se tradujo en más fondos fluyendo hacia el mercado financiero global, potenciando aun más esta “cadena de la felicidad”. A su vez, muchos países de la nueva Europa aprovecharon la bonanza financiera y el bajo riesgo de pertenecer al Club del Euro, para financiar gasto público ineficiente y un Estado de bienestar estructuralmente insostenible, colocando deuda en el sistema financiero europeo. Los flujos de fondos, volcados en el mercado de capitales, a su turno generaron una fenomenal “inflación de activos”, las propiedades, las acciones, las commodities, todo subía de precio, aumentando a su vez el crédito disponible, dado que esos activos servían de “colateral” a los créditos.
A este panorama hay que agregarle que la demanda de energía para producir, más la especulación, generaron la suba del precio del petróleo y la mejora de los ingresos de los países productores, principalmente el mundo de los jeques árabes, gastadores de su riqueza en “lujo” e inversiones excéntricas, tanto en sus países como, principalmente, fuera de ellos.
En síntesis, todos felices en medio de una fiesta completa.
Los argentinos participamos tangencialmente de esa fiesta. No entramos al VIP, porque nos aislamos del mundo financiero, rompimos todos los contratos, declaramos el default y salimos de él, parcialmente, con una quita fenomenal, mintiendo en las cifras de inflación, limitando inversiones por “capitalismo de amigos” etc. Pero aun fuera del VIP, pudimos tomar unas copas, y bailar gracias a la soja y otras commodities y gracias a que los argentinos que pueden ahorrar lo hicieron también en ese sistema en que todo subía.
Cuando la burbuja crediticia explotó (no tengo espacio aquí para repasar las razones), lo que desapareció del mapa fue el “superconsumidor americano”, que, al bajar el precio de sus activos, descubrió, de pronto, que estaba recontraendeudado, frenó su consumo, se cortó el crédito y la máquina de la felicidad se puso en reversa afectando a todos.
La crisis se superó con una fenomenal inyección de fondos del Banco Central de Estados Unidos y con más gasto público y deuda. Pero eso sólo creó problemas nuevos. Un dólar débil, un euro en peligro por las deudas públicas de los países de la Europa mediterránea, en tenencia de los bancos europeos. Los inversores tratando de protegerse y ganar algo más que la tasa cero, huyendo hacia el mundo emergente, sus bonos y acciones, el oro, las commodities y los países “receptores” tratando de frenar el flujo de fondos como pueden.
Por ahora, el desaparecido superconsumidor norteamericano no tiene un buen sustituto y, por ello, los países desarrollados, que viven del crédito, muestran muy modestas tasas de crecimiento, mientras los emergentes que reciben las inversiones o la mejora de los precios de sus exportaciones crecen fuerte. Pero, dado que carecen de las instituciones adecuadas, todo este movimiento de fondos hacia los emergentes tiene un techo cercano. Cuando ese techo llegue, esta fiestita emergente tendrá su final. Y allí se verá quiénes están en condiciones estructurales de superar la coyuntura e incorporarse seriamente a un nuevo modelo global y quiénes sólo han estado en la fiesta, de colados.
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