domingo, 15 de mayo de 2011

La presión tributaria argentina es la más alta de América Latina. Por Annabella Quiroga

(Nota publicada en iEco de Clarín el Domingo 15/05/2011)
Por obra y gracia de la inflación, la Argentina pasó a liderar el ranking latinoamericano de países con mayor presión tributaria (PT). El peso impositivo que soportan individuos y empresas equivale al 37,2% del PBI. A este guarismo llega una medición del IERAL, el instituto dependiente de la Fundación Mediterránea. Para otras consultoras, que no incluyen el llamado “impuesto inflacionario”, la PT oscila entre el 32 y el 33% del PBI.

También el FMI ubica a la Argentina al tope de la lista. Utilizando estrictamente la información del INDEC (qué, según las consultoras, subestima tanto la inflación como el PBI nominal), determina que la PT argentina es del 38,9%, arriba del 37,4% de Brasil (ver infografía), tradicionalmente el país con mayor carga impositiva de la región. Argentina no sólo lidera la tabla general, sino que también es el estado en el que la PT ha dado el salto más alto en los últimos diez años, con un incremento del 58%, según el FMI.
“La relación de ingresos tributarios sobre PIB se encuentra en niveles récord, ubicándose en 33,9% del PIB en 2010, 13,4 puntos porcentuales (p.p) por encima del promedio de los 90’s y 18,5 p.p por encima de los 80’s”, dice Maximiliano Castillo Carrillo, de la consultora ACM.
El aumento de la presión tributaria guarda relación directa con el modelo económico del kirchnerismo, que crece aferrado a los superávits gemelos: para cuidar la caja es clave mantener resultados positivos en las cuentas fiscales y en la balanza comercial. Esta táctica derivó en que tributos que vieron la luz durante los años de la emergencia económica, como el impuesto al cheque y las retenciones a las exportaciones, se hayan consolidado hasta transformarse en componentes básicos de la recaudación nacional. Bajo el mismo esquema, el Gobierno desechó cualquier posibilidad de aplicar el ajuste por inflación al pago de Ganancias, lo que termina inflando las contribuciones de las empresas y las personas físicas.
A esto se suma que la inflación genera transferencias implícitas en la economía. Al reducirse el valor real del dinero emitido por el estado, la suba de precios se convierte en una fuente de ingresos que beneficia al sector público. “Si se computa un impuesto inflacionario equivalente a 2,5% del PIB, la presión tributaria total alcanzó a 37,2% en 2010”, sostiene Marcelo Capello, director del IERAL. De este modo, el peso del impuesto inflacionario llega a ser mayor que el de otros considerados distorsivos, como el impuesto al cheque, que representa 1,9% del producto.
En la región, la contracara es Chile con una PT del 17%. Para Capello, el país trasandino “muestra una política fiscal contracíclica, verdaderamente keynesiana, mientras que Argentina hace caso omiso al ciclo: procíclico en el gasto, su presión tributaria efectiva sube siempre desde 2003, sin reparar en alzas o bajas de la actividad económica, hasta resultar el país sudamericano con mayor presión fiscal”.
Para el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF), el nivel de presión tributaria efectiva del sector público argentino (la recaudación de los tres niveles de gobierno: nacional, provincial y municipal) habría cerrado el 2010 cerca del 32% del PBI.
Desde Economía&Regiones, Guillermo Giussi indica que la presión tributaria consolidada es del 38% – tomando como base el PBI del INDEC – y del 31,2% con el producto estimado por la consultora. “De los 10 puntos porcentuales de suba de la presión tributaria que ocurrieron en la última década, 9 puntos corresponden a impuestos aplicados por la Nación y sólo 1 a los provinciales”, señala Giussi.
Según el IARAF, de los 10 pp. de alza en la presión tributaria, prácticamente la mitad (4,6 pp.) se explican por el impuesto al cheque y las retenciones, mientras que el resto del aumento se debe, en parte, a mejoras en la recaudación de algunos tributos, que por mayores niveles de cumplimiento y de eficiencia en la recaudación crecieron a más velocidad que el producto.
Una de las características centrales del sistema tributario argentino es el peso excesivo de los llamados impuestos distorsivos. En esta lista se anotan el impuesto al cheque, las retenciones y tributos provinciales como Ingresos Brutos y Sellos. Según Nadín Argañaraz, del IARAF, el 26% de la presión tributaria actual está explicada por estos tributos. En el 2000 sólo representaban el 11%.
El otro elemento central es el enorme peso de los impuestos indirectos. La estructura tributaria del sector público nacional (sin considerar las contribuciones a la seguridad social) está constituida en un 72% por impuestos indirectos (el IVA, el impuesto al cheque, a los combustibles y otros gravámenes que se aplican sobre el consumo), frente a un 28% de impuestos directos (Ganancias, Bienes Personales, transferencias de inmuebles, entre otros). En países desarrollados como Australia o Canadá, los impuestos directos constituyen el 70 y 66%, respectivamente, de la recaudación. Argañaraz señala un matiz importante en esta comparación. “Estos dos países se encuentran en diferentes estadios de desarrollo que la Argentina. Es probable que, inicialmente, estos países hayan fundamentado sus estructuras tributarias en impuestos indirectos para financiar la inversión inicial, para luego, a medida que se avanzó en el crecimiento, ir virando hacia estructuras basadas en tributación directa”.
La matriz impositiva argentina es compartida por los países de América Latina. “En promedio, en la región el 55,3% de los recursos provienen de la imposición sobre bienes y servicios mientras que sólo un 28,9% es el resultado de impuestos directos”, dice Capello.
Con relación a Brasil, si bien la PT es similar, Capello destaca una diferencia central. Dice que, en la Argentina, muchos de los impuestos que gravan a las exportaciones no están sujetos a reintegros o tienen devoluciones parciales, mientras que, en el país vecino, la situación es más favorable para los exportadores. Por eso, concluye que la PT argentina afecta la competitividad ya que recarga por demás a las empresas. Para revertir esta situación, “hace falta un plan estratégico de menor suba del gasto público para generar un espacio fiscal que en el futuro permita bajar impuestos”.
¿La elevada presión tributaria es necesariamente mala? No siempre. Gran parte de los países más desarrollados tienen grados de PT muy altos que coexisten con un uso eficiente de los ingresos. “La presión tributaria puede ser elevada y con ello proveer de recursos a un estado con amplia participación en la economía, que, a través de un gasto eficiente, propenda al logro de objetivos como una mayor competitividad de las empresas, una mayor inversión para lograr un crecimiento económico sostenido, y corregir así cuestiones de inequidad en la distribución de la riqueza”, dice Argañaraz, señalando uno de los caminos posibles. Claro que también existe otra alternativa, en la que “los mayores ingresos por una presión tributaria elevada pueden convalidar un gasto elevado, pero muy ineficiente y distorsivo, que trabe las posibilidades de desarrollo productivo y socioeconómico del país”.

No hay comentarios: