Los dos próximos años serán difíciles para cualquiera. Si hay reelección, habrá desencanto. Si hay cambio, añoranzas.
El período 2002-2011 ha sido propicio para la Argentina: elevadas tasas de crecimiento, aumento del empleo y explosión de consumo. Estas fueron las razones de la bonanza:
1. La introducción de la semilla transgénica (1996). Sumada a la siembra directa, multiplicó la productividad de la agricultura sojera. Eso convirtió a la Argentina en uno de los mayores proveedores de soja en el mundo.
2. El fuerte incremento de la demanda global, provocado por China (2001-2011). Solamente en soja, China quintuplicó, en diez años, sus importaciones: pasó de 10 millones de toneladas a 50 millones.
3. El boom de los commodities (2001-2011). La demanda china catapultó los precios: la soja pasó de 170 a 540 dólares la tonelada.
4. La devaluación . Los exportadores no sólo facturaron mucho más (por el crecimiento de la demanda) sino que pasaron a recibir 3 pesos (no 1) por cada dólar exportado. El comercio exterior actuó como locomotora de la economía. Hubo un raudo crecimiento de las reservas y del ingreso fiscal. El país gozó de superávits gemelos.
5. La renegociación de la deuda (2006). Una quita que parecía inalcanzable permitió disminuir sensiblemente la carga de la deuda.
Los años que vienen no serán como los que se fueron:
1. Diversificación de la producción mundial . Brasil aprobó la semilla transgénica nueve años después que la Argentina. Sin embargo, hoy produce 13 millones de toneladas más que la Argentina y es el segundo proveedor mundial, detrás de los Estados Unidos.
2. Desaceleración de la demanda global.
La tasa de crecimiento china podría descender este año de 10 a 7 por ciento. Europa está en una época de austeridad. A los Estados Unidos los preocupa el desempleo creciente.
3. Perspectivas de competencia . En los últimos años, EE.UU., Brasil y la Argentina se apoderaron del mercado chino para la soja. Ahora, la gran compradora, China, está impulsando la producción propia y ya está casi en la mitad de lo que produce la Argentina.
4. Retraso cambiario.
La inflación, al aumentar los costos de producción, reduce el valor real del dólar que reciben los exportadores. Esto restringe la exportación y favorece que los productos importados inunden el mercado interno. El dólar está hoy a 4,10, pero si se le descuenta la inflación acumulada desde 2002, está a 0,95.
5. Deuda y fuga de divisas . Hoy la deuda triplica a las reservas. No es una relación alarmante; pero debe tenerse en cuenta la fuga de dinero, que en los últimos 8 años sumó 66.000 millones de dólares.
En este contexto, se hace más difícil resolver problemas nuevos, que de por sí presentan grandes dificultades.
La inflación . Cálculos independientes dicen que la inflación anual está en 25 por ciento: la segunda del continente y la sexta del mundo. En otras épocas, esto se solucionaba (con trágicas consecuencias de largo plazo) apreciando el peso. Con eso, lo importado eran más barato que lo nacional y obligaba a los productores locales a reducir márgenes. Con la tablita y la convertibilidad aprendimos que eso es pan para hoy, hambre para mañana.
El gasto público . En los últimos años imitamos a la cigarra, no a la hormiga. Las cuentas públicas se han hecho cada vez menos halagüeñas y el fisco ha debido recurrir a fondos de los jubilados y reservas del Banco Central: recursos que (legítimos o no) sólo sirven para remendar.
Los subsidios . El Estado gasta 11 millones de pesos por hora para subsidiar actividades y precios. Si se quitaran tales subsidios no sólo aumentaría la inflación sino que se produciría una rebelión social. El público, acostumbrado a los precios subsidiados, no toleraría un brusco pase a la realidad. A la vez, si se mantuvieran los subsidios, se marcharía hacia una crisis fiscal.
La lucha contra la inflación demandará medidas fiscales y monetarias que, inevitablemente, desacelerarán el crecimiento y el consumo. La racionalización del gasto público también será un arma de doble filo. En el largo plazo será beneficiosa, pero en el corto tendrá víctimas que, naturalmente, no se quedarán calladas. La eliminación de los subsidios – aunque sea parcial y se la ejerza paulatinamente- provocará fuertes reacciones. Mucho o poco, habrá un aumento sensible de los servicios públicos.
Esto significa que, gobierne quien gobierne, los próximos años serán arduos.
Si a fines de año hay reelección, la Presidenta no podrá continuar la marcha fácil del período 2003-2011 y provocará un comprensible desencanto. Además, ella tendrá poco tiempo para sortear obstáculos. Como no hay segunda reelección, la temprana puja por la sucesión resentirá muy pronto la capacidad de decisión de su nuevo gobierno.
Si lo que hay es cambio, el nuevo gobierno deberá afrontar comparaciones con el “ayer” y el “hoy”. La gente razonará que “antes” no existían los problemas que irán surgiendo.
Las soluciones para esos problemas no serán populares y el Gobierno, que no tendrá mayoría en el Congreso, se verá hostigado por el sindicalismo y las fuerzas opositoras .
Nada de esto significa que estemos condenados. Ni la reelección ni el cambio tienen por qué ser dramáticos si todos los candidatos toman conciencia de los problemas a resolver y acuerdan (antes de la elección) que podrán disentir en un sinfín de doctrinas, pero que los problemas más apremiantes exigen coincidencias sobre los remedios a aplicar .
La idea es que el próximo gobierno haga lo que debe hacer, y la oposición lo acompañe.
No es una posición idílica: todo quien sienta que tiene posibilidades de sentarse en el sillón tendrá que pensar, en algún momento, en el 11 de diciembre. Advertirá entonces que sólo (o sola) no podrá. El momento decisivo, en el cual hay que pensar desde ahora, será 2013. Sólo entonces sabremos si el país se ha encaminado, o si hay que tomar nuevos rumbos.
Reactivación de demanda versus desinflación
Hace 1 mes
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