miércoles, 11 de mayo de 2011

Carne para todos, Big Mac para nadie. Por Martín Lousteau

Como a la mayoría de los argentinos, me gusta el asado. Creo, además, que no hay punto de comparación posible entre un corte doméstico y cualquier hamburguesa de cadena de comidas rápidas. Suscribiría con muchas ganas un slogan de campaña nacionalista que se basara en el título de este artículo. Pero aún los buenos enunciados pueden esconder muchas veces un significado alternativo.




El año pasado la carne vacuna subió un 70%, y en lo que va de 2011 ya suma otro 23% de aumento. Con estos precios, el valor en dólares se acercó mucho al vigente en Brasil o Uruguay, aunque en el caso de ellos sea porque las monedas locales se apreciaron. Ambos vecinos sufren adicionalmente la tensión de precios que genera una mayor demanda externa. La misma tiende a aliviarse en el largo plazo ya que, al permitir un mayor precio para la hacienda, la ganadería se torna buen negocio y ello lleva a una mayor oferta.
El sendero en nuestro país es el opuesto: tras castigarse desde la Secretaría de Comercio la cría de vacunos, los precios actuales son consecuencia de una menor oferta vacuna, que llevará tiempo revertir. Esta sutil diferencia explica cómo los precios van equiparándose a ambos márgenes del Río de la Plata a pesar de que, teniendo un potencial productivo muy inferior, Uruguay exporta un volumen equiparable al de nuestro país. La "Carne para Todos" puede resolver este tema, pero sólo para el 0,8% del consumo total argentino.
Con semejante panorama, quizás te sorprenda el precio local de un Big Mac , que es tan solo de $16. Tan llamativo como eso puede resultarte que la oferta cuente con escasa promoción, tanto fuera como dentro de los locales de Mc Donald´s. Si prestás atención, verás que no hay siquiera una foto principal del mismo encima de las líneas de caja: tendrás que buscarlo en alguna esquina. De cien países en los que McDonald´s está presente, sólo en uno el Big Mac tiene menos presencia promocional que en Argentina. Se trata de India, donde el producto fue reemplazado por el Mac Maharaja de pollo, ya que los hinduistas no consumen carne vacuna. Y su peculiar composición ni siquiera ha impedido que el semanario británico The Economist lo incluya para elaborar su conocido Índice Big Mac .
La lógica de dicha metodología es sencilla. Primero se toma la misma canasta de bienes en dos países distintos, por ejemplo EEUU y Argentina. Si el valor de la misma allá es de 100 dólares y acá de 200 pesos, podemos deducir que tener un dólar en Estados Unidos otorga un poder adquisitivo similar a poseer dos pesos en Argentina. En lugar de recabar el costo de una canasta equivalente en varios países -algo que sería complejo-, The Economist optó por utilizar un único bien, relativamente homogéneo y bastante universalizado: el Big Mac.
Una aplicación adicional de este ejercicio consiste en ver si el dólar está sobre o subvaluado en determinado país. Por ejemplo, en 2003 el Big Mac costaba 4,1 pesos en Argentina y 2,71 dólares en EEUU. De esta manera, un estadounidense podía venir con sus 2,71 dólares, comprar 7,62 pesos (al tipo de cambio de 2,81 pesos por dólar de aquel entonces) y comerse 1,85 Big Macs . En esa época Argentina le resultaba barata. Pero la situación se altera cuando suben los precios o el dólar. Hoy la famosa hamburguesa vale alrededor de 16 pesos acá y 3,8 dólares allá que, al aterrizar en Buenos Aires, pueden transformarse en 15,5 pesos (a 4.08 pesos por dólar). Con estos valores, al visitante de los EE.UU. ya no le alcanza para comer una hamburguesa entera. Y ello significa que el Peso dejó de ser barato.
Esta es la breve historia de cómo una conocida hamburguesa puede darnos indicios de la pérdida de competitividad de la moneda y de la inflación subyacente. Más aún: a principios de año, The Economist publicó un gráfico que mostraba la diferencia entre la suba del Big Mac y la inflación oficial de cada país. En ese (extremadamente básico) ranking de estadísticas "sospechosas", la hamburguesa había subido 19% contra un 10% del IPC que calcula el Indec.
Todos estos ejercicios tienen obvias y múltiples falencias técnicas. Lamentablemente, a algunos les resulta más difícil encontrar errores en una metodología simplificada que controlar y culpar al precio de una comida rápida. Quizás ello explique por qué el Big Mac es 25% más barato que su equivalente en la competencia local o que esté muy desfasado contra otros productos de la cadena cuando comparamos la estructura de precios doméstica con la vigente en países limítrofes. Hay quienes eligen castigar al mensajero antes que comprender el mensaje.
Cuando se lo compara con otras ofertas de la misma empresa, el Big Mac -que en otros lugares es un producto primordial- resulta en Argentina barato pero inhallable. Aunque en ello intervenga la Secretaría de Comercio, el comportamiento empresarial de establecer un precio extremadamente accesible y después disuadir el consumo por falta de presencia en la comunicación resulta sumamente extraño. Quizás no se trate más que de una nueva paradoja de nuestra economía: la carne para todos está demasiado cara; pero el Big Mac , artificialmente barato, termina oculto e inaccesible.

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