(Publicado en La Nación - 18/04/2012)
En su edición del sábado, The New York Times informó sobre un fenómeno aparentemente creciente en Europa: el "suicidio por crisis económica", personas que se quitan la vida por la desesperación del desempleo o la ruina en los negocios.
Una historia desgarradora. Pero estoy seguro de que no fui el único lector, especialmente entre los economistas, que se quedó pensando si la historia de fondo no es tanto sobre personas individuales, sino sobre la aparente decisión de los líderes europeos de acometer el suicidio económico del continente en su conjunto.Hasta hace un par de meses todavía me quedaban algunas esperanzas con Europa. A fines del año pasado, Europa parecía al borde de la debacle financiera, hasta que el Banco Central Europeo (BCE) salió al rescate. Les ofreció a los bancos europeos líneas de crédito de final abierto a condición de que pusieran como garantía sus bonos de las deudas soberanas, como una manera de ayudar de forma directa a los bancos, de manera indirecta a los gobiernos, y frenar el pánico.
La pregunta entonces era si esa medida valiente y efectiva sería el principio de un replanteamiento, y si los líderes aprovecharían ese momento de respiro para reconsiderar las políticas que llevaron a la actual situación. Pero no lo hicieron.
En cambio, redoblaron su apuesta por políticas e ideas fracasadas. Y cada vez parece más improbable que algo los haga cambiar de rumbo.
Consideremos, por ejemplo, la situación en España, actual epicentro de la crisis. Qué recesión ni recesión: España está en plena depresión económica, con un desempleo del 23,6%, comparable con Estados Unidos en lo más profundo de la Gran Depresión. Es insostenible, y como todos saben que es insostenible, los intereses que debe pagar España para endeudarse no dejan de aumentar.
Poco importa cómo llegó España a este extremo, pero si de algo vale, la historia de España no tiene semejanza alguna con las historias de moralinas que tanto les gustan a los funcionarios europeos, sobre todo en Alemania.
España no fue fiscalmente dispendiosa: hasta que se desató la crisis, tenía poca deuda y superávit comercial. También tenía una gigantesca burbuja inmobiliaria, que en gran parte fue posible por los créditos que les otorgaron los bancos de Alemania a sus colegas españoles. Cuando la burbuja estalló, la economía española se quedó en banda; los problemas fiscales de España no son la causa de esta depresión: son su consecuencia.
Y, sin embargo, las recetas que siguen llegando desde Berlín y desde Fráncfort son de aplicar una austeridad fiscal todavía mayor.
Ni más ni menos que una locura. Europa tuvo muchos años de experiencia con programas de extrema austeridad fiscal, y los resultados son los que cualquier estudiante de historia diría: que esos programas hunden a las economías deprimidas aún más en la depresión. Y como a la hora de evaluar el estado de la economía de un país los inversores se fijan en su capacidad de pagar sus deudas, los programas de austeridad ni siquiera funcionaron para ayudar a reducir la tasa de interés que deben pagar los países para endeudarse.
¿Cuál es la alternativa? Bueno, en la década de 1930 la condición esencial para la recuperación fue salirse del patrón oro. En la actualidad, la jugada equivalente sería salir del euro y recuperar las monedas nacionales.
Se dirá que es inconcebible y que sería un acontecimiento desestabilizante, tanto en lo político como en lo económico. Pero lo verdaderamente inconcebible es seguir imponiendo medidas de austeridad aún más feroces a países que ya sufren una tasa de desempleo típico de una depresión.
Si realmente quisieran salvar el euro, los líderes europeos deberían estar buscando un camino alternativo. El continente necesita políticas monetarias expansivas, que tomen la forma de una voluntad por parte del BCE, de aceptar una inflación más alta.
Necesita también políticas fiscales más expansivas, con presupuestos en Alemania que compensen la austeridad de España y los otros países periféricos en problemas. Lo que estamos presenciando, por el contrario, es la intransigencia absoluta. En marzo, los líderes europeos firmaron un pacto fiscal que encierra en la austeridad fiscal la respuesta a todos los problemas.
Mientras tanto, el BCE enfatiza que elevará las tasas de interés ante el menor signo de inflación. Es difícil no desesperar. Antes que admitir que están equivocados, los líderes europeos parecen decididos a empujar por el acantilado a sus economías, y a sus sociedades. Y el mundo entero pagará el precio.
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