En un mundo globalizado no debería sorprender que no sólo lo bueno atraviese las fronteras con más facilidad, sino que también lo haga lo malo. Estados Unidos exporta ahora su crisis al mundo entero.
Una crisis financiera global exige una solución global. Las políticas macroeconómicas no coordinadas, por ejemplo, contribuyeron a los problemas de Europa. Cuando el Banco Central de Europa se negó este año a bajar las tasas de interés porque estaba concentrado en la amenaza de la inflación, mientras que el de Estados Unidos lo hizo dado que se concentraba en la inminente desaceleración, la situación dio lugar a un euro más fuerte. Eso contribuyó a la desaceleración europea. Ahora esa desaceleración alcanza a Estados Unidos.Lo mismo pasó en lo que respecta a la regulación. En buena medida -demasiada- hubo una carrera detrás del mito según el cual la desregulación alienta la innovación. En lugar de ello, la innovación tuvo su apogeo cuando fue acompañada de regulaciones que garantizaron un sistema financiero seguro y sensato.Se supone que los mercados financieros son un medio para alcanzar un fin: una economía más próspera y estable, producto de la buena asignación de recursos y de un mejor manejo del riesgo. En lugar de eso, los mercados no manejaron el riesgo, sino que lo crearon. No permitieron que las familias estadounidenses manejaran el riesgo de tasas de interés volátiles, por lo que ahora millones de personas pierden su casa. Peor aún, hicieron una pésima asignación de centenares de miles de millones de dólares.Las consecuencias de esos errores van a ser billones: no sólo el dinero que se está gastando en los rescates, sino la brecha entre el crecimiento económico global posible y el desempeño real.Más allá de eso, por supuesto, están las víctimas humanas, las familias cuyos sueños quedan destruidos al perder la casa, el empleo y los ahorros de toda la vida. Si queremos conservar la libre circulación de los productos financieros a través de las fronteras, debemos asegurarnos de que esos productos sean seguros y de que las instituciones financieras que los venden puedan respaldarlos.Los reguladores del mercado financiero fracasaron, tanto en el plano nacional como en el internacional. En buena medida, Basilea II, el nuevo marco de regulación bancaria, se basaba en la autorregulación, que constituye un oxímoron. Los bancos demostraron que no están a la altura de manejar su propio riesgo. Pero incluso si lo estuvieran, hay un problema más fundamental que es el del riesgo sistémico. La actual arquitectura financiera global no funciona bien. Ante todo, sin embargo, es injusta, en especial en lo que respecta a los países en vías de desarrollo, que se van a encontrar entre las víctimas inocentes de esta crisis global "made in USA". Hasta los países que hicieron todo bien; los que manejaron su economía con una regulación mucho mejor y con más prudencia macroeconómica que Estados Unidos. Peor aún, el Fondo Monetario Internacional exigió -por lo menos en el pasado- políticas procíclicas (aumento de tasas de interés e impuestos, reducción de gastos cuando una economía entra en recesión), mientras que Europa y Estados Unidos hacen exactamente lo contrario. El resultado es que el capital huye de los países en vías de desarrollo en épocas de crisis, lo que refuerza el ciclo vicioso.Cada vez hay más indicios de que los países en vías de desarrollo pueden necesitar grandes cantidades de dinero, superiores a la capacidad del FMI. Las fuentes de fondos líquidos se encuentran en Asia y Medio Oriente. ¿Pero por qué deberían volcar el dinero que tanto esfuerzo les costó ganar a una institución que fracasó, que impulsó las políticas de desregulación que llevaron al mundo a este caos, que sigue alentando las políticas asimétricas que contribuyen a la inestabilidad global y cuya estructura de gobierno tiene tantas falencias?Necesitamos una nueva institución financiera que ayude a los países en vías de desarrollo, una institución cuya gobernancia refleje la realidad actual. Esa nueva institución podría impulsar profundas reformas en el FMI. Es necesario crearla con rapidez. Si se le prestan los especialistas de los ministerios de finanzas y los bancos centrales, podría estar funcionando muy pronto.También hay que abordar otras reformas. El sistema de reserva global basado en el dólar ya está desgastado: el dólar demostró no ser una buena fuente de almacenamiento de valor. Sin embargo, pasar a un sistema dólar-euro o dólar-euro-yen podría ser aún más inestable. Necesitamos un sistema de reserva global para un sistema financiero global. Keynes aspiraba a que el FMI creara una nueva divisa de reserva global a la que él dio el nombre de Bancor. Es una idea cuyo momento por fin puede haber llegado.Es inconcebible que Estados Unidos pudieran haber prosperado si hubieran dejado el manejo de su sistema financiero en manos de cada uno de los cincuenta Estados. Éstos desempeñan un papel, pero el del gobierno nacional es esencial. Ahora tenemos un sistema financiero global, pero dejamos su manejo en manos de cada país. Ese sistema no puede funcionar.Nunca lograremos una estabilidad perfecta de nuestros mercados financieros ni de nuestra economía. Los mercados no se autocorrigen. Pero podemos hacer las cosas mucho mejor. Es de esperar que tras la cumbre de Washington los gobernantes de Europa y Asia inicien la tarea de crear la arquitectura financiera global que el mundo necesita para tener un siglo XXI estable y próspero.Traducción de Joaquín Ibarburu* Premio Nobel de Economía en el año 2001. Neokeynesiano, fue directivo del FMI entre 1997 y 2000, cuando renunció en medio de críticas a los organismos multilaterales y a la globalización.
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